Ambigüedad calculada
Cuando el Gobierno de Calvo Sotelo nos metió de improviso en la OTAN, el PSOE reaccionó de manera harto matizada. El lector seguro que recuerda los comentarios jocosos al eslogan "OTAN, de entrada no", que llamó la atención por su doble sentido: no a la entrada de España en la OTAN. El hipérbaton pondría énfasis en que los socialistas nada tenían contra la OTAN como organización militar, no obstante su preferencia por permanecer fuera; pero también de entrada, es decir, de momento no, luego ya veremos. La campafla que el PSOE llevóa cabo en el otoño de 1981 insistía tanto en las razones por las que España no debía integrarse en la OTAN -incluso publicó un folleto explicándolas, cuya lectura resulta hoy muy instructiva-, como en la necesidad de que el pueblo español, después de sopesar prudentemente ventajas e inconvenientes, decidiese por sí mismo en un referéndum: el alcance histórico de la decisión exigiría una consulta popular. En el Congreso se llegó a decir que si se había ingresado por mayoría simple, por el mismo procedimiento se podía salir, lo que parecía contener un mensaje tranquilizador: no os preocupéis, tan fácilmente como hemos entrado podemos salir; se revela la advertencia de que una decisión de tan enorme significado no puede depender del albur de una mayona casual. El referéndum tendría así la función de convertir en indiscutible e irrevocable una decisión que marca el destino de la nación.Después de casi dos años de Gobierno socialista nadie piensa que exista la menor posibilidad de salir de la OTAN. Permanecemos adheridos al pacto atlántico y en día no muy lejano nos integraremos militarmente: tampoco parece probable que podamos mantener aún por mucho tiempo una situación parecida a la de Francia. Resulta llamativo que, habiendo el Gobierno evitado, por lo menog tanto como los anteriores de UCD, una discusión pública sobre las ventajas e inconvenientes de nuestra pertenencia a la OTAN, cualquiera con un mínimo de información y de sentido común está plenamente convencido de que el Gobierno ha tomado ya la decisión de integrarnos militarmente; lo único que no ha llegado es el momento oportuno para hacerla pública.
Dos cuestiones parecen, por tanto, dignas de consideración: de dónde proviene la certidumbre, ampliamente compartida, de que el Gobierno ya ha decidido en el sentido de la integración, y a qué espera para comunicarla, pidiendo al pueblo español que la ratifique en referéndum.
La certeza de que nos integraremos plenamente en la OTAN radica en la evidencia de que, en las coordenadas en que el Gobierno se ha instalado, no puede hacer otra cosa. No es que sea irremediable, como si se tratase de un fátum, de un destino inexorable; lo es tan sólo en las líneas maestras que ha tenido que aceptar para llegar al poder. Claro que, por lo menos en teoría, otro
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hubiera podido ser -y de hecho lo fue de 1974 a 1979- el proyecto global de los socialistas españoles, que, como ya hemos señalado en estas páginas, se caracterizó por su afán de ruptura con el franquismo, y, en, consecuencia, fue republicano, anticapitalista y neutralista. No hubo ruptura, y la reforma política se llevó a cabo en los términos conocidos, porque la izquierda prudentemente renunció a sus ambiciones rupturistas a cambio de conseguir el reconocimiento de las libertades y derechos fundamentales, instituciones democráticas y el Estado de las autonomías.
Hay que decir que el PSOE se ha ido despidiendo, en el último momento y no sin desgarramientos internos, de su republicanismo en el período constituyente (1977-1978), de su anticapitalismo en el 28º congreso (1979) y por fin de su neutralismo al acceder al Gobierno. Aceptada la reforma, quedaban asumidos no sólo el aparato estatal del franquismo, sino también los ejes básicos de su política: Monarquía, capitalismo, integración atlantista. La reforma consolidó la continuidad con la España que construyó el franquismo en su segunda época, a partir de la década de los cincuenta. Desde 1947 España es un reino; desde 1953 está integrada de hecho en la OTAN, a través de los pactos bilaterales con Estados Unidos; desde 1959, con el plan de estabilización, se ha desarrollado como un país capitalista, sin más cortapisas que las que provenían de la prohibición de un sindicalismo libre.
