_
_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

OTAN: Razones para no salir /1

En las líneas que siguen se pretende sostener la siguiente argumentación: la salida de España de la OTAN no favorecería las perspectivas de distensión o desarme en Europa; tampoco disminuiría los riesgos de nuestro país en caso de guerra mundial; en cambio, la permanencia en la OTAN, con el actual status, podría ofrecer en ciertas condiciones la posibilidad de que España contribuyera a la. distensión, la desnuclearización y el desarme europeos; esas condiciones, por último, dependen, de un lado, de la voluntad política del Gobierno español, y de otro lado, de la evolución de las relaciones económicas internacionales, aspecto en el que cabe subrayar que las tendencias observables favorecen la idea de un entendimiento paneuropeo y no la imagen de una creciente tensión.Los autores son conscientes de que en los presentes momentos la defensa de estas tesis, en este país, no pueden aumentar su popularidad, y hasta les expone a ser incluidos entre los "intelectuales orgánicos de la OTAN", categoría recientemente acuñada en algunos medios antiimperialistas que invirtiendo la paranoia de Reagan- parecen situar el imperio del mal en- la Casa Blanca. Pero el problema que nos ocupa es demasiado grave como para plegarse a los prejuicios dominantes o complacer a los amigos.

Como punto de partida es preciso recordar que la amenaza soviética no es simplemente un invento del Pentágono o de la CIA, menos aún del presidente Reagan, que en éste como en tantos otros aspectos se limita a resucitar consignas que ya han probado su éxito en otros momentos y en otras circunstancias. Mencionemos algunos hechos. Habiendo fracasado durante los años heroicos de la guerra civil en su intento de exportar la revolución sirviéndose del ejército rojo, y después de perder durante los años estalinianos el alma revolucionaria de octubre, la Unión Soviética extendió en 1945 hasta media Europa su zona de seguridad, estableciendo un cinturón de regímenes similares al suyo férreamente controlados desde Moscú.

Las únicas intervenciones militares en Europa desde la segunda guerra mundial han sido las protagonizadas por la Unión Soviética, de forma más o menos directa, en Berlín (1953), Budapest (1956) y Praga (1968), por no mencionar el obvio chantaje militar que provocó el golpe militar de Jaruzelski en Polonia. Intervenciones dirigidas no sólo contra el derecho a la independencia de estos pueblos, sino contra su aspiración a una democratización socialista. Por otra parte, la autonomía de los intereses militares en la URSS parece ser suficiente como para imponer en tiempos de Breznev la invasión de Afganistán en contra de la opinión del KGB de Andropov, o para presentar como un hecho consumado al propio Andropov, convertido ya en secretario del partido, el derribo del jumbo coreano. Mencionemos, por último, el inquietante síntoma que representa la represión de todo movimiento pacifista en la URSS.

Hay entonces una amenaza soviética. Otra cosa es que el agitarla en los últimos años setenta respondiera al fracaso de la presidencia de Carter y a la creciente histeria nacionalista que dio la presidencia a Reagan. El despliegue de los SS-20, en todo caso, no demostró especial voluntad de distensión, sobre todo si, como parecían pensar los soviéticos, la paridad estratégica de armamento ya se había alcanzado anteriormente. Afirmar que los SS-20 eran una simple renovación de lo ya existente no es serio. Los pacifistas que argumentan sobre la base del ya muy sobrepasado punto de overkill para criticar el despliegue de los misiles Pershing o de crucero bien podrían aplicar el mismo criterio moral a los cachivaches soviéticos.

