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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El balance de la recuperación de la identidad catalana ofrece resultados muy desiguales

La primera de las razones de fondo de la complejidad que afectaba a Cataluña era la existencia de un enorme desequilibrio en su estructura económica y social, desequilibrio producido por los años de la acumulación desordenada y especulativa del desarrollismo franquista. A mediados de los años setenta, casi el 80% de la población y de los recursos catalanes se acumulaban desordenadamente en Barcelona y sus alrededores y en, el área industrial de Tarragona, mientras la Cataluña del interior perdía recursos y se despoblaba.El segundo problema era la profunda transformación producida en la composición de la sociedad catalana. El aspecto más conocido y espectacular es el de la inmigración masiva de trabajadores procedentes de todos los puntos de España y muy especialmente de Andalucía. Surgieron las grandes ciudades-dormitorio alrededor de Barcelona, sin infraestructuras ni servicios; se formaron nuevos guetos urbanos, y apareció una Cataluña superpoblada y caótica en la que se superponían gentes de culturas, lenguas y hábitos muy diferentes, sin instrumentos de acción pública para fusionarse.

Pero la inmigración no fue la única causa de las transformaciones sociales. El tipo de desarrollo impuesto por el franquismo dio lugar también a una transformación de la estructura de clases tradicional de la sociedad catalana. Así, por ejemplo, se difuminó la identidad de la burguesía industrial catalana, se transformaron las bases sociales de la pequeña burguesía, se produjeron cambios en la estructura de la población campesina, y cambió también la composición de la clase obrera, no sólo por la aparición de grandes empresas de nuevo tipo sino también por la crisis de industrias tradicionales -como la textil- y por el carácter masivo de una inmigración que produjo diferencias de tipo lingüístico, cultural y residencial entre los trabajadores industriales y de servicios, por un lado, y los obreros de las diferentes ramas industriales, por otro.

Un tercer elemento fue la dificultad de reencontrar una identidad cultural fuertemente afectada por la durísima represión franquista contra la lengua y la cultura catalanas. A ello se añadían los problemas derivados de la inmigración masiva y de las transformaciones sociales ya señaladas. La sociedad catalana carecía de instrumentos públicos para hacer frente a este grave problema, sobre todo si se tiene en cuenta el hecho, no menos fundamental, de la presencia cada vez más importante y decisiva de unos medios de comunicación de masas no controlables desde Cataluña que modificaban profundamente las pautas culturales tradicionales.

Estos eran los problemas de fondo en el momento de iniciar el tránsito a la democracia, de culminar el proceso constituyente, de elaborar y aprobar el Estatuto de Autonomía y de poner en marcha la Generalitat. Cuatro años después de las primeras elecciones autonómicas y de ejercicio real de la autonomía, hacer un balance de la reconstrucción nacional de Cataluña es preguntarse cómo se han enfocado los problemas de fondo, qué aspectos se han resuelto y qué otros no. En definitiva, saber sí la identidad nacional de Cataluña se han fortalecido o no.

El balance da unos resultados muy desiguales. La existencia misma de la Generalitat, con su Gobierno y su Parlamento, es en si misma un poderoso elemento de recuperación, pues con todas las limitaciones que se quiera la Generalitat es, por encima de todo, un poder político. Pero hay que añadir en seguida, porque ésto es decisivo, que ese poder político ha sido ejercido exclusivamente por un partido como Convergència, con una base electoral muy delimitada ajena a la inmensa mayoría de los trabajadores.

Inoperancia frente al paro

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Las consecuencias han sido evidentes. Así, por ejemplo, la Generalitat ha sido prácticamente inoperante en el problema que más afecta a la mayoría de los ciudadanos de Cataluña y, desde luego, a todos los trabajadores: la crisis y el crecimiento del paro.Cierto que se puede aducir que la Generalitat no tiene competencias suficientes para ello, que el problema es de alcance más general y que, en definitiva, no se puede combatir ni resolver la crisis económica únicamente desde Cataluña. Todo eso es cierto y nos lleva a una conclusión muy seria: a saber, que un poder autonómico no es suficiente ni por tanto adecuado para enfrentarse con éxito con el problema del paro y de la crisis. Pero es que incluso más allá de esta constatación, la Generalitat -o más exactamente, su Gobierno- apenas ha intentado nada en este terreno. La importancia de eso radica en que ahí está la raíz del evidente distanciamiento que hay entre sectores muy importantes de los trabajadores y la Generalitat como institución.