El distanciamiento crítico frente a la OTAN, del que el PSOE dio cumplidas pruebas mientras estuvo en la oposición, se explica tanto a partir de su proyecto originario -cuanto más consenso en la política interna, mayor la tentación de diferenciarse en la exterior- como por un doble cálculo. En primer lugar, a finales de los setenta no parecía desquiciado pensar en una nueva reestructuración de las relaciones Este-Oeste desde una perspectiva europea. La coexistencia pacífica había facilitado nuevas formas de cooperación entre la Europa capitalista y la comunista, a la vez que la manfiesta debilidad de Estados Unidos, todavía no recuperado del descalabro de Vietnam, permitía abrigar no pocas esperanzas. En tales circunstancias, aplazar todo lo que se pudiere la integración en una organización militar que daba muestras claras de senilidad no se puede calificar de descabellado. En segundo lugar, las negociaciones para entrar en la Comunidad Económica Europea han sido todo menos fáciles. Quedarse con la carta de la OTAN como posible baza para presionar una solución aceptable parece asimismo bastante razonable. Difícilmente se puede justificar la integración en la OTAN, con todos sus riesgos y costes, mientras permanecemos a las puertas de la CEE.
Tenemos así resuelta la segunda cuestión planteada: el Gobierno anunciará su decisión impopular -las encuestas son lo bastante explícitas en este, punto- de integrarnos militarmente en la OTAN después de que se hayan concluido las negociaciones con la CEE. Ya se ha adelantado el argumento que se expondrá ampliarnente: hay que estar a las duras y a las maduras. Al vincular a Europa nuestro futuro político, social y económico no podemos zafamos de las cargas comunes de la defensa. Entre la entrada en la CEE y en la OTAN existiría un vínculo innegable, si no de derecho -una organización nada tiene que ver con la otra-, sí de hecho. A la potencia hegemónica en el Viejo Continente no se le escapan los hilos ni en la una ni en la otra. La posición del Gobierno se desenmascará entonces como una ambigüedad calculada, que habría sido imprescindible para conseguir el éxito que se celebra. Entramos en la Comunidad Económica Europea en condiciones satisfactorias porque los socialistas supieron bandear el error imperdonable de. Calvo Sotelo: habemos metido en la OTAN sin contrapartida alguna.
Si las cosas salen bien y en septiembre se cierran las negociaciones, manteniendo la fecha fijada para la entrada de España en la CEE el 1 de enero de 1986, el referéndum sobre la OTAN podría celebrarse, en principio, en los primeros meses de 1985. Pero antes de considerar esta eventualidad examinemos la hipótesis de que las negociaciones se prolonguen más de lo previsto. La situación crítica por la que pasa la CEE y los nacionalismos desaforados en tiempos de crisis no permiten excluir lo peor. En tal caso, el Gobierno podría encontrarse envuelto en la red que él mismo ha tejido al construir el vínculo CEE-OTAN. Sin fuerza para salir de la OTAN y con la necesidad de celebrar un referéndum antes de las próximas elecciones, podría sentirse obligado a dar por buenos los resultados alcanzados, aunque sus costes fueran superiores a los que hoy parecen tolerables. Con la misma vara que se castiga, puede uno herirse.
Aunque todo transcurra según lo esperado y, a lo más tardar a comienzos de 1985, se concluyan las negociaciones con la CEE, pienso, y así lo he manifestado públicamente, que es altamente improbable que se celebre el referéndum sobre la OTAN. Imagínese el lector el triste papel de los socialistas defendiendo la integración en la OTAN, dando cancha a la izquierda, hoy completamente diluida, para que se organice en un gran movimiento pacifista, mientras que la derecha aprovecha la oportunidad para mostrar todas las ambigüedades y contradicciones del Gobierno respecto a la OTAN y en tantos otros temas. Resulta difícilmente predecible el resultado de referéndum tan pecufiar -qué grado de participación conseguiría y qué extrañas alianzas a suscitar-, a la vez que se canalizarían fondos de ambos bloques, dispuestos a darse la batalla en nuestra tierra. Sea cual fuere el resultado, el pacifismo europeo tendría ya una nueva bandera: pedir en cada país un referéndum sobre la permanencia en la OTAN. No es pensable que la potencia hegemónica del mundo occidental iba a contemplar impasible cómo se mina una organización que considera vital para sus intereses.
En el momento en que sea mayor la euforia por nuestro ingreso en la Comunidad Económica Europea, el presidente del Gobierno explicará en un mensaje televisivo la ambigüedad calculada que implicó la petición de un referéndum, que le parece imposible de cumplir. Pero como lo prometido es deuda y la expectativa de un referéndum sirvió ya para lo que tenía que servir, acaba de firmar el decreto de disolución de las Cortes, pidiendo al pueblo español que le renueve la confianza para proseguir la política emprendida, que conlleva la integración de España en la OTAN.
Una advertencia final. No tome el lector demasiado en serio estas cavilaciones de un profesor de ciencia política en el exilio que gusta de ocupar sus ocios en el entretenido juego de hacer pronósticos sobre lo que puede pasar. Las pocas veces que ha acertado ha sido por casualidad.
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