La visita de Mitterrand
FRANÇOIS MITTERRAND ha visitado ayer Madrid en un clima muy diferente del que existía cuando efectuó su anterior estancia en nuestra capital, hace aproximadamente dos años. Recordemos que en aquella ocasión incluso en los discursos intercambiados en la cena de gala que le ofreció el Rey surgieron acentos polémicos sobre las cuestiones del terrorismo y de nuestro ingreso en el Mercado Común. Las explicaciones de Mitterrand sobre los obstáculos que "el respeto de la ley" suponía para tomar medidas eficaces contra las bases de ETA en Francia y sobre la necesidad de supeditar el ingreso de España a la solución previa de los problemas internos de la CEE no convencieron a la opinión española. Siguió prevaleciendo un estado de tiranteces, recelos y tensiones entre Madrid y París, salpicado de episodios francamente desagradables que no tendría sentido recordar. Tampoco la llegada de un presidente socialista a la Moncloa, contrariamente a lo que muchos suponían, significó una mejora sustancial. En realidad, el cambio ha venido, como suele ocurrir en las relaciones internacionales, a traves de un proceso progresivo de pequeños avances, paso a paso; animado sin duda por una voluntad política de mejorar las relaciones mucho más clara en Madrid desde octubre de 1982, y también por una evolución considerable en las actitudes francesas. Un momento importante fue, indudablemente, la toma de conciencia en París de que el desarrollo del terrorismo podía convertirse en un peligro serio también para Francia. En cuanto a la CEE, el viraje se produjo a partir del fracaso de la cumbre de Atenas, en diciembre de 1983.Al iniciarse, por turno alfabético, la presidencia francesa de la Comunidad, el presidente Mitterrand decidió emplearse a fondo en él esfuerzo por salvar una CEE que entonces aparecía casi agonizante. Lo cual implicaba, correlativamente, poner el ingreso de España y Portugal sobre unos raíles que pueden llevar a una solución relativamente rápida. Después del fracaso de Atenas, Mitterrand declaró que era preciso dar a España en breve un sí "o un no". En Fontainebleau, Mitterrand ha anunciado solemnemente que España y Portugal serán miembros de la CEE el 1 de enero de 1986. En seis meses, un panorama completamente diferente. Entre los factores que han permitido esta evolución, además de la actitud positiva de varios países europeos y de la labor sistemática de los negociadores españoles, está sin duda el nombramiento del nuevo ministro francés Roland Dumas como responsable de los problemas comunitarios, en sustitución del antiguo secretario de Estado Chandernagor. Pero no cabe duda de que el papel personal del presidente Mitterrand ha sido esencial; si no hubiese acertado a desatascar el tema presupuestario y el de la contribución británica, abriendo ante la CEE nuevas perspectivas incluso en el aspecto político, todo hubiese quedado bloqueado.
Su presencia en Madrid, precisamente en los días en que concluye el turno de Francia en la presidencia de la CEE, es un hecho de profunda significación política y cuyo valor simbólico no conviene subestimar. Mitterrand visitó, para preparar la cumbre de Fontainebleau, las capitales de los 10 miembros de la CEE. Una vez concluida ésta, y después del anuncio solemne del ingreso de España y Portugal para el 1 de enero de 1986, ha deseado visitar Lisboa y Madrid antes de poner fin a su mandato excepcional en la Comunidad; es más que un símbolo; crea un precedente feliz, que debería llevar, en el transcurso hasta la fecha indicada, a que se consulte mucho más con Lisboa y Madrid sobre temas generales, aparte de las negociaciones concretas para el ingreso. Este carácter del viaje explica su brevedad. Era dificil que en él se pudiesen abordar otras cuestiones, fuera de las referentes a la reunión de Fontainebleau y sus consecuencias. En todo caso, sobre el terrorismo, después del reciente viaje de Gaston Defferre, se trata sobre todo de medidas de aplicación, y no tanto de discusiones de alto nivel.
La satisfacción por los resultados de Fontainebleau y el buen clima de las relaciones franco-españolas no deberían llevar a subestimar los graves obstáculos que aún tienen que superar los negociadores españoles. Sin exagerar demasiado, cabe decir que la verdadera negociación no empezó hasta 1984 y que ahora se llega a sus momentos decisivos, porque no se trata ya de principios, de criterios generales, sino de precisiones concretas, de fechas, de porcentajes, de cifras, y cada detalle puede acarrear graves consecuencias. La manera en que han trabajado los representantes españoles, en particular Manuel Martín, permite confiar en una defensa eficaz de nuestros intereses. Estamos en un momento en que los que hablan y negocian en nombre de España tienen derecho a contar con el apoyo del conjunto de las fuerzas políticas. Está sobre la mesa una cuestion de Estado. Sin duda, se ve el final del túnel, pero la marcha que queda es aún dura.
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