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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Poder, ciencia y consciencia

No cabe duda de que hoy existe un miedo no disimulado a las consecuencias negativas de la era tecnológica en que ya está inmerso el mundo. La facilidad con que se puede llegar a una guerra nuclear o al control del pensamiento y del comportamiento humanos constituyen las dos muestras más palpables del lado negativo de la tecnología moderna. Frente a las utopías de Hipodomo, Platón, Moro o Campanella, el mundo actual vislumbra los negros horizontes de las antiutopías descritas por Huxley, Burgess u Orwell. Es inquietante que el presidente Reagan, en el inicio de su campaña electoral, se haya referido al orwelliano 1984 como "el año en que se traducirán en acciones las grandes verdades de la Biblia". De hecho, el poder omnímodo de las grandes potencias se expande por doquier, tanto a través de descarados medios de dominación económica o militar como por métodos más persuasivos, utilizando "la violencia dulce, silenciosa y anónima" que les permite la posesión de una tecnología refinada que ya había preconizado Tocqueville cuando a, principios del siglo XIX escribía que "el tipo de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá en nada a la que hemos conocido hasta hoy".

Identificar tecnología y maldad sería, no obstante, tanto como confundir medios con fines. Es ocioso, por evidente, referirnos a las grandes ventajas que para el progreso humano está teniendo la tecnología moderna. La humanidad debe aprovecharse de las importantes conquistas de la era tecnológica, pero previamente debemos ser conscientes de los profundos cambios a que ello dará lugar. Frente a la etapa renacentista que está terminando de vivir el mundo occidental, en la que una filosofía de base racionalista. e individualista y una ciencia experimental garantizaban, al menos a un nivel teórico, la diferenciación mental y la posibilidad de distintas opciones de desarrollo social, debido al valor relativo de sus métodos y conclusiones, la tecnología moderna, por el contrario, posee capacidad suficiente para el tratamiento uniforme de toda cuestión que se plantee. Por medio del lenguaje codificado y del auxilio de los métodos estadísticos se puede llegar a conocer casi todo de modo simplificado y homologado. El homo sapiens se puede convertir en homo comunicatus.

Hasta el presente, la civilización occidental ha pasado por tres importantes etapas diferentes. Una primera de lucha por la igualdad de derechos, que culminó con la Revolución Francesa; una segunda tendente a la consecución de un reparto más igualitario del capital, que se puede identificar con las pretensiones marxistas, y la presente, en la que se intenta la igualdad en la adquisición de conocimientos a través de los métodos tecnológicos. La tecnología es en sí misma universalista; sus técnicas y sus productos traspasan los límites nacionales o ideológicos; su lenguaje cibernético e informático es internacional. Debido a ello, la tecnología moderna es una buena base de cooperación planetaria.

No debe desconocerse, sin embargo, que las grandes posibilidades tecnológicas de la ciencia pueden ser aprovechadas por el poder para fortalecer sus objetivos militares, económicos o políticos. La relación entre ciencia, tecnología y sociedad se ha convertido, como señalaba Merton, en un problema social que es necesario plantearse con claridad.

Es un hecho constatable la militarización de la ciencia y de la tecnología. Lo es sin duda en el bloque soviético, y también en el norteamericano, donde en 1983 más del 60% del programa para la investigación y el desarrollo se ha encaminado hacia el ámbito militar. Se estima que más del 45% de las investigaciones mundiales está directa o indirectamente implicado en sectores militares. La industria de producción en masa de bienes de destrucción colectiva es uno de los mejores clientes de la actividad tecnológica, que en este terreno está incesantemente renovando lo que queda mortíferamente desfasado. Por otra parte, la política de disuasión nuclear, a través del reforzamiento armamentista, hace que prácticamente todo planteamiento científico, tecnológico y económico mundial gire al servicio de la potenciación militar, hipotecando cualquier otra alternativa de desarrollo humano.

