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Sísifo y la deuda externa de Latinoamérica

Algo grave está pasando en el mundo cuando países ricos y con gran futuro como Venezuela, México, Argentina, Brasil y Perú no pueden encontrar un camino normal para sanear su economía y están aplastados por hipotecas financieras que apenas les permiten la supervivencia, señala el autor de este trabajo. ¿Qué quedará entonces para las zonas subdesarrolladas de Asia y África o de otros países latinoamericanos menos favorecidos?

Sísifo es uno de los más patéticos personajes de la mitología, condenado a llevar cuesta arriba una piedra que invariablemente rodaba hacia abajo antes de alcanzar la cima de la montaña y obligado a recomenzar su acarreo una y otra vez. Debió de ser el modelo para aquel infinito infierno con el que nos asustaron en la infancia.¿Cómo es posible que Venezuela, México, Argentina, Brasil y Perú no tengan otro futuro inmediato que el que espera a los deudores calamitosos? Parece imposible que países de esa envergadura no puedan ocupar un lugar digno y estable en el orden -o desorden- económico internacional. Por causa de sus deudas externas son siempre la mala noticia de la crónica financiera y aparecen en un continuo tira y afloja con el Fondo Monetario Internacional, los bancos privados y el Club de París.

Los países nombrados no pueden poner en valor sus riquezas. Son ricos en petróleo, siderurgia, cereales, minería, ganadería, azúcar, café, cacao, etcétera. Algunos de ellos como Brasil y Argentina son de por sí ricos continentes -más que países- por la variedad de sus posibilidades.

Pues bien, algo muy grave está pasando en el mundo si países como éstos no pueden encontrar un camino normal y quedan aplastados por hipotecas financieras que apenas les permiten la sobrevivencia, postergándoles toda posibilidad para fines de desarrollo. En término medio, entre el 60% y 70% de su rédito tendrá que destinarse al pago de intereses de la deuda externa.

Si esto pasa a los países ricos, ¿qué queda para los países pobres de Asia, África y de la zona menos favorecida de América? En conjunto América Latina debe unos 330.000 millones de dólares. Es menos de lo que gastan ambas superpotencias en un año de armamento. Pero la cifra causa escándalo (no la de los armamentos) y da motivo a una interminable serie de reuniones de tecnócratas preocupados por el destino del mundo financiero occidental. Los funcionarios internacionales y los representantes de las bancas afectadas imponen un estilo aséptico a los diálogos. Logran que no se filtren los fantasmas: los macilentos rostros de los flagelados del noreste brasileño, los negritos con el vientre inflado del puerto de Barranquilla o la mirada angustiada del empleado sin trabajo que observa una mosca en la ventana de un café de Buenos Aires. Está terminantemente prohibido evocar estas cursilerías. Nadie puede escapar de las matemáticas superiores aunque los números estén apoyados en un fangal. Sólo términos, tasas de interés, porcentajes. No se puede decir en esas salas climatizadas que el tradicional juego financiero está ahora amenazado, cercado por el drama. El único drama del que se habló es el de los acreedores: el caso de la Banca Morgan, por ejemplo, que como otras corría el riesgo de tener que presentar en rojo sus cuentas y no podría entonces pagar a los accionistas el rédito del primer trimestre (un 25% mayor que el promedio del año anterior).

Sobre quién recae

Una encuesta seria realizada durante la reciente reunión de Punta del Este (por la deuda argentina) demostró que los acreedores encuestados, en total 77 representantes de bancos oficiales y privados, respondieron mayoritariamente que:

1. La recesión y el esfuerzo económico por el pago de la deuda de cada país recaerá durante varios años sobre los trabajadores principalmente, creándose desocupación y frenando los planes de desarrollo estructural.

2. El deterioro de los términos de intercambio entre los países del Tercer Mundo y los industrializados está en la base del desastre. Agravado por las barreras impositivas levantadas por los países acreedores hasta el punto de que los países deudores de Latinoamérica, con igual o mayor producción, vieron reducidas en un 40% sus exportaciones.

Se ha llegado a una situación límite que debería ser usada con inteligencia para corregir un desvío sustancial. No se puede seguir pretendiendo que la deuda latinoamericana es un problema meramente bancario. Es la prueba tangible de la inexistencia de un verdadero dialogo Norte-Sur y de la incapacidad de crear un sistema económico equitativo fuera de esa especie de tradicional juego sadomasoquista de países explotadores y explotados. Ya se sabe que gran parte de la crisis financiera del mundo industrializado debida a los aumentos del petróleo se pagó rebajando los precios y las cantidades de las importaciones provenientes de los países en desarrollo. Se llegó hasta a cerrar directamente esas importaciones pese a la existencia de contratos y de organismos reguladores como el GATT; tal fue el caso de las carnes argentinas. No se puede pretender que se trata de meros vencimientos de deudas abstractas. Se trata de un problema orgánico, de toda una corrupción del sistema económico. Echar la culpa a los deudores como si fuesen adolescentes irresponsables es un recurso que ya no funciona. Con dictaduras militares, con democracias o con semidemocracias se llegó a lo mismo. Este sistema creó enfermos económicos desde México hasta Tierra de Fuego. De nada le valió a Brasil haber crecido sostenidamente en su producto nacional bruto (como un verdadero campeón del neocapitalismo) durante lustros y con el aplauso de sus ceñudos acreedores de hoy. Argentina tenía 10.000 millones de dólares de reservas en divisas en 1980; hoy casi no puede pagar 500 millones de dólares de intereses de deuda, cuyo monto es de 43.000 millones. Son los mismos banqueros exigentes de hoy los que avalaron, prohijaron y saludaron la política de Martínez de Hoz, el ministro de economía del Gobierno militar.

La política tarifaria, las restricciones aduaneras y la especulación insensata están creando un infierno económico mundial. Estados Unidos y los principales países industriales de Occidente tienen la mayor responsabilidad. Están reventando los parches por todos lados y se necesitan soluciones de fondo. Hubiera sido saludable la aparición de un verdadero estadista capaz de haber llevado las cosas al extremo. El escándalo hubiera sido saludable para romper el círculo vicioso, aunque la Banca Morgan hubiera tenido que publicar sus saldos en rojo. Tal vez si se hubiese llegado ahora a una crisis se habría forzado un verdadero ensayo de diálogo Norte-Sur, con resultados positivos.

Se sigue con los parches. México, Brasil, Perú, Venezuela y Argentina tendrán que seguir con las penurias de Sísifo y sus obreros tendrán que seguir ajustándose el piolín que sostiene sus pantalones remendados. Reescalonar los términos de las deudas y morigerar los intereses equivale apenas a tornar un poco menos empinada la cuesta de la montaña. Pero no basta. Sísifo enloquecerá igual si sabe que las cuestas siguen hasta el infinito.

es escritor y diplomático argentino, autor de Daimon.

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