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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paz en Beirut

NO Es extraño que la población haya acogido con sorpresa y desconfianza el cambio que acaba de producirse en Beirut: la retirada de las milicias que ocupaban sus dos partes, la occidental (musulmana) y la oriental (cristiana), y la llegada del Ejército nacional, recientemente reconstruido, que se ha hecho cargo del conjunto de la capital. Acostumbrados a lo largo de muchos años a vivir en medio de permanentes combates y bombardeos, los habitantes casi no se atreven a creer que llega una nueva situación de normalidad, paz y reunificación de la ciudad. Recordemos que el estado de guerra civil y de ocupaciones extranjeras dura desde 1975. Ha habido interrupciones de las contiendas, períodos de calma, pero siempre relativos y efímeros. En la etapa más próxima, las tropas invasoras de Israel llegaron en junio de 1982 a las puertas de Beirut, cercando en ella a los combatientes palestinos; éstos fueron evacuados poco después de la llegada de la fuerza multinacional (norteamericana, francesa, italiana y británica), que ocupó puntos en Beiruty en sus cercanías. En febrero de este año, el Ejército libanés, minado por los enfrentamientos en su seno de musulmanes y cristianos, se cuarteé, se difuminó. El Estado libanés estuvo al borde del hundimiento; su único representante -o símbolo-, el presidente Gemayel, estaba cercado en su palacio por las milicias musulmanas, que se hicieron dueñas de las zonas decisivas de la ciw dad. En esa coyuntura, el presidente sirio, Asad, tuvo una iniciativa política inteligente: en vez de empujar a la eliminación de Gemayel y a la partición de Líbano ejerció la máxima presión sobre las fuerzas musulmanas para promover un proceso de reconciliación de las diversas facciones del país, que llevaban años enzarzadas en una guerra civil. Reconciliación que, en esas condiciones, iba a realizarse, lógicamente, amparada por una especie de apadrinamiento de Siria. Así pudo reunirse en el mes de marzo pasado la conferencia de Lausana, de la que salió el actual Gobierno, presidido por Rachid Karáme, y en el que figuran los representantes de las diversas comunidades y religiones que integran el Líbano contemporáneo y por tanto, los jefes de las milicias armadas creadas por esas comunidades y grupos religiosos.Lo que está ocurriendo en Beirut es la piedra de toque de la capacidad del Gobierno Karame de actuar de manera efectiva. Hasta ahora ha sido más bien una comisión de enlace de las diversas milicias para intentar imponer una tregua; tregua más bien teórica, pues en su curso ha habido bastantes combates y muchos muertos. La presencia, hoy, en un Beirut evacuado por las milicias del Ejército nacional libanés es un acto, sin duda, decisivo en la recuperación de la integridad del Estado. Se anuncia en fechas inmediatas la reapertura del aeropuerto y del puerto, lo que será fundamental no ya para empezar a salir de una terrible asfixia económica, sino para emprender el camino de la normalidad. Sin quitar importanciá a los pasos que ha dado el Gobierno Karame, no pueden olvidarse los condicionamientos que los rodean. Sin duda, la paz suele ser contagiosa. Pero la situación en el resto de Líbano es muy diferente que la de la capital. Las milicias cristianas, chiitas, drusas, por no mencionar las de grupos más minoritarios -y con frecuencia extremistas y sin control-, siguen actuando. La unificación del Ejército, muy reciente, puede ser aún frágil si surgiesen nuevas contiendas. Es preocupante que en el norte del país, en Trípoli, se hayan producido estos días choques armados, con numerosos muertos. Los obstáculos para que la paz irradie de Beirut a otras regiones son considerables.

Más graves que los factores internos de conflicto que el Gobierno, Karame aún no ha logrado superar son, sin duda, los factores externos, internacionales, que se interfieren y pesan sobre el destino de Líbano. En primer lugar, las ocupaciones militares extranjeras: el Norte y el Este están ocupados por Siria, y el Sur, por Israel. La posición oficial del Gobierno Karame es exigir la retirada de las tropas israelíes; pero, en realidad, los dirigentes cristianos, incluso miembros de dicho Gobierno, no de sean esa evacuación porque consideran la presencia israelí como un factor que les es favorable. Por otra parte, el Gobierno libanés no tiene, ni siquiera en términos teóricos, un camino para gestionar esa evacuación: se niega a discutir con el Gobierno israelí, por considerar que ello implicaría su reconocimiento, y, por tanto, la demanda de que se retiren los soldados israelíes queda en puro deseo abstracto. Por otra parte, es evidente que la consolidación del Gobierno Karame significa un éxito diplomático considerable para Siria, y ello podría tener diversas con secuencias: Israel está en vísperas de unas elecciones muy reflidas; si en ellas triunfasen los sectores más militaristas, no cabe descartar que puedan surgir situaciones conflictivas en los territorios libaneses en los que sirios e israelíes están frente a frente. La paz en Beirut no signifi ca que el horizonte de Líbano esté ya despejado.

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