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La posmodernidad como futura antigualla / y 3

.Quedamos en ver cuál sería la posición de la llamada posmodernidad ante el mundo de los relatos o, si se quiere, de los mitos: de las historias no sucedidas, al menos al pie de sus letras, que nos contamos de diferentes maneras y que tantas veces, en verdad, nos ayudan, aparte de divertirnos más o menos (o, mejor, al mismo tiempo que esta diversión se produce), a entender algo más de la trama de la vida humana y de sus destinos en el mundo.

Estoy por decir que la posmodernidad ve con mejores ojos al componente narrativo en las tareas científico-técnicas, pero nada más pensarlo ya estoy acordándome de multitud de ejemplos, "anteriores" a la posmodernidad, de valoración muy positiva de la imaginación para la ciencia; y esto me hace reafirmarme una vez más en el rechazo de todos estos esquemas historicistas tan ingenuamente diacrónicos. Althusser vino a decirnos, si no recuerdo mal, algo como que no hay historia de la filosofía. Lo que se ha hecho en la historia, digo yo ahora, apoyando a mi modo esta presunta opinión de Althusser, es ir aportando elementos a una estructura de pensamiento que va siendo, como tal, poco menos que invariable.

La posmodernidad se definiría, al fin, en términos parecidos a éstos, si es que yo he sacado algo en claro en mis no muy atentas lecturas:

1. Incredulidad con relación a los grandes cuentos, digámoslo así. Nuestro Lyotard llama a esto los "metarécits"; pero diciendo grandes cuentos parece que puede entenderse mejor, sobre todo si se añade que la posmodernidad adora, o poco menos, los "pequeños relatos": "forma por excelencia que toma la invención imaginativa y, sobre todo, en la ciencia" (el texto es de Lyotard, la cursiva es mía).

2. Toma de distancias con relación al criterio de performatividad o, digamos, al endiosamiento de los resultados como criterio de legitimación. El desarrollo de la ciencia no se hace, pues, gracias al positivismo de la eficiencia.

3. No suscripción de postulados deterministas, sobre los que precisamente "reposa la legitimación por la performatividad". Tan sólo hay algunos "islotes de determinismo" en la realidad. La regla es lo contrario: el antagonismo catastrófico. La realidad responde al "modelo de las catástrofes. Esta crisis del deterismo obliga a que las respuestás tengan formas de "golpes"... en los que la imaginación tiene un importante papel que desarrollar. El pragmatismo... el positivismo lógico... habrían sido meros episodios -¿o forman parte de uno solo?- en la historia de las investigaciones epistemológicas.

4. Contra cualquier intento de "innovación" -que sólo comportaría determinadas mejoras en la eficiencia- se propone una actividad "paralógica". Sistema abierto, lugarización -o localización, si se me rechaza el neologismo- de lo afirmable en el discurso, antimétodo y otras igualmente difíciles de definir serían las notas característícas de esta "paralogía" que se pretende legitimante a la par que tiene el problema de su propia ligitimación, que no se entiende como la de "metalenguaje universal", sino como la de "pluralidad de sistemas formales". ,

5. Una sensibilidad mayor, y que se pretende "nueva", para las diferencias, lo que quizá disminuya un presunto sufrimiento ante lo "inconmensurable". Claro está que de estas diferencias asumibles al mundo duro de las oposiciones dialécticas -recordemos fugazmente aquí la lucha de clases y las luchas de liberación nacional- hay un abismo. La diferencia -entendida en el campo de lo que se ha llamado paralogía- es, según esto,una categoría importante de lo que se llama el saber posmoderno. De este y otros modos ya va quedando sustituido el modelo de "la mejor performance".

6. En lugar de que la legitimación se produzca en función de la mejora de los resultados, se pretende algo que para mí ofrece muy serias dificultades: que las reglas valedoras del discurso "posmoderno" formen parte del discurso mismo, sean inmanentes a él. El cual consiste, frente a las ilusiones deterministas, en un trabajo "a la prueba" y "al argumento". Mayor complicación en la admisión de pruebas y mayor enriquecimiento en las argumentaciones, con la asistencia de invenciones y paradojas, legitimables mediante nuevas reglas que tendrían que surgir, y no sé cómo, de la propia entraña del discurso cognoscente. Y la eficiencia vendría por añadidura.

7. Resolución de la separación "moderna" entre los decisores y los ejecutantes. Esta separación es considerada por Lyotard como "uno de los principales obstáculos al desarrollo de la imaginación de los saberes". Los decisores serían los agentes de esta práctica "terrorista".

8. La ciencia en cuanto arte, digámoslo así. ¿La posmodernidad, en este sentido, consistiría en volver a las andadas: a las andadas anteriores al pragmatismo y al positivismo?

