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La posmodernidad como futura antigualla / 1

Leo en este diario (15 de marzo de 1984) una información sobre cierto acto cultural celebrado en Madrid en el que -dice el titular- Nuevos narradores intentan definir la posmodernidad. Por lo pronto, en el delantal de la crónica se define el término como "nuevo", y también se dice que se trata de un "nuevo término" en el curso del artículo. En realidad, el término no es tan nuevo, por no decir, exageradamente, que es viejísimo. Cualquiera puede haber leído hace ya bastantes años aquel librito de Jean-François Lyotard sobre La condition postmoderne.Lo busco entre los libros de la casa y, por fortuna, lo encuentro: está publicado en París en 1979, y ya en él se dice que posmodernidad es un término que viene empleándose desde hace tiempo por sociólogos y críticos norteamericanos para significar la "condición del saber" que correspondería a las sociedades más desarrolladas. Este sería, pues, el sentido fuerte de este término, si bien alude, más vagamente, a distintos campos que el del saber propiamente dicho: a la cultura en general, con su literatura, su arte, sus modas, sus costumbres, etcétera.

En su uso cultural-matritense no parece indicar otra -cosa que cierta irónica aceptación de todas y cada una de las tendencias, formas o posibilidades culturales: la pacífica coexistencia de lo plural y cierto horror por las actitudes serias, entendiendo quizá por serio aquel discurso que pretende alcanzar una cierta coherencia. El riesgo de la fetichización de lo lúdico no parece inquietar por ahora a los agentes matritenses del indeterminado fenómeno cultural que se trata de cubrir con ese término.

Sea como sea, y desde luego vamos a intentar algún entendimiento de la cosa, sí parece evidente la indeterminación de los términos que se suelen emplear para significar líneas o movimientos sociales y culturales. Socialmente viviríamos en la edad posindustrial. Culturalmente, en la edad posmoderna. Parece significarse con todo eso que estamos viviendo después: en el día después. ¿Pero después de qué? ¿Después de la industria? ¿Ya no hay, pues, industria? ¿Después de la modernidad? ¿Después de la Edad Moderna? ¿Pero no es y ha sido siempre así? Pues moderno viene a ser, si nos acordamos del latín, lo ocurrido hace un momento, casi ahora mismo: lo inmediatamente pasado.

Contemporaneidad

Los manuales de historia, cuando yo estudiaba el bachillerato, llamaban Edad Contemporánea a esto que vivíamos después de la Edad Moderna, período que se definía con bastante precisión en aquellos manuales. ¿Mejor sería, pues, decir contemporaneidad que posmodemidad? (Otro de estos términos culturales viene llamando la atención desde hace tiempo, por lo menos a mí: es el de vanguardia, con el cual nos referimos a formas y modos que quedaron muy definidos en el período de enteguerras. ¿La vanguardia artística es, pués, un fenómeno de hace 50 años? ¿Pero entonces por qué seguimos llamando vanguardia a lo que fue vanguardia en otro momento, ya muy pasado?)

En cuanto a lo de la condición posmoderna, es evidente que refiere, con una mala palabra, un fenómeno de muy importantes características, cuya filosofía podría residir, como la de la concepción moderno-científica a la que pretende suceder, en una determinada "representación metódica" (Lyotard) de esta sociedad cómo un todo funcional. Funcionalismo y unicidad serían las notas características de este modelo. La sociedad sería como "un sistema autorregulado -creo que así se expresaba Talcott Parsons-, o sea, un sistema cibernético: autopilotado (pues kibernesis no es sino pilotaje, por decirlo así); concepción evidentemente opuesta, aunque este sea un término desagradable desde el punto de vista posmoderno a aquella -¿habrá, pues, que decir aquella, como si fuera un fantasma del pasado, o sea, de la modernidad- a la que mira la sociedad como dividida en dos.

