Tristan o el hermetismo
La narrativa francesa actual se está intentando liberar del yugo que la había aherrojado hasta la exasperación: el nouveau roman. Bien es verdad que aquel riguroso movimiento, en el que lo filosófico y lo lingüístico prevalecía sobre lo meramente experimental o vanguardista, enriqueció profundamente la literatura universal, y que ya no se puede escribir novela hoy de la misma manera como se hacía antes del nouveau roman, grupo nada homogéneo y profundamente centrífugo. Lo específicamente narrativo experimentó sin embargo, bajo aquel ataque demoledor y no carente de razones, un notorio empobrecimiento.A estas alturas, Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute o Claude Simon son ya autores clásicos. Mientras tanto, la novela novelesca se ha abierto paso en el mercado francés como una incontenible reacción ante la dictadura anterior de lo intelectual. Sus resultados, en gran medida, no son muy alentadores, pero algunos nombres surgieron con voluntad de estilo y de indudable envergadura artística, como los de Michel Tournier, Patrick Modiano o Angelo Rinaldi. Yves Navarre sentimentaliza la crudeza de un Tony Duvert, Phillippe Sollers en su último bandazo reniega de su radicalismo izquierdista y escribe a la manera de un Céline burgués una novela "tradicional" y muy discutida, Femmes, y Frédérick Tristan obtiene el último premio Goncourt con su novena novela -Les Egarés- que ahora aparece en castellano.
Tristan confiesa que entre sus escritores preferidos están Borges y Pessoa, que le obsesiona el problema de los heterónimos, y lo de muestra andando: se llama Jean Paul Baron, firma con seudónimos -creó una figura imaginaria, la de una jovencísima poeta desaparecida, Danièlle Sarréra- es industrial del textil, dirige una revista de hermetismo, y sólo pasa por París cuando lo necesita. Curioso y novelesco personaje, cuya obra Extraviados es uno de los productos más "sugestivos y personales" de las letras francesas de estos años: el narrador es un protagonista que se niega a serlo, creador de un escritor ficticio denominado Gilbert Keith Chesterfield personaje que "rellena" con la figura de otro amigo de oscuro origen, Jonathan Absalon Varlet, cuya brillantez e inquietudes le conducen a ser Nobel de literatura y a morir en un holocausto privado en la Barcelona de la guerra civil. Y a constituirse él en el objeto de la novela -intelectual, política, de amor, aventuras y hasta mística- que acaba por escribir el narrador. La lectura fascina, el producto apasiona e intriga, las claves se traslucen a través del hermetismo, y el futuro del escritor se ha abierto a la esperanza.
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