Algo de eso hay cuando se miran las cosas con aquella simplificación diacrónica de que hemos hablado. Mirando así, es cierto que el aspecto narrativo, en los científicos, parecía quedar reducido al momento en el que el investigador contaba su invento o su descubrimiento por la radio o por la televisión, y ello con las andaderas del interrogatorio periodístico. Ahora, sin embargo, se habla hasta de anarquismo o dadaísmo epistemológico (P. Feyarabend versus Popper); así como para P. B. Medawan, un sabio es alguien que cuenta historias -¿a la familia de Stevenson pertenece entonces?-, aunque se vea, eso sí, en la necesidad de verificarlas, lo cual lo diferencia mucho de Stevenson, evidentemente. Ahora, en fin, puede decirnos que lo verdaderamente científico ante un presunto descubridor es decirle: "Vamos a ver, vamos a ver, cuénteme esa historia". Actitud, como se ve, muy diferente de la de los decisores modernos, que, desde luego, siguen pululando, y cómo, en la posmodernidad.

¿Y qué tiene de malo, entonces, la llamada posmodernidad? ¿Y por qué la trata usted -se me puede decir- de "futura antigualla"? Dejando aparte la posmodernidad a la española en el campo literario, sobre la que hablamos indicando su indeterminación -en el arte ya ha habido prácticas y reflexiones bastante definidas, como la de Cage en la música-, vayan aún dos palabras sobre el talante que se podría llamar "poscientífico". (Sobre la posmodernidad española, su carácter de inminente antigualla lo lleva grabado en su propia inconsistencia. Lleva ya sabor de época -de época pasada- en el mismo momento en que se está produciendo. Algo así debió verse va en los momentos más "apogeóticos" del modern style, por ejemplo: era una novedad que olería ya a pasado, digo yo, a sus espectadores más sensibles.)

En la parcela "seria" de la reflexión, yo pienso que, efectivamente, esa posmodernidad recupera elementos, si se quiere, premodernos, oscurecidos después por una epistemología cientifista, muy poderosa, sobre todo, en el área anglosajona. Lo cual está muy bien, pero también me parece, como queda ya dicho anteriormente, que comparte con esa concepción cientifista la aceptación de aquel modelo "unífico" y funcional, cuyos efectos culturales han sido muy desmovilizadores socialmente en función de un rechazo, que también me parece bien, de la militarización de la cultura que sufrimos particularmente durante la década de los sesenta en España.

Transformación del mundo

Lo inconveniente es que tal deseable desmilitarización haya arrastrado, salvo en algunos casos, la deseable mitancia en la empresa, de la transformación del mundo. Islotes de resistencia quedan, desde luego, en el mundo del arte y de la literatura, menos numerosos, sin duda, en el científico -y creo que Chomsky ha hecho observaciones justas al respecto en varias ocasiones-; tales islotes no se reclaman, desde luego, de la posmodernidad, que es uno de los nombres del desplazamiento a la derecha en la vida intelectual de los últimos años.

Sin embargo, es muy cierto que la llamada sociedad posindustrial alberga, en el mundo capitalista, tensiones a todas luces insolubles en el marco de su sistema. Síntomas del más profundo malestar son cada vez más evidentes e importantes, y ante ellas se opone, a lo más, un discurso vagamente reformista, militarizado por un aparato policiaco sin precedentes. Entre los signos de ese malestar no es el menos evidente la existencia de luchas armadas locales, que se despachan con las acostumbradas expresiones de bandidaje o terrorismo.

La posmodernidad se sirve, socialmente, con garrotazo y tentetieso, y el refugio lúdicro es, en este panorama, la versión posmoderna de aquellas antiguallas que en su tiempo se llamaron "torres de marfil". Se cuenta quizá con la posibilidad de acometer la solución de los problemas desde los laboratorios y desde los ministerios del Interior convenientemente internacionalizados e informatizados. Pero no es ese un programa que podamos aceptar sin crujir los dientes quienes nos reclamamos -todavía y sobre todo ya- de la investigación de la verdad, de la realización de la justicia y de la fruición de la belleza.

En el contenido de estas "antiguallas" está el futuro, que se presentará, si todo sigue así, en formas de muy encarnizada lucha, probablemente. Entonces ya no habrá más sonrisas entre irónicas y benévolas para el recuerdo de Jean Paul Sartre, que postulaba el "engagement" de los intelectuales. Entonces, en Europa, este tiempo quizá se recuerde como una rara nostalgia, y este término -posmodernidad- habrá que buscarlo en el baúl de las antiguallas.

Alfonso Sastre es escritor y dramaturgo, autor, entre otras obras, de Escuadra hacia la muerte, La cornada y La sangre y la ceniza.

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