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Reportaje:El pueblo que creció

Vallecas, "el barrio un barco"

Una ciudad de 400.000 habitantes que sobrevive en el interior de otra de cuatro millones

Al norte limita con la carretera de Valencia; al sur, con el parque de Entrevías; al este tiene el cerro de la Vaca, y la M-30 al oeste. Tiene un Gayo y un Rayo, una calle Principal y una plaza Vieja, una historia que lleva hasta el Cuaternario y cientos de miles de emigrantes que en sucesivas oleadas se han ido incorporando a una comunidad ciudadana compleja, contradictoria, difícil y al mismo tiempo extravertida, amable y acogedora. Hay problemas de infraestructura, cultura, sanidad, enseñanza y tantos otros. Edificios modernos que se agrupan en colonias nuevas y reminiscentes chabolas, restos de un pasado sudado día a día."¿Soy mano? Envido. ¿Quieres? No. Veo. También. Tres a los pares. No, tampoco. Al punto, tres". Son las primeras horas de la tarde. En la plaza Vieja, el centro del casco antiguo, Pilar y Paloma juegan una partida de mus contra Miguel y Josema. Las conversaciones del Bahón -una de las tabernas vallecanas con solera, que aún conserva su viejo mostrador de estaño fundido de 1919- toman ese tono entre apasionado y apático del café de sobremesa. "No ha variado mucho la gente que pasa por aquí", dice don Rafael, el dueño, mientras sirve un carajillo. "Vienen chavales nuevos y gente que lleva 40 años apareciendo por el local. Antes había otro ambiente más tranquilo, aunque ahora tampoco hay mucho jaleo".

Ciudad con ley

En general, jóvenes y mayores reconocen que la delincuencia o el consumo de drogas son un problema, pero están en desacuerdo con ese extraño mito que hace de Vallecas casi una ciudad sin ley. Fernando tiene 24 años. Nacido en Chamberí, se trasladó a Vallecas cuando tenía 17, y sabe que el enfrentamiento generacional es importante, aunque no tanto como se dice: "Los viejos y los jóvenes, en Vallecas como en cualquier otro sitio, son dos cosas muy distintas. Entre los que le dieron al barrio fama de rojo y los jóvenes de hoy, que en muchos casos son sus hijos, hay una distancia enorme. Ahora se vive una realidad distinta y se reacciona de otra forma. Hay muchos chavales de 15 o 16 años que están en la calle, que se drogan y viven de eso, cuyos padres lucharon en las asociaciones de vecinos".

Un barrio con un fracaso escolar -que realmente no puede llamarse así cuando se alcanzan esas cifras- del 40% en EGB, del 60% en BUP y del 85% en formación profesional, tiene que tener jóvenes conflictivos, y no precisamente por la lucha generacional. La falta de cultura, la insuficiencia de una infraestructura escolar que hace aguas por todas partes, el paro y la lucha por la supervivencia han creado una juventud que prefiere pasar de todo a enfrentarse a un futuro incierto y poco seguro.

Fernando, que además de ser objetor de conciencia se dedica a trabajar con niños en el Centro Cívico Escultor Alberto, dependiente del ayuntamiento, advierte el nacimiento de actitudes que casan poco con la realidad del barrio: "Está aumentando el número de fachas, y no tanto porque se organicen, sino por la actitud que toman. Un poco por llevar la contraria y un poco porque les da vergüenza su origen, declararse de Vallecas".

Paloma, vallecana de pro, rondando la treintena, reconoce también que las cosas han cambiado desde que participaba en clubes juveniles donde se hacía labor social o política de oposición: "Ahora los chavales jóvenes se dedican a la calle. Hay una edad en que hay que ser héroes, y de la misma manera que nosotros cumplíamos poniendo pancartas o participando en manifestaciones, ahora ese heroísmo se vive de otra manera. Es más fácil ir en pandilla, estar en el bar o la bodega, hacerse la calle, aunque sea peligrosamente pasando costo o dando un tirón. El asociacionismo juvenil ha bajado mucho en Vallecas, pero lo mismo sucede en todas partes".