Marxismo y hasta paleomarxismo sería el nombre de este modelo: el que ve en la sociedad un mundo dividido (así decía Peter Weiss: "vivinios en un mundo dividido", y de ahí que nos vieramos en la necesidad de tomar partido, de adoptar posiciones militantes y otros excesos que hoy observan sonrientes, no sé si felices, los agentes más o menos conscientes de la posmodernidad). Aquella era una "teoría crítica", dice Lyotard, que implicaba un dualismo de principio, y que desconfiaba, y desconfia si todavía la mantienen algunos agentes incombustibles, "de las síntesis y de las reconciliaciones".

Los comienzos

Lo que podría considerarse el pensainiento posmoderno español, o no ha empezado todavía, o comenzó hace bastante tiempo: en forma bastante civilizada con un libro que fue famoso, en los años sesenta y que escribió y publicó Gonzalo Fernández de la Mora (El crepúsculo de las ideologías), y, en forma teóricamente más impresentable, con la abolición de la lucha de clases por el nacionalsindicalismo en la derecha y con la doctrina de la reconciliación nacional en la izquierda. A fin de cuentas, las diferencias sociales son menos importantes que las tareas comunes. "Vosotras y yo", como dijo cierta aristócrata a las presas de la cárcel de las Ventas en aquellos años sesenta, "somos iguales, la única diferencia reside en que vosotras no tenéis dinero y yo sí", y a continuación las invitó, a un helado para nivelar convenientemente la situación. Parece ser que luego la señora se marchó a su casa y las presas volvieron a sus celdas. (¡Qué poco posmoderno soy!, reflexiono después haber escrito las anteriores palabras).

En la práctica española me parece que la posmodernidad no pasa mucho, por ahora, de cierto talante ecléctico y liberal asentado sobre algún horror a las opiniones fuertes, no porque con ellas se falte a la verdad, que eso cualquiera sabe, y tampoco importa demasiado, sino porque es de mal gusto desde el punto de vista estético y, si así quiere decirse, libertario a la violeta. ¿Serían, pues, los escritores posmodernos a la española una especie de libertarias a la violeta?

Escepticismo acerca de que algo pueda ser legitimado como verdad hay, seguramente, en estas posiciones, quizá definibles -¿y por qué y para qué definirlas?; decididamente, no paso por un buen momento desde el punto de vista posmoderno- como neosofistas si no fuera ponerse demasiado serio el hablar de esta manera. ¿Algo así como un momento alejandrino (y dale)? ¿Decadentismo quizá sería esta figura? En tal caso podría esperarse algo interesante desde el punto de vista artístico y literario.

Sentimiento pacifista

También parece esta más o menos incipiente posmodernidad española arropada -de arrope, no de ropa- por un honesto sentimiento pacifista a ultranza, pues, como se sabe, todo se puede resolver hablando, y además hay cauces pacíficos incluso para la expresión de cierta violencia connatural, al parecer, a la especie humana. A Fernando Savater -que podría ser un buen maestro de posmodernos a la española- le oí por Radio Nacional proponer competiciones deportivas como una de las posibles alternativas a la violencia en Euskadi. También oí algo bastante posmoderno, al señor Samaranch, alto dirigente deportivo: él decía que la Iección del deporte" es una prueba de que "se puede convivir por encima de las ideologías".

Sobre el arte se ha pensado así desde hace mucho tiempo, y quizá ahora se vuelva a pensar de este modo, en el área de la posmodernídad, frente a quíenes siempre hemos pensado -y seguimos pensando, ay- que la función del teatro, por ejemplo, lejos de aplicarse a provocar efectos comulgantes, tendría que consistir en revelar los más profundos antagonismos y, en definitiva, en dividir la sala a imagen y semejanza del mundo dividido. Así pensábamos, al menos, algunos cuando la sociedad era todavía nada más que moderna.

En otro artículo quisiera, dejando a un lado la posmodernidad a la española, decir algo sobre lo que, con esta palabra ya consagrada, se llama, en el campo de la cultura euroamericana, el saber posmoderno.

Alfonso Sastre es dramaturgo y escritor, autor, entre otras obras, de Escuadra hacia la muerte, La cornada y La sangre y la ceniza.

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