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Feria de San Isidro

La rutina

Los matadores-banderilleros tienen que banderillear a todos los toros. Si son de éstos los tres espadas del cartel, han de cederse los palos. La intervención de subalternos para ponerles los toros en suerte cae mal al público. Esta intervención le llena de ira si se produce durante el rejoneo. Los picadores mechan por el espinazo atrás. Las faenas han de ser a base de derechazos y naturales, y no hay más pases. Tal es la rutina de la fiesta actual y así fue ayer, no importaban ni hora (la de cenar), ni los conocimientos y posibilidades de los toreros, ni las características de los toros, a pesar de que salieron cada cual de su padre y de su madre, y la mayoría broncos.Los mejores no fueron Pablo Romero. Uno de ellos le correspondió a Manuel Vidrié, que tuvo una actuación eficaz, sobria, torera y con algunas concesiones de espectacularidad para la galería, oportunamente intercaladas. Obtuvo un nuevo triunfo en Madrid, legítimo, que le confirma a la cabeza de los rejoneadores.

Plaza de Las Ventas

6 de junio. Vigesimosegunda corrida de feria.Cuatro toros de Pablo Romero, bien presentados y broncos. De Murteira, quinto, muy noble, y sexto (sobrero), manso. Ortega Cano. Pinchazo y estocada (silencio). Ocho pinchazos -aviso- y estocada caída (pitos). Justo Benítez. Estocada delantera baja (algunas palmas). Dos pinchazos bajísimos y estocada corta (pitos). Víctor Mendes. Buena estocada (vuelta con protestas). Bajonazo (palmas). Un toro de Carmen Ordoñez, bravo y codicioso. El rejoneador Manuel Vidrié oreja.

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Otro toro bueno fue el quinto, de Murteira Grave. Un ejemplar de poco peso para lo que se lleva, pero hondo, con seriedad y trapío, y por este motivo lo aceptó sin reservas la afición madrileña, que los taurinos acusan de intransigente y dicen de ella que únicamente admite el toro gigantesco.

A la nobleza del Murteira dio réplica Justo Benítez con unos suaves lances juntas las zapatillas. Parte del público pidió al torero que cogiera los palos, por pura rutina, pues había fracasado rotundamente en sus anteriores intervenciones. La rutina de milagro no le costó un disgusto. Porque no encontraba toro por ningún lado, se le veía incapaz de ganar la cara, y una vez que se metió imprudentemente por mal terreno, al arrancársele el Murteira huyó alocadamente y resultó volteado de mala manera. El toro era extraordinario para la muleta y Justo Benítez le aplicó los dos consabidos pases en versión desastrada; hasta sufrió un desarme. La oportunidad del triunfo que necesita para lo que en jerga taurina llaman "romper" la perdió lastimosamente en este toro de nobleza excepcional.

Al anterior, que sí era Pablo Romero, un toro duro, pretendió hacerle la misma faena. La rutina de los toreros llega al colmo de querer torear lo mismo al noble que al bronco. Un par de serios achuchones y un revolcón se llevó Justo Benítez por pretender darle derechazos y naturales al Pablo Romero de sentido, que requería otra faena muy distinta.

Pero no era él sólo. Ortega Cano incurrió en los mismos disparates. Igual pretendió torear al primero, que no tenía fijeza, como al cuarto, que embestía con genio, las cornalonas astas enarboladas en alto y desparramando su mirada aviesa por encima del engaño. La rutina del derechazo y el natural tenía que ser una vez más, aunque no hubiera posibilidad de lucimiento, y sí de cogida, porque el peligro se cernía en cada oleada de la fiera. Aparte un quite por faroles, Ortega Cano estuvo ayer por debajo de lo mediocre.

El único Pablo Romero manejable salió en tercer lugar, y Víctor Mendes le hizo una faena decorosa, aunque fría y escasa de imaginación. Víctor Mendes había prendido el único par de banderillas aproximadamente ortodoxo, al sesgo, entre no se sabe cuántas pasadas en falso y cuántos cuarteos malos que hicieron los tres espadas en todos los toros. Nos dieron la tarde con esos segundos tercios vulgares e interminables; fue la tarde del garapullo.

El sexto estaba inválido y, devuelto al corral, le sustituyó otro Murteira de trapío, que exhibió su mansedumbre desde que apareció por el toril. Para que no hubiera ninguna duda de su condición, allí mismo se puso a buscar hierba, con lo que se demostró que, además de manso, era tonto de remate. Habían cerrado los portales en Madrid, y aún le estaban picando. Llegó a la muleta con cierta manejabilidad, a la que Mendes aplicó los dos pases, y cuando el toro se le fue arriba, pues también. Qué más daba. Antiguamente los toreros podían equivocar una faena. En la tauromaquia actual, no la equivocanjamás: hacen la que hay -los dos pases- y si no procede, el equivocado es el toro. Nunca se ha toreado menos y peor que ahora. A casi todos los toreros de ésta época, les sacas de la rutina de los dos pases al borrego, y son naúfragos.

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