_
_
_
_
Reportaje:

Fumadores con muchos humos

En España nadie respeta la limitación del uso del tabaco, a pesar de la legislación vigente

A los dos años justos de promulgarse un real decreto sobre publicidad y consumo del tabaco, médicos, sanitarios, familiares y enfermos fuman donde les viene en gana dentro de las clínicas de la Seguridad Social. El ministro Lluch no sabe cómo desmontar este exótico gran buffet de nicotina y humos, único en el mundo.

El avión de Iberia Ciudad de Murcia remontó el vuelo sobre la pista, y con el tren de aterrizaje todavía fuera, dando aún bandazos, la azafata se apresuró a autorizar a los viajeros para que "fumen si lo desean, excepto en los lavabos y los asientos en los que está prohibido".¡Qué has dicho! Más de la mitad del pasaje echó mano del socorrido chupete y se lo aplicó a la boca. Aunque la aeronave se divide teóricamente en dos (a la derecha, los fumadores, y a la izquierda, los no fumadores), en la práctica todo es una derecha humeante. El tirulo arde por doquier sin respetar normas. Incluso a elevada altitud el español se entrega a la celtifagia.

Lo que acaba de manifestar el novelista Burgess (véase EL PAIS del 8 de abril) no va con nosotros: "A finales de siglo no habrá ya fumadores; es un hábito que se extingue". Pero aquí sucede justo al revés, y cuando el mundo se dispone a apagar la colilla, España apura la brasa y prende otra.

En este mismo avión viaja un suizo de 51 años, de ojo estrábico y perilla freudiana, que cada lunes salta de Alicante a Madrid para curar fumadores a 6.000 pesetas la sesión. Una sesión basta. A las puertas de su clínica (en la madrileña calle de Hermosilla) se forma una larga cola de adictos al tabaco.

-Me han dicho que es como un brujo, y en media hora te hace olvidar esta esclavitud -comenta un oficinista con los dedos temblorosos y amarillos de nicotina.

Fritz Stalder tiene éxito. Su técnica no es de aversión. Nada de corrientes eléctricas cuando vas a sacar el pitillo. Y tampoco es cosa de acupuntura. "Con una aguja en la oreja no se aleja del tabaco ni siquiera a un punk", dice el suizo, "y tampoco es cuestión de añadir culpabilidad ni angustia". Este discípulo del ruso Wassiliew relaja al fumador a base de hipnotismos y otras sugestiones, y en ocho minutos cronometrados helvéticamente hace aborrecer los cigarrillos. "El español es un bárbaro fumando, el español está siempre tenso, siempre en movimiento, huyendo siempre de la soledad. No se escucha a sí mismo".

Pero escucha al suizo Fritz, quien le despide obsequiándole una terapéutica casete a modo de recuerdo: "Cuando un hombre o una mujer fuma inmediatamente después de hacer el amor, sólo está descubriendo su miedo a no haber cumplido como deseaba".

En España se fuma antes, después y durante el amor; entre comidas y tragos, y al salir de la siesta. Se fuma en el hospital, en el metro, el bus, los taxis, la escuela, la playa (donde hay más filtros de celulosa que granos de arena) y la sacristía. Si no se fuma en el hemiciclo del Congreso es, como cree un portavoz de Tabacalera, porque Peces-Barba padece del corazón. El síndrome de abstinencia resulta más penoso a los diputados que un debate sobre celibato monacal.

Los ministros no respetan nada

Hay que recorrer la ciudad de un extremo a otro para cerciorarse de la intensa ignición urbana: sobre los pasteles de las cafeterías y las tapas de los bares avanzan nubarrones de humo; en las aceras tosen y escupen los peatones, lo que es causa y efecto del tabaco; los anuncios asfixian con señoras que succionan cigarros puros y te miran desde todas las vallas buscando tus labios; hay jóvenes que prometen genuino sabor americano, y variedad de pitillos, tridimensionales y gigantescos, se alargan por las avenidas como irresistibles y obscenos falos.

A las puertas del Ministerio de Sanidad se agolpan los funcionarios para adquirir su marca preferida en el estanco propio. Es admirable la disciplina de esta cola, que más parece formada por civil servants británicos que por burócratas hispanos.

Los conserjes fuman en la cara del visitante, al que, entre humos, aplican la pegatina de acceso. Fuman todos en los ascensores que transportan al director general en densas nubes hacia el cielo, y algo fuma, también, el titular Ernest Lluch. Recostado en el sofá de piel de su despacho rebosante de libros ("mi vicio es la lectura", dice), el responsable de la Sanidad nacional confiesa que cada domingo me fumo un puro después de comer".

Del Rey abajo todos exhalan los mismos vapores. "Afortunadamente, el monarca no fuma en público, y eso está muy bien", comenta Lluch echando a un lado su flequillo, "pero ahora estoy dispuesto a hacer cumplir el decreto que regula el consumo del tabaco hasta sus últimas consecuencias".

Pueden ser consecuencias dramáticas. Y el mismo ministro lo sabe: "Fíjese lo que ha pasado con la prohibición en el Congreso, una vergüenza, es mejor que en Europa no se enteren". La brisa sanitaria peninsular no llega al continente, y viceversa.

