La impotencia de un gran torero
Antoñete se justificó con sus inhibiciones en el primer toro: era malo. En cambio no tuvo justificación en las del cuarto: era bueno. Demasiado buen toro era. Un toro bravo y con casta, para un gran torero: esa es, debería ser, la culminación de la fiesta.Antoñete lo había lanceado a la verónica con esa enjundia y con esa torería que nadie niega, porque salta a la vista, forma parte consustancial de su personalidad, que admira y respeta el público de Madrid. Luego se dispuso a hacer la faena soñada; pero no pudo ser: Antoñete era víctima de su impotencia. Sabía que tenía delante un gran toro, mas también sabía que los reflejos le podían fallar en cualquier momento.
El toro iba largo al cite, muy fijo y entregado, y en el remate de la suerte se revolvía con la codicia propia de su casta. Aquí estaba el problema. Antoñete carecía del fuelle necesario para aguantar esa embestida vivaz. Intentó el natural y el redondo, sacó fuerzas de flaqueza para instrumentar un trincherazo soberano, pero el toro podía más y optó por abreviar. Parte del público se ensañó con él, y le gritaba, le mandaba al asilo. Entre aficionados, en cambio, mordía el corazón ese drama profundo de un torero, torero hasta la médula, que lleva en el cerebro y en el alma la faena cumbre, y no es capaz de ejecutarla.
Plaza de Las Ventas
15 de junio. Corrida de Beneficencia.Cinco toros (el tercero, sobrero) de Celestino Cuadri, muy bien presentados, con casta, pero inválidos. Cuarto, sobrero de Joaquín Núñez, cinqueño, con trapío, bravo y noble. Antoñete. Estocada corta tendida trasera, rueda de peones y ocho descabeflos (bronca). Pinchazo con el toro descuadrado y estocada (bronca). José Mari Manzanares. Media caída (protestas y aplausos, y sale a saludar). Estocada tendida caída y rueda de peones (bronca con aplausos y sale a saludar. Julio Robles. Dos pinchazos, estocada corta baja y rueda de peones (silencio). Dos pinchazos, otro hondo bajo atravesado y descabello (silencio). Presenció la corrida desde el palco de honor el Rey don Juan Carlos, acompañado por el ministro de Administración Territorial y el presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid. Los espadas le brindaron sus primeros toros.
El momento de Antoñete es crítico. Quizá no sea tanto la edad como la mala condición física lo que le pesa. En su primer enemigo, esa precaria condición física también limitaba sus posibilidades de lidiador, pero la pudo tapar. El toro se quedaba en la suerte y derrotaba con peligro; no cabía otra cosa que abreviar, y así hizo el maestro. Lo del cuarto fue peor. Lo del cuarto le puso en evidencia.
Toda la corrida estaba inválida. No hay forma de que salgan toros enteros; bravos o mansos, qué más dará ya, pero por lo menos en su completa integridad. El problema no es la casta. Los Cuadri de ayer tenían casta. Ya pueden proclamar ganaderos, taurinos y portavoces que el problemade las caídas de los toros es consecuencia de su falta de casta, porque no dicen verdad, la afición sabe que no dicen verdad. La invalidez de los Cuadri -del mismo estilo que la de cientos de toros que hemos visto en la temporada- tuvo otras causas, seguramente punibles, que no corresponde al público averiguar.
Al público lo que le corresponde es exigir la autenticidad del espectáculo y así hizo ayer. Consiguió que dos toros fueran devueltos al corral, pero a pesar de sus protestas continuas no consigue que este problema se arregle. Desde que empezó la Feria de San Isidro, rara ha sido la corrida en la que no haya estado presente la sospecha del fraude. Y las autoridades, mientras tanto, permanecen ajenas a la cuestión, o al menos eso parece.
Ayer el callejón y los tendidos estaban llenos de autoridades, porque el festejo era de lujo y lo presidía el Rey. Ahora bien, si se limitaron a fumarse un puro, chicolear por allí y hacer bulto, y a raíz de lo sucedido no proyectan adoptar las medidas que sean necesarias contra la estafa generalizada que padece la fiesta, están incurriendo en grave dejación de funciones, de las que habrá que pedirles cuenta.
El propio espectáculo, al margen del problema del toro, no está mejor. La lidia de ayer fue infame. Toros bravos, los ponían en suerte deba o del caballo o al relance, como si se tratara de mansos de solemnidad. A veces los matadores delegaban en los peones esta tarea, que les corresponde, y para colmo, los quites también. Antoñete, en concreto, estuvo de espectador de su cuadrilla, que asumía toda la responsabilidad del primer tercio. Los picadores continuaron barrenando por los lomos traseros. Los subalternos pegaban trapazos y, en banderillas, prendían tirando los palos donde cayeran, a la carrera y sin cuadrar. Sus jefes, los matadores, dieron, por último, uñas clamorosas sesiones de vulgaridad. Tumbado, con el pico por delante y renunciando a ligar, Manzanares; crispado, sin ideas y sin gusto, Julio Robles. La nobleza de los toros les sirvió sólo para proclamar su vocación profunda de mediocres pegapases.
La llamada gran corrida de Beneficencia resultó ser un espectáculo aburrido y hortera, en el marco de la versión degenerada del toreo, que es tauromaquia privativa de esta época. Cuando los grandes maestros y han desaparecido, o viven la nostalgia del retiro, o empiezan a dar síntomas de impotencia, en tanto que domina el entramado taurino una cuadrilla de irresponsables, la fiesta entra en una fase de autodestrucción, que podría ser irreversible.
Los aficionados recurren al Senado
Un numeroso grupo de aficionados, espectadores de la plaza de Las Ventas y, principalmente, abonados del tendido 7, ha dirigido un escrito a la Comisión de Presidencia del Gobierno e Interior, del Senado, en el que denuncia las presuntas infracciones reglamentarias que se produjeron durante la corrida del pasado día 5, en Madrid, de las que responsabiliza al presidente del festejo y a la empresa, así como otras graves anomalías que habitualmente se observan en el espectáculo taurino.
Babelia
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