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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Hacia un liberalismo izquierda

Autor, junto a Simon Nora, del éxito de ventas Informatisatión de la société (Seuil) y, más tarde, del ensayo L'apris-crise est commencé (Gallimard), Alain Minc vuelve a estar de actualidad con un nuevo libro, Lavenir enface (Seúil), para arrebatar a la derecha sus ideas de mercado y liberalismo. ¿Sería la autogestión, en un régimen socialdemócrata, tan sólo una forma de pasar pacíficamente al capitalismo salvaje? El libro de Alain Minc, del que publicamos aquí algunos extractos, nos sitúa en el centro del debate.

Cuando en los años setenta el mundo entero se preparaba para la disminución de la capacidád de producción siderúrgica, el Gobierno, los empresarios y los sindicatos discutían el enésimo plan de inversión. Es un ejemplo aterrador de la ceguera colectiva a la que conduce un sistema de decisión encerrado en sí mismo: los actores dialogan, ajenos a la realidad, rechazando con ayuda de subsidios y de contingentes las señales desesperadas que les envía el mercado.Si el futuro estuviera resuelto sería muy práctico prescindir del mercado;, ante las dudas, representa el único regulador posible. De ahí la falsedad de las afirmaciones tradicionales sobre su ineptitud a largo plazo. Sólo cuando sepamos qué nos depara el futuro podremos librarnos del mercado; cuando-no pertenece a nadie, sólo funcionan las reglas mercantiles.

Industria pesada contra industria ligera, tecnologías masivas contra tecnologías débiles, hard contra soft, Gosplan contra Silicon Valley: los arquetipos se atropellan para ilustrar la nueva revolución técnica. Perd más allá de los fantasmas, la electrónica y la informática provocan un hervidero de iniciativas, una multiplicidad de intervenciones, un modo de producción poco jerárquica y unas estructuras móviles. Las necesidades son infinitas y cambiantes; las producciones, poco costosas; las empresas, innumerables.

Ya no.funcionan las antiguas barreras que limitaban el acceso a los recursos financieros, según la importancia de las inversiones a realizar.

Hace 30 años no se improvisaba desde el puntode vista de la siderurgia, del automóvil o de la electromecánica, a menos que se dispusiera de capital, de un pasado y de una experiencia acumulada. Una idea, un mínimo de talento, un puñado de dólares, permiten, en cambio, aprovechar las ventajas, de la informática para elaborar un nuevo módulo de vídeo, un software pedagógico, incluso un microterminal. El triunfo es tanto más aleatorio cuanto que el mercado es muy disperso y, poco estructurado. Hay una gran tentación de imaginar que, ya que está abierto a todos, el mercado es indulgente y el triunfo probable. En realidad, la selección es mucho más cruel desde el momento en que los participantes son más numerosos, pero la partida sigue estando abierta a todos.

El fin del reino de los oligopolios

En estos sectores terminó el reinado absoluto de los oligopolios, desapareció el culto a las grandes cifras y a las enormes fábricas, se tornó ilusoria la ambición de determinar a priori las salidas comerciales de los productos. En el futuro, Galbraith podrá relegar al trastero de las ideologías trasnochadas su teoría sobre la capacidad de las empresas para segregar la integridad de su mercado. Por más que IBM o ATT pretendan dominar, no podrán ni siquiera modelar el conjunto de la informática y la telemática ni tampoco controlar la aparición de nuevos competidores, ni conseguir un control totalitario del sector: cuando acuden a un frente para cubrir una brecha se dejan engatusar por otras iniciativas nuevas.

¡Nuestros antiguos demonios ,marxistas se indignan! El mercado es un instrumento revolucionario, Nuestras divisorias culturales se han organizado conforme a una línea que ha dejado el patrimonio del mercado a los conservadores y los principios dé organización más tradicionales de la sociedad a las fuerzas políticas teóricamente progresistas.. A principios de siglo fueron acalladas enseguida las voces de algunos an arco sindic alistas que proclamaban la capacidad revolucionaria del mercado. Dejando a un lado toda provocación ideológica, si bien el mercado no ha servido para transformar la sociedad ha representado, sin embargo, un instrumento insustituible para dicha finalidad.

En primer plano figura, evidentemente, la capacidad de valorar las necesidades, sobre todo en el momento en que una revolución tecnológica abre un horizonte de infinitas posibilidades.

