El rigor del documento
Mi primer contacto con don Claudio Sánchez Albornoz lo tuve en el viejo caserón de San Bernardo, en el curso 1925-1926. No he de repetir aquí lo que ya se ha dicho sobre la novedad y la sorpresa que representaron sus clases para lo que, como yo, nos considerábamos aprendices de historiador; quiero detenerme un momento en lo que aquellos años significaron en la vida académica de Sánchez Albornoz, que había de ingresar el 28 de febrero de 1926 en la Real Academia de la Historia.Aquellas Navidades las había pasado yo en el hotelito de Almagro, donde modestamente se albergaba entonces el Centro de Estudios Históricos. Recuerdo todavía los modestos armarios encristalados de la habitación en la que, si no me engaña la memoria, había sucedido, no sé bien cómo, a Giménez Caballero. El discurso que había preparado Albornoz era algo muy poco tradicional; empezaba por no ser un discurso, sino unas Estampas de la vida en León durante el siglo X. Sólo la inmensa erudición de don Claudio y su íntimo contacto y compenetración con los documentos de la Edad Media más antigua pudieron permitirle esa vívida evocación "de la monotonía de su vivir diario, para acudir a su mercado, recorrer sus calles, carrales y carreras, penetrar en sus casas, escuchar sus diálogos, sorprender sus yantares, verse animada y curiosa en horas de bullicio cortesano, marcial y devoto en vísperas de fonsado o de guerra, y quieta, silenciosa y recogida en días de paz y de sosiego".
Pero estas estampas, escritas con pluma fácil y de reminiscencías azorinianas, no eran fruto de fantasía, sino que al pie de sus páginas se apretaban, en letra menuda, las referencias documentales precisas en que se apoyaban las reconstrucciones que parecían producto de la fantasía. En la corrección de las pruebas de imprenta de estas estampas, con la comprobación de muchos de los originales, tomados en gran parte del archivo de la catedral de León, cuyas fotocopias consultaba continuamente, fue la corrección y mi primer contacto íntimo con el armazón erudito, puesto al descubierto y presentado al lector, como un segundo texto, del que no creemos se haya hecho nunca el índice, que permitiera el aprovechamiento erudito de los tesoros encerrados en esas notas.Más tarde, creo que fue en 1928 o 1929, organizó con un autobús un viaje, con sus alumnos y algunos de los que lo habíamos sido algún año antes, una excursión a los Picos de Europa, en la que repetiríamos, a pie y en burro, los vericuetos por los que, según su opinión, hubieron de cruzar los ejércitos árabes después de haber sido derrotados en Covadonga, todo ello sin abandonar su inseparable sombrero de paja, pajilla o canotier, que había de inmortalizar Maurice Chevalier en sus canciones.
Demasiado pronto, la política primero y después la guerra civil, el exilio, la nueva vida universitaria recreada en la Argentina.... A través de todos éstos avatares permaneció viva la afección de maestro y discípulo que sólo la muerte podía quebrantar.
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