El influjo de los curas

Las asociaciones juveniles han cubierto una parte importante de la historia reciente de Vallecas. En ellas se fueron ereuniendo los hijos de los emigrantes que llegaron a lo largo de los años cincuenta y sesenta, cuando el construir una chabola en una noche era no sólo un desafío al tiempo, sino la única posibilidad de tener un techo para dormir. Nacieron de la s parroquias regidas por curas jóvenes de barrios como Sandi, Palomeras, el Pozo -donde el padre Llanos había comenzado su labor años antes-, Entrevías o Portazgo. Allí, muchas veces en un piso abierto a todo el mundo, en un barracón o en una casa baja, se juntaban los jóvenes para discutir los problemas laborales que vivían como aprendices de cualquier oficio. "Me acuerdo", cuenta Luis, que llegó a Vallecas a los 10 años procedente de Extremadura y hoy es el cantante más representativo deI barrio "del papel que jugó Julio Pinillos, junto a otros curas, en las misas que organizaban los domingos a la una de la tarde en la colonia Sandi. Allí se leían las noticias laborales de la Prensa, se enfocaba la realidad desde un punto de vista distinto, se discutía bajo un prisma sociocultural lo que pasaba".

En los clubes de jóvenes y en las asociaciones de vecinos trabajaron los partidos políticos y las organizaciones sindicales, que en Vallecas tenían completo el catálogo de siglas. Desde las Juventudes Obreras Católicas (JOC) hasta el PCE, desde la Unión Sindical Obrera (USO) a Comisiones Obreras, desde el Partido de los Trabajadores (PTE) a la OPI (oposición interna al PCE). Militantes de izquierda cristiana, de izquierda marxista, de extrema izquierda, que lucharon contra el plan parcial o se solidarizaron con huelgas y despedidos. También en los clubes se despertaron las inquietudes culturales de tantos jóvenes, se organizaron charlas, re citales, representaciones teatrales y proyecciones cinematográficas. Se intentó suplir las deficiencias de una población que crecía a pasos agigantados en las peores condiciones. Crecimiento que ha convertido a Vallecas en una inmensa amalgama de orígenes y destinos, que ha transformado en un conglomerado, de colonias y barrios el viejo núcleo del Vallecas tradicional, que algunos siguen reivindicando como el único y verdadero.

"Vallecas siempre será el Puente, desde el metro hasta un poco antes del campo del Rayo", dice don José Luis, que, rondando los 60 años, sigue llevando una de las dos freidurías de gallinejas que quedan en Vallecas, otro negocio a punto de extinguirse. "Y no porque no gusten", aclara doña María, su mujer, "sino porque ya son muy caras". Las gallinejas, que han sido siempre la comida del pobre, se han puesto tan caras como las chuletas. Hace 20 años se comía una gallineja por 30 céntimos, y ahora cuesta 75 pesetas. Su marido confirma que todo está más caro, desde las contribuciones al carbón, y ve en ello un síntoma de la transformación del barrio: "El Vallecas de antes se murió, ha desaparecido totalmente". Pero también se ha creado un nuevo Vallecas, en el que conviven generaciones distintas, profesiones dispares e intereses contrapuestos.

Colmenas dormitorio y restos de barrios de chabolas o casas bajas, comercios familiares y almacenes modernos, tascas entrañables donde se sirve el vermú con grifo antiguo y cafeterías de café y tostada. Viejos que todavía guardan en la cara el recuerdo de los surcos de Extremadura, Andalucía o Castilla y jóvenes que salen en tromba del autobús para entrar en el metro y dirigirse, los domingos a las cinco de la tarde, a bailar a las discotecas de la calle de Orense, bien lejos de los límites fronterizos del barrio. Apasionados del Rayo Vallecano y rockeros de cuero y cadenas. Parados, drogotas, jubilados, tenderos, empleados de banca o mecánicos. Los Chunguitos, que hacen en sus rumbas modernas un retrato vívido, aunque quizá inconsciente, de las chabolas gitanas que, como aviso para navegantes, miran, desde la cercanía del puente de los Tres Ojos, el embudo de la M-30.

Es Vallecas, una ciudad dentro de otra, 400.000 personas formando parte de cuatro millones. Un barrio que, pese a todos los cambios, sigue diciendo en la manifestación anti-OTAN que "si España entra en la OTAN, Vallecas se va de España".

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