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Reportaje:Preparativos de los Juegos Olímpicos de Los ÁngelesLos Juegos de las Olimpiadas: México-68 / 16

Los días felices de Dick, Bob y Vera

Fosbury nació en Portland (Oregón) el 6 de marzo de 1947. Ya desde pequeñito debió pensar que resultaba muy aburrido ver sobrepasar de la misma forma más de dos metros sobre un listón. Así que a los 11 años corrió con el riesgo de que sus compañeros de colegio le llamasen "loco", "chiflado" y demás sinónimos cuando durante una clase de educación física ya amagó con dar el golpe de espaldas. A los 16 años saltaba 1,60; a los 19 años, 1,93, y nueve meses antes del parto oficial del fosbury flop en los Juegos de México saltó 2,13. En las pruebas de selección se fue a 2,21, y en la final sobrepasé el listón en 2,24, logrando la medalla de oro y el récord del mundo.

Un detalle no pasó inadvertido al resto de saltadores tras fijarse detenidamente en el invento: con el colchón de espuma de látex sobre el que se caía tras realizar el salto no había peligro para una desviación o rompimiento de la columna vertebral. Así que, tras México, casi todos abandonaron el viejo sistema del rodillo ventral Se pasaron al flop. El asunto consistía en saltar con la cabeza por delante y de espaldas al suelo. El éxito fue rotundo, avasallador. Tanto que descentró en cierta medida al creador, que se retiró del mundanal ruido olímpico cuando sólo contaba 21 años. Fosbury se casó, tuvo un hijo y vive en el Estado de Idaho, donde desempeña su profesión de ingeniero civil.

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La 'novia de México'

Lo de Vera Caslavska hubiese podido aparecer en alguna foto novela de Corín Tellado. Los mexicanos se enamoraron perdidamente de ella, aunque al final se casó con un deportista de su país, Josef Odlozil. Pero, eso sí, durante la celebración de los Juegos Olímpicos y ataviada con un típico traje mexicano. A sus condiciones gimnásticas se unió el apoyo incondicional por la reciente invasión de Checoslovaquia, ocurrida dos meses antes, por las tropas del Pacto de Varsovia. Vera se planteó su participación con la rabia del avasallado. Hasta el punto de llegar a poner nerviosas a las gimnastas soviéticas.

Vera logró cuatro medallas de oro y tres de plata, haciéndose acompasar a los sones de Allá en el rancho Grande y La Cucaracha. Fue un clamor mexicano. Se convirtió en la heroína del cuento. Casi, casi, a la misma altura que un nadador mexicano, a quien llamaban El Tibio, Felipe Muñoz Kampamas, que ganó en la prueba de los 200 braza entre un delirio tan inmenso que los jueces se olvidaron de cronometrar al resto de los finalistas.

En México, por vez primera, hubo control de sexo, aunque ninguno dio positivo. Y Enriqueta Basilio, atleta mexicana que competía en 80 metros vallas y 400 metros lisos, fue la primera mujer que prendió el fuego olímpico en el pebetero del estadio. Y hasta apareció la venganza de Moctezuma, una especie de afección viral en el estómago que sufrió, entre otros, Mark Spitz, el que se proclamaría cuatro años más tarde en Munich el más brillante nadador norteamericano de todos los tiempos, pero esto sucedió en Munich. En México, Spitz fracasó.

Los 2.240 metros sobre el nivel del mar, que estuvieron a punto de impedir la celebración de los Juegos en una amplia polémica previa, afectaron negativamente a las pruebas de fondo, donde se produjeron desfallecimientos, pero, por contra, sirvieron para alcanzar un mayor número de récords en deportes de esfuerzo breve e inmediato. Se lograron 17 récords mundiales, 29 marcas olímpicas y 58 récords nacionales.

La polémica ya se había remontado a años antes, con ocasión de unos Juegos Panamericanos, en 1955, donde se puso de relieve que los velocistas, incluso de segunda fila, obtenían marcas cercanas al record mundial, mientras que los fondistas no llegaban a un nivel discreto. La rarificación del aire era la explicación. El velocista hallaba menor resistencia, como el saltador, al ser su esfuerzo intenso, pero breve. Los fondistas, por contra, se asfixiaban.

