Taurófilos liberales
Yo creía en los años cuarenta que era el primero en oír con la máxima intensidad, con la máxima concentración, la música de los conciertos buenos. También creía entonces que pocos me ganaban en grito con llanto cuando Pepe Luis Vázquez, en el marco de un silencio impresionante, ligaba una serie de naturales citando desde el centro y con la mano izquierda. En los dos éxtasis me . venció Gerardo Diego. Le tuve al lado bastantes veces, pero tenerle al lado oyendo el Debussy de Gieseking era sentir la derrota: inmóvil, todo, el cuerpo hecho suspiro, yo creía que su cuerpo era sólo espíritu.La otra victoria fue ante esa serie de naturales de Pepe Luis Vázquez: en la última grada del palco de nuestra tertulia, un poco lejos, un poco solo, el grito de olé realizaba su sueño de poeta: mover la bandera de la plaza con el viento de su grito. Me tenía que vencer y siempre que he escrito de Gerardo, y ahora cuando vuelvo al tema, lo hago desde esa con fesada y algo dolida derrota. Cuando venía Gieseking, cuando los toros no se caían. ¿Se iba a las corridas como ahora, con gabán y licorera?
El recuerdo de Gerardo me lleva a evocar, una vez más, aquella tertulia taurino/literaria de la que me despedía con pena y comilona al marcharme al seminario. Era aquella tertulia un gran islote de talante liberal, tan liberal que si Eugenio d'Ors suscribiría el cruel artículo de Vicent, allí estaba -en el otro extremo, eso sí- Ignacio Zuloaga explicándonos lo que era en tienta -la tienta como salón- el toreo de Rafael Albaicín.
El primer impulso para que en el Ateneo hubiera también islote de continuidad, reencuentro sin hiel pero con hondas añoranzas -la de Adolfo Salazar, por ejemplo me vino de la tertulia y allí comenzaron los conciertos de música de cámara. La consecuencia en la tertulia era doble: Gerardo recitaría su gran poema a Belmonte pero no menos sus sonetos a músicos. Si había reunión con cena, prolongación de tertulia, allí Dionisio Ridruejo comenzaba la reconquista de Antonio Machado suplicando a su hermano Manuel que recitase sus versos sobre el fondo de una soleá taurina -escogida por Zuloaga- tocada por Regino Sainz de la Maza.
Continuidad con el pasado
Los toros eran, de alguna manera, continuidad con el pasado que se quería borrar, porque estar al lado de Belmonte era recordar, necesariamente, al lejano Pérez de Ayala, porque recitar a Miguel Hernández era pasar a las gestiones para el indulto, porque no había más himno que las canciones de Lorca. ¿Había algún peligro en ese proclamado talante liberal? Algún arañazo quizá, pero es. que arriba estaban los que muy pronto se fueron, y no de embajadores: Tovar, Ridruejo, Laín. Volvieron, volvimos, con Ruiz Jiménez, para marcharnos en un febrero que ya se haría constante.
Luego, más de 40 años sin ir a los toros, prohibidísimos a seminaristas y curas desde los estacazos a palio tieso entre curas belmontistas y gallistas. ¡Ah!, pero no me podían prohibir que seminaristas ¡vascos! hicieran corros de risas viéndome cómo afarolaba la esclavina para mostrar las suertes. A corrida no, pero luego en Salamanca podía ir a los toros del campo, amparado contra obispo reaccionario por el Alipio Pérez Tabernero, el patriarca ganadero; el de las grandes patillas era piadosísimo y me imagino que gran limosnero.
No me tengo por nostálgico salvo la nostalgia de "mis quince años como quince verónicas lentas" del poema de Gerardo -con su ¡ay! inicial.
Sí me hace meditar lo que Vicent, dale que le dale todos los años, señala: la indiferencia de los jóvenes a mí, que si Dios quiere, que quiere, el diálogo de profesor con los jóvenes.
En general señalo, lejanía de muchos, lejanía también de la zarzuela grande, pero no les parece mal que yo me detenga en el sainete, en el género chico. No sé: se necesita una encuesta en serio. Vamos a ver: seguro que se arracimarán cuando la Academia de San Fernando exponga la gran edición, que no fascímil, de La tauromaquia, de Goya. ¿Se puede pasar, cruel y admirado Vicent, de la muerte del toro al gran tema de la muerte? Me parece que el gran Bergamín creía que sí.
Federico Sopeña Ibáñez es musicólogo
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