La costilla
Frente a los alarmistas que presagian un fin de milenio entre barbaries militaristas y lavados de cerebro orwellianos, hemos de situar el magnífico ejemplo de humanidad que han dado los secuestradores bolivianos del presidente Siles Zuazo. Tuvieron a su merced al odiado representante del poder democrático. Podían haberle empalado, despellejado, fusilado, incluso habérselo comido, sin que el asunto hubiera suscitado otro eco que tres o cuatro editoriales s en diarios de prestigio y media docena de tesis de discípulos de Deleuze.En este sentido, y sólo en éste, podríamos convenir en que se trataría de un acto de antropología interesante y oportuno porque los temas de editorial y de tesis escasean cada día más.
Pero no. El comando secuestrador ha practicado la elegancia histórica de la autocontención y se ha limitado a romperle una costilla al señor presidente, una sola entre un montón de costillas que estaban al alcance de sus culatas o de sus botas. Además, las costillas son los huesos más frágiles del esqueleto humano, porque están, como quien dice, en el aire, especialmente las llamadas costillas flotantes, que fueron creadas sin ton ni son en lo que fue una hora baja de la Creación. Esas costillas flotantes han sido muy utilizadas por la propaganda marxista y atea para denunciar la brutalidad del poder. Esas costillas flotantes resisten mal los hábiles interrogatorios y hay mucho conspirador borde que respira afanosamente para que se le rompa una costilla y así cargar los costes de la reparación en la cuenta del poder.
No es el caso de Siles Zuazo, aunque indudablemente algo dijo o hizo que le produjo una rotura de costilla, algo imprudente dadas las circunstancias, porque si a uno le secuestran manu militari, uno (y que me perdone Paco Umbral tan barojiano sujeto) tiene que meterse en la piel de los secuestradores, comprender sus razones y no dar motivos para que le rompan una costilla, rotura que será aprovechada por el frente antimilitarista mundial para sacar peligrosas conclusiones generales. Es decir, el mérito lo tienen quienes pudiendo romper cuantas costillas quieran sólo rompen una.
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