Una gran parte de las nuevas tecnologías se utiliza también para acrecentar el poder económico de las empresas multinacionales que fabrican y distribuyen en masa nuevos productos, muchas veces superficiales e inútiles en relación con las verdaderas necesidades económicas y sociales. En este sentido, conviene recordar que no es lo mismo defender el fundamento de la libertad económica que el fundamento económico de la libertad. Los modelos económicos e industriales de las grandes potencias se exportan además a los países menos desarrollados a través de la transferencia de tecnologías que no tiene en consideración las características propias de los lugares donde intentan implantarse. Lo que se transfiere realmente no es tecnología únicamente, sino capitales, bienes de equipo, etcétera, con finalidad económica o militar; es decir: se traspasán nuevas formas de dominación. Ciertamente, el enriquecimiento de los países desarrollados y el empobrecimiento de los subdesarrollados no son más que las dos caras de la misma moneda. Por ello, a pesar, de los adelantos tecnológicos, más de 90.000 personas mueren cada día de hambre, la mayoría de ellas niños, que en caso de subsistir lo hacen, en múltiples ocasiones, aquejados de enfermedades irreparables. Cada año, 250.000 niños se quedan ciegos por falta de vitamina A.

En consecuencia, la utilización de la ciencia está hoy profundamente vinculada a las estrategias políticas y económicas de los poderes mundiales. En la medida en que es productora de tecnología, la ciencia está implicada en los procesos industriales y de producción, que, a su vez, dependen de concretas finalidades políticas.

La mala utilización de la ciencia y de la tecnología puede tener también consecuencias muy negativas en los campos de la cultura y de la libertad humana. Nuestra sociedad sufre una grave distorsión cultural, que se manifiesta en el desfase y falta de acoplamiento entre el nuevo crecimiento científico y técnico y el desarrollo. psicosocial. Tal como se ha señalado en el congreso mundial que acaba de finalizar en Estrasburgo sobre El hombre, el Estado y la sociedad del futuro, la era tecnológica sólo será positiva para el desarrollo humano si la ciencia está al alcance y al servicio de la consciencia. En la era tecnológica no se podrá hablar de calidad de la vida si no existe un nivel cultural adecuado para que cada hombre pueda poseer una capacidad intelectual suficiente para obrar y decidir por sí mismo. Para preservar su libertad, el hombre necesitará siempre un cierto distanciamiento mental tanto de los medios tecnológicos empleados como de la realidad que le rodea. Habrá que evitar que el uso individual de la racionalidad y de la imaginación sea reemplazado por grandes esquemas burocráticos formales, por muy uniformes, simples y fácilmente adaptables que sean. El mayor peligro para una sociedad libre sería encontrarse con que los ciudadanos llegasen a acostumbrarse a vivir con normalidad dentro del campo de concentración de unas ideas iguales, impuestas y asumidas como propias. Ellos mismos se convertirían en guardianes de la ortodoxia y perseguidores de la diferenciación. Los temibles policías orwellianos del pensamiento no tendrían ya ninguna función que cumplir.

Frente al abuso militar económico o cultural de la ciencia y de la tecnología, efectuado por los distintos poderes, que puede llevar al mundo hacia metas antiutópicas, es necesario dar una respuesta actual a la vieja pregunta de quién guarda a los guardianes. Hoy, una vez más, hay que responder que la única garantía del control de todo poder sigue siendo la defensa de una sociedad democrática basada en el acceso libre a la cultura, a la educación y al respeto de la libertad. Para que en la nueva era tecnológica la ciencia se convierta en consciencia se ha de posibilitar al menos la realización de los siguientes principios, que formarán parte de la declaración sobre objetivos culturales que se aprobará en mayo en la reunión prevista de los ministros europeos de Cultura:

1. Asegurar sin discriminación alguna el pleno ejercicio de la libertad de pensamiento y de expresión, incluida la posibilidad de cada uno de vivir según sus propias convicciones, dentro del respeto de los derechos del hombre.

2. Asegurar a todos la posibilidad. de contribuir a la formación de las ideas y de participar en la elección de alternativas para el futuro. Para ello se debe garantizar el acceso a la información y a la educación.

3. Velar para que las acciones tomadas en nombre de la colectividad sean claramente expuestas, públicamente debatidas, democráticamente decididas y puestas en práctica.

4. Favorecer el reconocimiento de la identidad cultural de las minorías y su participación en la vida social, a fin de que la sociedad, respetuosa con la diversidad, permita el reforzamiento de la solidaridad.

Manuel Núñez Encabo es catedrático. Diputado del PSOE y parlamentario del Consejo de Europa.

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