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Tribuna:La muerte del autor de 'Las palabras y las cosas'
Tribuna
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Recordar Foucault

Fernando Savater

En el mundo de las letras, los vanidosos y los vanos siempre se lamentan de que hubo tiempos mejores: esperan así, por lo visto, ser catalogados como injustos exilados de la edad de oro. En el 68, nuestros mayores nos amonestaban: "Pero ¿quiénes son los hombres del día? ¿Pueden compararse estos Michel, Roland o Herbert con aquellos excelsos Jean-Paul, Albert o Raymond? Ya no hay más arribismo, demagogia y dictadura de la estructura sexualizada". Pasan los años, los prestigios se afirman y desvanecen, ellos van muriendo. Quedan los vacuos, permanentemente faltos de perspectiva y sobrados de rencor, murmurando: ¿Qué se fizo de Herbert, Roland, Michel? ¡Nada valen comparados con ellos los hombres del día! (sobre todo porque son quienes nos tocaron como competencia ... )". Y así hasta la consumación de los siglos.Ahora le toca el turno del exit a Michel Foucault y las necrológicas no se resistirán a mencionar que tras él ya todo es desierto. Hace, poco, sin embargo, aunque sin duda más de un lustro, Baudrillard creyó necesario aconsejar que se olvidase a Foucault. Nadie lo ha hecho aún, me atrevería a decir que algunos nunca lo harán. La ventaja de Foucault frente a otros pensadores es que le rescatan del olvido sus temas y no sólo sus modos, por no decir la exclusiva moda. Habló de la locura, la cárcel, la mirada represiva que descalifica en el acto mismo de calificar. Puso en el tapete con énfasis una palabra que otros terminaron por vaciar de mordiente, el Poder. En los tiempos duros -como todos- que vivimos y que se avecinan, no es aventurado asegurar que permanecera con nosotros. Pero tras él no hay desierto, al contrario: sólo los fatuos necesitan despoblar su entorno para sentirse reales y memorables. No le faltarán discípulos y compañeros hasta entre sus adversarios; y quienes le hayan efectivamente olvidado deberán reinventarle. Todo menos aceptar que la nómina que comenzó con los enciclopedistas (a la que él perteneció) está definitivamente cerrada y sujeta a balance por derribo.

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Y ya que han aparecido los enciclopedistas, no me resigno a pasar por alto el paralelo quizá caprichoso que se me antoja entre ciertos modos de Diderot y Foucault. El lector de Jacques le fataliste nunca logra del todo conocer la historia de los amores de Jacques, quizá porque no está escrito en las estrellas que llegue a satisfacer definitivamente su alentada curiosidad, pero en cambio aprende mucho sobre otros amoríos y puede que eso le estimule a bucear en el mecanismo mismo del amor. El lector que practique la obra de Foucault jamás tropezará con la definición inapelable del Poder, ni siquiera con una fenomenologia general de sus coacciones, vigilancias y tiranías, pero en cambio escuchará historias, recibirá ejemplos, transformaciones de ciertos mecanismos taxonómicos, intuiciones genealógicas, que le permitirán si no es demasiado lerdo hacerse con su idea propia de aquello por lo que se inventaron las ideas. También esto lo dijo admirablemente Diderot: "Un autor paradójico nunca debe exponer su idea, sino siempre sus pruebas: debe penetrar en el alma del lector furtivamente, no por la fuerza bruta". La lección de Foucault es la del más inolvidable merodeador del pensamiento contemporáneo.

En la desolación de la locura y el crimen

Por lo demás, ha muerto encerrado, vigilado sin duda, quizá castigado. En la desolación de la locura y el crimen, como Althusser, como Poe, como el ilustrado Condorcet, que ponía provisional punto final a surecorrido por la noción de progreso humano en medio del terror jacobino. Son cosas que pasan y tampoco hay que darles demasiada importancia. Precisamente Foucault nos enseñó que ningún lecho mortuorio, por decente y venerable que sea, cae fuera de la red universal, múltiple. Lo importante es la tarea que le ocupó y que nos dejó apuntada: "El humanismo consiste en querer cambiar el sistema ideológico sin tocar la institución; el reformismo, en cambiar la institución sin tocar el sistema ideológico. Por el contrario, la acción revolucionaria se define como un quebrantamiento simultáneo de la conciencia y de la institución; lo cual supone un ataque a las relaciones de poder de las que son instrumento y armadura. ¿Cree usted que se podrá seguir enseñando filosofía como hasta hoy, y su código moral, si el sistema penal se viene abajo?". Le debemos el haber planteado la pregunta; nos debemos la respuesta.

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