Tortura para mujeres
Agradecemos a EL PAÍS la publicación del artículo de Lidia Falcón Tortura para mujeres (jueves 17 de mayo). Es necesario que se denuncie en publicaciones de gran tirada como ésta la cruenta realidad de las mujeres de los países africanos e islámicos. Demasiado tiempo estas torturas han sido enmascaradas en el mundo civilizado como costumbres exóticas a las que hay que respetar como propias de culturas distintas a la nuestra.De paso, hacer constar que,no se perciben diferencias fundamentales entre esos pueblos y los nuestros en la situación sexual de la mujer. Pongamos algunos ejemplos, conocidos por todos: allí se cose la vagina para asegurarle al futuro marido la virginidad de la esposa; aquí, se reprime: si a la adolescente no le hace efecto la parafernalia de virtudes que, se dice, puede reportarle el mantenerse virgen, se utiliza el último método, que suele ser más efectivo a juzgar por los resultados: el chantaje: "Si te permites ser la única dueña de tu cuerpo, gozar libremente del sexo, ningún hombre querrá casarse contigo". ¿Qué diferencia hay entre esa actitud y la de los varones kikuyo, los cuales se niegan a casarse con una mujer que no haya sido castrada? De acuerdo, las actitudes están cambiando, pero ¿cuántos varones considerados de izquierda son capaces de reivindicar el derecho que han tenido sus esposas o novias a tener relaciones con otros hombres antes de conocerlos a ellos? No tolerar, sino reivindicar, sin considerarlo una especie de estigma a su honor de macho. La falta de virginidad fue uno de los insultos-reproches que sufrieron las presas torturadas por las dictaduras argentina, uruguaya, chilena, etcétera. Imposible imaginar lo mismo con un hombre, ¿verdad? Qué decir de la vejación que supone aquí para la mujer el que se conozca, en privado o en público, que mantiene relaciones sexuales libremente. Si hasta ha servido, con el beneplácito social, como arma contra ella ¡por el mismo hombre! con quien las ha compartido y, ¡asómbrense!, en una relación inversamente proporcional al orgullo que para él reporta. A falta de aros en el cuello y anillos en los labios menores, hemos tenido el cinturón de castidad, que a juzgar por las bromas que aún suscita no parece totalmente descartado como instrumento de tortura física y moral. Las mismas bromas, entre envidiosas y nostálgicas, que provocan los harenes. Todo obedece al mismo fin: la consideración de la mujer como propiedad privada y exclusiva del hombre, lo que conlleva a la negación a disponer libremente de su cuerpo. Lo que varía es la forma, y si allí cortan clitoris, labios menores y demás partes innecesarias al placer del varón, aquí funcionan las coacciones morales, igualmente castrantes. /
. Alcalá de Henares, Madrid.
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