Para Lluch está claro que los políticos no deben fumar a la vista del público: "Los tengo a todos marcadísimos. El presidente González ya lo ha entendido, y se controla. Morán lo hace todavía fatal. Se cuelga el cigarro en los labios y, hale, a hablar de lo que sea, donde sea. Un horror. Y también Moscoso. Levanta el pitillo así, y lo enseña con mucho movimiento. El más austero es Guerra".

¿Puede ser juez y parte un Gobierno masivamente fumador? "Aún recuerdo con espanto la visita que hice una noche a un hospital clínico, y allí encontré a todos fumando en la mistna unidad de quemados. Esto no puede seguir como está", concluye el ministro.

100.000 millones para el Estado

Pero la cosa sigue. Y en la calle del Barquillo, que es donde hay humos para dar y vender, el presidente de Tabacalera, SA, perfila la estrategia para que los españoles sigamos fumando. Ya fuma el 50%, de la población. Pero no basta. La media de 16 pitillos al día que consume el adulto masculino (12 pitillos en el caso de las mujeres) es insuficiente. O queman más o han de ingresar nuevos candidatos en este club de chimeneas.

El presidente, Cándido Velázquez Gaztelu, tiene ahora a los directores del monopolio echando humo alrededor de una cenicienta mesa. Los tiene al estilo de Aravaca: que cada cual fume de su petaca, y dice: "Yo soy fumador empedernido de Fortuna -una suerte-, y aunque el decreto nos parece muy bien, una cosa es respetar al no fumador, llamado el fumador pasivo, y otra distinta es olvidar que el Estado se embolsa al año 100.000 millones de pesetas por el tabaco. O sea: que el fumador no moleste al no fumador, y que el Ministerio de Sanidad y las consejerías autonómicas dediquen menos atención al tabaco y más a resolver sus problemas sanitarios".

El vicio es fuente muy saneada de ingresos estatales. Big Brother nos mete cáncer en el pulmón, y el mismo Gran Hermano nos lo cura luego. La estimación de consumo

Fumadores con muchos humos

para 1984 es, según el monopolio, superior a los 3.000 millones de cajetillas. Y allá para el 1989 sólo se fumará rubio en un país tradicionalmente oscuro como el nuestro. El negro será una reliquia zumbona.Para crear ambiente propicio al consumo de nicotina, Tabacalera lanzará pronto una campaña "encaminada a acallar la mala conciencia y el rechazo social del fumador". Una nueva marca de rubio (Diana) pregonará que es "agradable incluso a quienes no fuman".

Pero en Cataluña, los responsables de la Sanidad autonómica ya aprietan las tuercas sueltas del decreto con la promulgación de otro previsto para finales de este mes. "El decreto deja demasiadas decisiones discrecionales en manos de directores de clínicas, y nosotros vamos a crear zonas para fumadores en centros de enseñanza y en centros sanitarios donde hoy se fuma escandalosamente", dice el doctor Josep Vaqué, dependiente de la Generalitat. Son fumadores más del 61% de los jóvenes entre 16 y 24 años, sin apenas diferencia de sexos. "Queremos que la gente joven no se incorpore al vicio de fumar, y nuestra campaña es constante", añade Vaqué. En breve se prohibirá en Cataluña la venta de tabaco en los centros sanitarios y de enseñanza. "Los colectivos sanitarios fuman más que otros, y especialmente las mujeres. Un 52,8% de los médicos fuma en Cataluña".

"Aquí fuma hasta el gato"

Una visita a la Ciudad Sanitaria La Paz, en Madrid, revela que la situación es similar a la de otros puntos de España. "Aquí fuman hasta los gatos", se lamenta el doctor Granado, entre humos ajenos, allí donde más prohibidos debieran estar: urgencias. "Hay enfermos que se dan aerosol con una mano y chupan del cigarro con la otra dentro de la cama".

Ahora vemos al camillero empujando al yacente asegurado por los pasillos, y el camillero lo envuelve en una beatífica fumata. Las visitas suben fumando hasta las habitaciones, por pasillos que son fumaderos organizados. La residencia general es como un buffet de nicotinas variadas. El piso de cada una de las 14 plantas sufre quemaduras de segundo grado en su piel de linóleo. Un celador, en radiología, lanza volutas hermosas hacia los rayos X. Los enfermos pasean su nueva ortopedia expulsando humillo por las narices. Monsieur Nicot, propalador del vicio, es venerado aquí.

"Soy cardiólogo y sé el mucho perjuicio que ocasiona el tabaco", declara, aplastando una colilla de Winston, el director de La Paz, doctor Sobrino, "y, lamentablemente, aquí no se respetan las prohibiciones. Si al menos los médicos, enfermeras y el personal sanitario no fumaran, como el resto, en ascensores, pasillos y habitaciones, ya me daría por satisfecho. Hemos logrado que los médicos no fumen mientras pasan consulta y exploran al paciente".

El doctor Sobrino tampoco sabe qué hacer. Y el decreto está encima como un papel mojado. ¿Multar? ¿Correctivos? "¡No sé, no sé!", exclama el cardiólogo. "¡Ay, el decreto! ¡Ay!", y tuerce el rostro en una mueca como de sentir próximo el infarto. Por suerte, éste no llega. El director de La Paz prende otro pitillo, y a través de la humareda dice: "Los jefes de servicio no quieren oír hablar de eso, cobran poco para hacer trabajos administrativos, la solución es muy difícil". Y se puso a toser, humildemente.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_