Tarradellas y Pujol
Josep Tarradellas tiene buena prensa en España, así en Emilio Romero como en Felipe González, y en Cataluña goza de estatuto de públicamente intocable. Tarradellas tiene manías históricas irreversibles, lógicas en un hombre con tanta memoria como estatura. Y una de las manías de Tarradellas es el catalanismo de agua bendita, un catalanismo que en la posguerra se fue gestando a la sombra de las montañas sagradas de Cataluña y a partir de la infraestructura de congregaciones marianas, acciones católicas, cursillos de cristiandad, etcétera.Ese catalanismo de agua bendita nunca le hizo excesivo caso al presidente de la Generalitat en el exilio, y el elefante de Saint Martin-le-Beau tiene la poderosa cabeza llena de un memorial de agravios.
Ni que decir tiene que Jordi Pujol no es santo de su devoción y que Tarradellas ha criticado su filosofía de gobierno siempre que ha podido, y ha llegado incluso a dar su apoyo a la candidatura socialista, sin duda porque representaba el voto útil contra el pujolismo.
Ahora Tarradellas dice que el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE) ha perdido las elecciones porque ha querido, porque al Gobierno central le será más fácil entenderse con Pujol que con Obiols, y hay quien entiende estas afirmaciones como la expresión de una rabieta, pero también hay quien le da la razón a Tarradellas y añade que la impotencia de Obiols al frente de la Generalitat, supeditado al voto de obediencia al PSOE, habría significado un desgaste muy grave para la recaudación de votos socialistas en las elecciones generales de 1986.
Pujol nunca se da por enterado de los ataques de Tarradellas, y con esta táctica ha conseguido diluir la repercusión pública del marcaje tarradelliano.
Al igual que aquel psiquiatra repetidamente agredido por los salivazos de un vecino, Pujol se encoge de hombros y musita: "Es su problema". Mientras tanto, Tarradellas prepara el próximo capítulo del serial.
Continuará.
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