Las grandes películas que la Academia despreció
Considerar, por ejemplo, que en 1941 Ciudadano Kane, de Orson Welles, no obtuvo más que un oscar al mejor guión, mientras que por su realización, intérpretes, decorados y efectos visuales ha pasado a la historia del cine como una de las grandes películas de todos los tiempos, parece una aberración de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood, incapaz muchas veces de saber trascender el espectáculo para informarse de la real importancia de cuanto premia u olvida.Considerar también que Eric von Stroheim, uno de los grandes monstruos del cine, tampoco recibiera oscar alguno; que Charles Chaplin sólo fuera premiado -para festejar su regreso al país, pero que ni Luces de la ciudad ni Tiempos modernos fueran galardonadas en su día; que Henry Fonda obtuviera su oscar cuando se encontraba a las puertas de la muerte; que el primer Frankenstein, de James Whale, obra clave en la historia del cine fantástico, fuera olvidada en las listas del año, como en su tiempo lo fueron también Ha nacido una estrella, de George Cukor, o Cantando bajo la lluvia, de Dorien y Kelly, y todo el cine de Hitchcock son datos que obligan a cierta desconfianza respecto al criterio de quienes cada año deciden aupar a la cúspide de la fama inmediata a una serie de filmes que en bastantes casos ha pasado pronto al siniestro pozo del olvido.
El año 1972, en el que la Academia repartió sus mejores oscars entre El padrino, de Ford Coppola, y Cabaret, de Bob Fosse, olvidó premiar Junior Bonner, de Peckinpah; El otro, de Mulligan; Los visitantes, de Kazan, o Las aventuras de Jeremiah Johnson, de Sidney Pollack, para destacar en su lugar Las mariposas son libres, El candidato y La aventura del 'Poseidón', es decir, vulgaridades a las que el éxito de su momento no ha marginado del olvido de hoy.
Si se rebusca en las listas de los oscars puede uno encontrarse con extrañas paradojas. En 1952, por ejemplo, Hollywood prefirió considerar película del año a El mayor espectáculo del mundo, de Cecil B. de Mille, frente a El hombre tranquilo, de Ford; Solo ante el peligro, de '7innemann; Moulin Rouge, de Huston; Viva Zapata, de Kazan, o ¡Cautivos del mal, de Minnelli. La actriz Barbara Stanwyck, por su parte, jamás recibió el oscar de interpretación, mientras que sí lo lograron Judy Holiday, Grace Kelly, Ingrid Bergman, Elizabeth Taylor, Julie Andrews, Loreta Young o Greer Garson. No se trata de discutir ahora el posible talento de las premiadas, pero sí de sorprenderse de que el vigor y la sensibilidad de Barbara Stanwyck solo mereciera un oscar global y tardío en 1981.
En años más recientes, Atlantic City USA, de Louis Malle; Ragtime, de Milos Forman; La naranja mecánica, de Kubrick; Apocalypse Now, de Ford Coppola (a excepción de un oscar a la mejor fotografia); Primera plana, de Wilder; La jauría humana, de Penn; El compromiso, de Kazan, o Petulia, de Lester, han sido igualmente olvidadas por estos oscars que se pretenden notarios del desarrollo del cine norteamericano.
Es cierto que una comparación similar puede hacerse también con los palmarés de buena parte de los mejores festivales del mundo, pero los premios de Hollywood aparecen cubiertos de un halo indiscutible. No es cierto. Nunca fueron indiscutibles los premios de Hollywood. Las páginas de su historia no merecen más, aunque tanto error se compense en parte con sus eventuales aciertos.
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