De este modo, en Francia, segura de su sabiduría serenísima y de su presciencia de los deseos individuales, la Dirección General de Telecomunicaciones (DGT) ha decidido que cada persona dispondrá gratuitamente de un terminal telemático: lo que es bueno para la DGT es bueno para los franceses. Lo equivalente a esta medida habría consistido hace 30 años en instalar un televisor en- cada hogar: la necesidad se habría identificado con un fantasma tecnocrático y a los usuarios se los habría atropellado alegremente. El resultado habría estado claro: el traumatismo sociológico relacionado con la aparición de la televisión hubiera sido 100 veces mayor. Por el contrario, el juego del mercado ha permitido amortiguar el golpe; se ha producido un ínaridaje entre él y el movimiento de la sociedad y ha formado un solo bloque con la evolución de la demanda.

En Estados Unidos, Texas Instruments acabá`de abandonar todas sus actividades en microordenadores; la batalla se ha hecho demasiado ardua para ellos desde el momento. en que el mercado no ha llegado a registrar los desarrollos exponenciales que se le habían augurado. Pertrechado de seguridades y conocimientos, todo el mundo preveía que el ordenador doméstico iba a conocer una difusión fulgurante. Era lógico. Lógico, la palabra que no hay que pronunciar nunca ante el mercado. Éste ha decidido no ser lógico. Los norteamericanos no han hecho suyo -al menos por ahora- este nuevo aparato; han rechazado un progreso técnico, cosa inaudita para espíritus superracionales como los nuestros. Los franceses no han gozado de la. misma libertad; se los va a atracar de telemática como si fuesen ocas alas que se atiborra de alimento.

Los industriales descubren a su costa el misterio original del mercado; su capacidad para acelerarse, su aptitud para petrificarse brutalmente y su simultaneidad en todos los países. ¿Quién hubiera imaginado hace un año que el entusiasmo por los magnetoscopios se extinguiría con tanta rapidez? Culpar de ello a la exacción parafiscal que la mayoría de los usuarios elude es buscar una explicación demasiado fácil. El deseo se ha colmado, o eso es lo que ningún cálculo económico había podido prever. El mercado acusa los cambios. sociales , pero también registra como un sismógrafo los deseos colectivos, los fantasmas y las modas.

Desestabilizar la sociedad

El entusiasmo que sienten las nuevas generaciones en otro tiempo izquierdistas por el sistema de mercado corresponde a la aparición de un liberalismo de izquierda.

El mercado vuelve a ser, en efecto, objeto de filosofia política y un modo de enfocar el vínculo social. Evolución mucho más interesante que el elogio tardío de Hayek hacia los conservadores o la reapropiación de Tocqueville por parte de una derecha, que se inspira en él más para su discurso como oposición que para su práctica gubernamental

No es nada baladí que aparezca un liberalismo de derecha y que se encuentre su sitio en una cultura política conservadora, hasta ahora impregnada de estatalismo y de populismo. Pero es decisivo que nazca un liberalismo de izquierda. Del mismo modo que el capitalismo sesentayochista constituye -se diría que por amor a la provocación-el futuro del capitalismo, la perennidad del liberalismo se dirime en la izquierda.

Los paleomarxistas de turno podrian preguntarnos en qué se diferencia un liberal de izquierda de un liberal de derecha. La diferencia estriba en realidad en una visión diferente del orden social. Los más viejos, los liberales de derecha, hacen hincapié en la capacidad del mercado para favorecer un, óptimo económico; se niegan a utilizarlo como palanca para transformar la sociedad; esperan a veces incluso que el Estado defienda el orden social contra el mercado, que canalice las iniciativas más innovadoras y que mantenga un equilibrio homeostático entre- las fuerzas sociales, pese a las perturbaciones comerciales.

Los liberales de izquierda sufren el reflejo inverso: supervaloran la función de la sociedad respecto al juego económico; ven en ello un mecanismo desestabilizador que obliga a la sociedad a cambiar.

Para los primeros, el mercado debiera garantizar el equilibrio; para los segundos, tiene el mérito de producir un desequilibrio permanente

Alain Minc es consejero financiero de la empresa Saint Gobain y ex consejero de Pierre Mauroy.

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