Reservas en la OTAN
LOS RESULTADOS del Consejo Atlántico que concluyó sus trabajos el jueves no son una sorpresa para nadie. En los últimos meses, sobre todo desde el inicio de la campaña electoral, la Administración Reagan ha tenido gran interés en reiterar sus llamamientos a la URSS para que se reanuden las negociaciones sobre armamentos nucleares. Era lógico, pues, que la declaración de Washington pusiera el acento en este aspecto. Con ello no pretendemos quitar importancia a la insistencia que las delegaciones europeas han mostrado para redactar un texto más bien aperturista. Sin embargo, el mayor error sería suponer que una declaración de ese género puede tener efectos concretos para desbloquear la situación que se ha creado desde finales del año 1983. Es un texto que repite muchas cosas archisabidas; la dosis de propaganda es considerable.En un mundo cargado de armas nucleares, y en proporciones crecientes, la negociación para limitar su número, para llegar a compromisos que alejen el peligro de su utilización es todo un imperativo categórico. Desde la aparición del arma atómica, siempre ha habido uno u otro tipo de negociaciones para su limitación. Ahora están rotas. Contrariamente a las previsiones del presidente norteamericano Reagan, el inicio de la instalación de los euromisiles no ha estimulado a la URSS a negociar, sino lo contrario. Reanudar la negociación es una necesidad que Europa siente de un modo apremiante; lo confirman los recientes viajes a Moscú de Andreotti, de Genscher, por no hablar de las conversaciones de Morán con motivo del viaje del rey Juan Carlos.
La negociación está bloqueada por la posición cerrada de la URSS, que exige una retirada previa de los euromisiles norteamericanos ya instalados antes de sentarse en la mesa. Es una condición absurda; Estados Unidos no hará eso, y los soviéticos lo saben. A la vez, Europa desea limitar cuanto antes y al máximo los misiles nucleares en su territorio, e incluso poder suprimir algunos de los ya existentes en un acuerdo concertado. El caso de Holanda que ayer volvió a demorar cualquier decisión sobre la instalación de los ingenios atómicos en suelo es paradigmático. El problema es el de si EE UU, de un lado, y la URSS, del otro, están dispuestos a hacer un esfuerzo diplomático para buscar un compromiso equilibrado o si prefieren, al menos durante un período, que prosiga el proceso de acumulación de misiles. La discrepancia entre Europa y EE UU parte de una raíz que ha puesto al descubierto, en el New York Times, James Reston, uno de los comentaristas mas prestigiosos de la Prensa norteamericana: "Hay una división", escribe, "entre el concepto de diplomacia de mister Reagan y el concepto europeo. Los europeos consideran la diplomacia como un ejercicio de compromiso, para buscar salida a las cosas; mister Reagan cree que es una lucha entre ganadores y perdedores. Los europeos creen que el objetivo es el compromiso y que nadie debe ganar, mientras el objetivo de Reagan es ganar". La reunión que acaba de celebrar la OTAN ha evitado que esta diferencia se manifieste, pero no ha dado pasos serios para superarla.
La participación española merece algún comentario. Los representantes del Gobierno polarizaron la atención sobre si se firmaría o no la declaración, para luego acabar firmando, a la vez que se ponían reservas sobre un párrafo que censuraba a la URSS. Se ha dado así la sensación de que el criterio para firmar (y luego para poner la reserva) se refería al tono de las críticas a la Unión Soviética. La cuestión es bastante compleja si se analiza con rigor. Tenemos, por razones obvias, un problema de credibilidad dentro de la OTAN: nuestros aliados no saben si les vamos a abandonar en breve, y aun si han recibido seguridades en contra de esta idea por parte del Gobierno, no pueden dejar de ver la cantidad de contradicciones y titubeos que en torno a esta cuestión está cometiendo el Gabinete. Intentar ahora centrar la preocupación española en evitar críticas a la URSS es querer colocar el problema en un marco totalmente deformante que no responde ni a la sensibilidad de la opinión pública ni a la realidad de nuestras relaciones exteriores.
La experiencia de la última sesión de la OTAN confirma que la táctica del referéndum aplazado, escogida por el Gobierno, tiene efectos negativos, a los que convendría poner fin. Las declaraciones del ministro Morán en el sentido de que la aseveración de Luns sobre la inoportunidad de un referéndum venían dadas por su deseo de .chupar cámara en el último momento de su mandato" inauguran nuevos modales en el lenguaje diplomático. Por lo demás, Morán ha repetido que no existe ninguna clase de presión para que España permanezca en la OTAN. Aunque habría que determinar qué se entiende por presión, y aunque habría que decir que sorprende el bajo nivel de información del señor Morán, aun dando por buena la afirmación, es obvio que esta misma constituye en la práctica un estímulo para que los españoles se pronuncien en contra de la permanencia. Aun para el espectador más imparcial las declaraciones de Luns son una injerencia objetiva en los asuntos internos de España y constituyen la presión más formidable que pueda imaginarse. Será que Morán imagina otras peores cuando niega que existan.
El resumen de todo ello es el de que el Gobierno y el PSOE están creando una situación cada vez más contradictoria: por un lado, nuestra presencia constante en los órganos de la OTAN (aunque sea con reservas formales), incluso en organismos dedicados fundamentalmente a cuestiones militares, es una situación de hecho; la presencia y actividad militar española es ahora mayor que cuando los socialistas tomaron el poder. En definitiva, el Gobierno ha aumentado el grado de integración, y cuanto más tiempo pasa, más obviamente difícil resultaría marcharse de la Alianza. El aplazamiento del referéndum se trata de justificar por el deseo de evitar que agrave situaciones de tensión Este-Oeste; pero la eventual salida, después de un largo período de participación plena y fiel, sería un escándalo indudablemente mayor. Proliferan, además, las declaraciones de personalidades militares que presentan la presencia en la OTAN como algo irreversible y señalan la salida como peligrosa para la defensa de España. Es decir, que por un lado parece que existe una actividad orientada a explicar el porqué de la permanencia en la Alianza, pero al mismo tiempo la UGT anuncia que hará campaña contra esa permanencia, y actitudes de nuestra diplomacia como la analizada más arriba, declaraciones encontradas de dirigentes del PSOE y del Gobierno (unos, por la salida de la OTAN; otros, por la permanencia) están creando una extrema confusión en la opinión pública. La hábil política de imagen que los expertos del Gabinete socialista han sabido instrumentar no escapa así, entre tanto barullo, al fenómeno de bumerán: cada día que el Gobierno añade leña al fuego de la confusión con el aparente objetivo de defender no sólo la permanencia en la OTAN, sino hasta el despliegue de los euromisiles, se extienden los sectores deseosos de pronunciarse en el referéndum en el sentido que el PSOE defendió antes de las elecciones de 1982. Si el propósito de Felipe González es provocar una reflexión de la ciudadanía que la lleve a aceptar la otra opción, la de no salir de la OTAN, lo está haciendo bastante mal.
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