Ciertamente, el belicoso actor establecido en la Casa Blanca no ofrece la misma imagen que el vacilante campesino que ahora parece dirigir la URSS. Pero el punto no es saber si Chernenko es persona pacífica o no, ojalá que sí. El punto es que las fuerzas convencionales del Pacto de Varsovia en Europa del Este son desmesuradas, que los SS-20 son un armamento razonablemente sofisticado, y que, a menos que alguien pare esta historia, los soviéticos siguen dispuestos a renovar sus misiles de alcance intermedio introduciendo tecnología de la última generación. Eso quiere decir que Europa occidental, con o sin la ayuda de Estados Unidos, necesita un acrecentado aparato militar para no quedar a disposición de los cambios de humor de Chernenko o de su previsible reemplazante a corto plazo. La OTAN no es solamente un invento del imperialismo norteamericano, aunque a veces se pueda comportar como tal. Europa occidental necesita un organismo de defensa.

El problema se complica porque la OTAN está subordinada a Estados Unidos y porque, para mayor mala suerte, este país se encuentra en pleno relanzamiento de su proyecto hegemónico bajo la dirección de Ronald Reagan, cuya política exterior ha agravado la tensión internacional. Veamos ahora qué pinta España en esta historia. Como sabemos, nuestro país fue incorporado a la OTAN, sin consultar a nadie, por el Gobierno de una UCD en franca decadencia. ¿Por qué no salir ya?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Prolóngar la tensión

¿Para qué serviría salir? ¿Contribuiría a la causa de la paz y la distensión? En primer lugar, teniendo en cuenta la actitud algo cerril que últimamente han adoptado los soviéticos en tomo a su posible vuelta a las conversaciones de Ginebra, cabe temer que no. Por el contrario, si España saliera de la OTAN se puede sospechar que los equivalentes soviéticos de Reagan verían en tal decisión una confirmación de la justa línea por ellos seguida, y acentuarían su dureza esperando nuevas escisiones de la alianza occidental. Sólo serviría para prolongar la tensión.

¿Podría contribuir nuestro país a la distensión desde fuera de la OTAN? Tampoco cabe mucho optimismo en este punto. Si nos marginamos de la OTAN no sólo se puede temer que quedemos marginados igualmente de la integración económica europea, lo que no sería cosa de broma para nuestros hijos y su nivel de vida, sino que hay razones para sospechar que nuestras opiniones sobre política internacional pesarían más o menos lo mismo que las de Marruecos, si mantenemos las bases norteamericanas, o que las de Malta, si no las mantenemos. Va siendo hora de aceptar con crudeza y visión de futuro nuestra situación: como parte de Europa podemos ser uno entre iguales; fuera de ella no somos nada excepto una referencia cultural para los países latinoamericanos.

¿Nos salvaría de una posible guerra mundial el estar fuera de la OTAN? No, desde luego, mientras las bases norteamericanas siguieran en nuestro suelo; pero supongamos que la vieja ineficacia de los servicios norteamericanos nos permitiera desmantelar las bases y sobrevivir como una democracia: si hubiera una guerra en Europa, ésta nos afectaría por pura geoestrategia, sin necesidad de mencionar que una guerra nuclear sensu stricto no dejaría sobrevivientes en Europa, aunque nuestro país no fuera terreno de conflicto. La única posibilidad de sobrevivencia para nuestro país es que no haya guerra nuclear, que no haya tercera guerra mundial, y en esta apuesta la salida de la OTAN no sería positiva ni suficiente.

En este contexto, en suma, debemos elegir entre confiar en nuestra buena estrella -y a tales efectos estar o no en la OTAN es casi lo de menos- o buscar vías de actuación eficaz para favorecer la distensión y el desarme. Nuestro razonamiento es que, si se opta por el voluntarismo y por contribuir a la causa de la paz, la permanencia en la OTAN nos ofrece perspectivas no desdeñables, y desde luego no asequibles si la abandonamos.

Fernando Claudín es director de la Fundación Pablo Iglesias. Durante varios años fue considerado la segunda personalidad más relevante del PCE, de cuyo comité ejecutivo y del partido fue expulsado en 1964. Ludolfo Paramio es profesor de Sociología en la universidad Autónoma de Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_