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Francisco Nieva, la ópera fuera del museo de cera

En 1981, Francisco Nieva, director y escenógrafo, montó una Tosca en la Zarzuela que fue acogida con rumores: es, en gran parte, la que se ha vuelto a presentar ahora para que la cante Plácido Domingo, y ha sido bien aceptada. Quizá sea por una educación del público, que ha perdido una parte de su desconfianza. Desconfiaba este público, muy fiel a la tradición del divo y del bel canto, de que un exceso de escenografía, trajes, colores, luces, movimientos adicionales, pudiera distraer demasiado de la cuestión central. No sólo al espectador, en este caso primordialmente oyente, sino a los mismos intérpretes. Los cambios de liturgia siempre aparecen como inquietantes para los fieles. Pueden hacer perder la devoción y la fe. La desmedida e injusta fama de heterodoxo que tiene Francisco Nieva se podía unir, en este caso de Tosca, a la base de la desconfianza.Sin embargo, hay desde hace años una tendencia en el mundo a regresar a la teatralidad. Coincide con un renacimiento y con una entrada de otros sectores. Por qué los progresistas -progres o progresía, en sucesivas degeneraciones de un concepto arcaizante- se han ido incorporando a la gastronomía, la ópera o la moda en el vestir es una cuestión que desbordaría nuestros límites actuales. Es otra de las inquietudes de los tradicionales o los de siempre: que la entrada de los intelectuales pudiera desvirtuar su mundo. No deben temblar. Se está haciendo con humildad. Aunque a veces aparezcan descamisados en el templo donde algunos ejercen aún su derecho a esmoquin. Pero son descamisados de Luis Gómez, de Domínguez o de Jesús del Pozo.

Nada mejor que Tosca para la demostración de que la ópera, lírica, es excelsamente dramática. Puccini era un hombre de teatro y su música exalta y sirve situaciones. Cierto que el elemento teatral de sorpresa se ha perdido por el conocimiento del texto, y a nadie le sorprende el apuñalamiento de Scarpia por Tosca pero hay una emoción del teatro que resulta de situaciones sabidas.

La dirección de escena y la escenografía en la ópera tienen sus límites, sobre todo en España, donde los ensayos con las primeras partes son cortísimos y a veces nulos, y los presupuestos, pese a la actual largueza del Ministerio de Cultura, escasos.

Nieva es suficientemente cauteloso como para no sobrepasar lo posible. Trabaja en los rellenos, en las escenas mudas, en los coros: especula sobre unas posibilidades de humor que le permite el espacio muerto. A veces exagera su barroquismo, ya que un escenario pequeño como el de la Zarzuela no permite la acumulación de objetos y al mismo tiempo la libertad de movimientos, o juzga posible pasar trastos de una situación a otra (el altar convertido en mesa de comedor-despacho de Scarpia). Pero siempre es capaz de multiplicar la teatralidad de la ópera, de ayudar a sacarla de la cámara del museo de figuras de cera en que se iba encerrando. Es de agradecer.

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