El 'Black Power'

"Si yo gano soy un americano, no un americano negro; pero si yo hago algo mal, entonces me llaman negro". La frase se pronunció a cuerpo descubierto, sin caperuzas made in Ku Klux Klan. Con la cabeza en alto, tan alto como el enguantado puño negro de hombres como Tommie Smith o John Carlos. La fuerza del Black Power (Poder Negro). La fuerza de unos atletas que buscaron con sus portentosas actuaciones, con sus medallas en México, mejorar las condiciones de la raza negra en Estados Unidos. Naturalmente, los altos cargos olímpicos se encargaron en menos de 48 horas de expulsarles de la Villa Olímpica. "Se arrepentirán durante el resto de su vida", fue la oscura amenaza de Payton Jordan, su entrenador. El racismo se encontraba en Estados Unidos en su apogeo.Al llegar a la Villa Olímpica John Carlos, plusmarquista del mundo de los 200, y Ralph Boston, coplusmarquista del mundo de longitud, sorprendieron ya con una inscripción colgada en su chándal: "Olympic Project for Human Rights", a saber, "Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos". Era el aviso. La confirmación llegó tras la explosiva carrera de los 200 metros, que tuvo a Tommie Smith como vencedor y a John Carlos tercero. Al presentarse en el podio para recoger sus medallas Smith y Carlos lo hicieron vestidos de negro, con un guante del mismo tono oscuro enfundado en una de sus manos, y las zapatillas en la otra. Al comenzar a sonar el himno, los dos bajaron sus cabezas y alzaron sus puños. Era la inconfundible firma del Black Power. Apenas se tardó 48 horas en expulsarles de la Villa Olímpica.

No quedó ahí la manifestación. El cuarteto EE UU de 4x400 también saludó puño en alto. Pero antes, el propio Carlos tuvo que convencer a Lee Evans para que corriera la final de 400 metros. Evans ganó de manera espectacular, logrando un récord del mundo futurista, 43.86, que, como lo de Beamon en longitud o los propios relevos 4X400, aún sigue vigente. En esta última prueba, los atletas negros Matthews, Freeman, James y el propio Evans hicieron 2.56.1, menos de 44 segundos por cada relevo. En el podio aparecieron los cuatro con boina. Naturalmente, negra. Y con el puño también cerrado en alto, aunque cuando sonó el himno americano el póquer de atletas no llegó al órdago: todos se pusieron en posición firme.

El poder negro fue explosivo en México. Para redondear el asunto se produjo hasta el despertar africano en las pruebas de fondo. Un keniata, Temu, ganó los 10.000 metros, con un etíope, Mamo Wolde, segundo, y un tunecino, Gamudi, tercero. En los 5.000 se impuso Gamudi, por delante de los keniatas Keino y Temu. En 3.000 obstáculos otro keniata, Amos Biwot, que, casualmente, un par de meses antes no sabía lo que era una carrera de obstáculos, y que en la última vuelta aparecía con 30 metros de retraso antes de cruzar vencedor la línea de meta. Segundo fue su paisano Kogo. Y otro keniata, el citado Keino, venció en los 1.500.

En velocidad los atletas negros lograron nueve medallas sobre 11 posibles. En 4X100 Greene, Pender, Ray Smith y Hines lograron 38.2. Sobre pista, de 15 medallas de oro logradas por Estados Unidos, 10 fueron alcanzadas por atletas de color. En la final de los 100 metros las ocho calles parecían de Harlem: todas ocupadas por velocistas de color. Incluso el único europeo, el francés Roger Bambuck era negro. Sólo Bob Seagren, Dick Fosbury, Al Oerter, Randy Matson y Bill Toomey dieron la nota exótica, es decir, fueron los héroes americanos blancos de la película. Pero eran blancos que moralmente apoyaban a los otros.

Los más rebeldes pagaron las consecuencias de aquel movimiento. A su regreso a la Universidad de San José, Smith y Carlos se habían quedado sin su beca de estudios. Smith no encontró trabajo en ninguna institución deportiva, y Carlos se pasó al profesionalismo. En la actualidad, Carlos, 40 años, es miembro del Comité Organizador de los Juegos de Los Ángeles, y Smith, 39, entrenador del Santa Mónica College. Carlos entró en el equipo organizativo de los Juegos el 15 de enero de 1982, el día del aniversario de Martin Luther King.

La polémica sobre las especiales condiciones de la raza negra para el deporte encontraron en México un cierto tipo de reivindicación con el increíble salto de Bob Beamon, sus 8,90, sobre el que aún planea la duda de si Car Lewis lo podrá alcanzar antes de su jubilación o habrá que esperar al siglo XXI para superarlo. Beamon, un estudiante de Educación Física de la Universidad de Texas, hizo avanzar el récord 55 centímetros en un solo salto.

Cuando se le pregunta a Beamon sobre la raza negra y sus éxitos deportivos, el hombre que saltó los 8,90 sonríe y afirma, convencido, que "sólo sé que los negros bailamos mejor".

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