La nueva organización pública

Otro aspecto no menos importante es el que hace referencia a la propia estructuración de la Generalitat. La autonomía no es sólo descentralización política y administrativa, sino que debe ser, también, una forma de organización política que acerque los centros de decisión a los ciudadanos, que abra canales de participación, que conecte con los problemas vivos e impulse la organización de los ciudadanos afectados por ellos. Pues bien, a mi entender ninguno de estos problemas se han resuelto. La Generalitat se ha institucionalizado como un Estado en pequeño, reproduciendo a escala catalana los esquemas de funcionamiento del Estado central. Se ha infrautilizado un Parlamento que podía dar mucho más de si, y se ha creado una Administración catalana que ha reproducido los vicios de clientelismo, de corporativismo y de burocratismo que caracterizan a la Administración central. Cierto que muchos de estos vicios proceden de la Administración traspasada -cuyo grueso recae en dos departamentos, el de Enseñanza y el de Sanidad y Seguridad Social-, pero incluso en este caso el Gobierno de la Generalitat se ha limitado a hacer funcionar las cosas tal como las ha recibido.No quiero decir con ello que toda la responsabilidad sea de los gobernantes de la Generalitat. En definitiva, la autonomía sólo puede ser operativa si al mismo tiempo se descentraliza de verdad la Administración central. En la medida que ello no se produce como es debido, la comunidad autónoma es una instancia más que se superpone a las ya existentes: Administración periférica del Estado, Diputaciones, Gobiernos civiles, municipios, etcétera. El resultado es una evidente confusión en cuestiones de gran importancia como la seguridad pública, las obras públicas, etcétera. En esto hay una enorme responsabilidad de los poderes centrales del Estado.

Dicho esto, hay que resaltar que la Generalitat ha sido totalmente inoperante en el tema de la participación de los ciudadanos. En este terreno no se ha arbitrado ningún mecanismo y ni siquiera se ha abordado lo que parecía más claro y evidente, como es la comarcalización. Y sin mecanismos de participación no puede haber integración.

La lengua y la cultura

En el terreno cultural se han realizado algunas cosas importantes. Una de ellas -seguramente la más significativa- ha sido la aprobación de la Ley de Normalización Lingüística. No es, desde luego, una ley óptima, pero es un instrumento jurídico que da seguridad para emprender una tarea como ésta, llena de dificultades. Por esto, parece obligado decir que en esta ley ha funcionado el consenso y que la aportación de las fuerzas de izquierda, marginadas del Gobierno, ha sido decisiva (por eso resulta más incomprensible si cabe la actitud hostil del Gobierno de Madrid). A partir de esta ley se han hecho progresos sustanciales en la normalización lingüística, sin que ello quiera decir que el catalán esté ya en pie de igualdad con el castellano en la actividad pública.A este respecto tiene, sin duda, una gran importancia la utilización de la lengua catalana en la televisión, tanto en RTVE como en el canal autonómico TV-3. Pero he de señalar que en este terreno la batalla política ha predominado sobre la tarea estricta de normalización cultural tanto en una como en otra cadena.

En lo que se refiere a la política cultural en sentido amplio, estos cuatro años de autonomía han significado un indudable avance en la recuperación de una cierta cultura catalana. Y subrayo lo de cierta porque aunque se ha hecho una política teatral, una política cinematográfica y una política editorial -todas discutibles y discutidas-, el tema central de la cultura ha sido la recuperación lingüística, sin que se perciba una idea clara sobre lo que ha de ser una cultura catalana moderna en una Cataluña donde coexisten diversas expresiones culturales, donde hay dos lenguas oficiales y donde influyen decisivamente grandes medios de comunicación ajenos. Pese a lo realizado, queda en pie la pregunta de qué es la cultura catalana cuando el éxito principal de TV-3 es la versión catalana de Dallas o cuando el joven de un suburbio de Barcelona tiene más puntos de referencia cultural compartidos con el joven de un suburbio de Madrid que con un joven de la Cataluña interior.

Cuatro años después de la puesta en marcha del Estatuto de Autonomía, algunos de los factores que hicieron necesario plantear la urgencia de una reconstrucción nacional de Cataluña siguen en pie. Así ocurre, por ejemplo, con el gran problema de los desequilibrios económicos y sociales entre los diversos territorios de Cataluña -pese a la indudable mejora de la red de carreteras. Así ocurre también con el problema de la crisis económica, en cuya solución no sólo no se ha avanzado sino que se ha retrocedido. Por el contrario, ha habido avances en el terreno de la normalización lingüística, pese a unos roces iniciales que seguramente eran inevitables pero que hoy se han reducido. Y en cuanto a la recuperación cultural, queda en pie el gran problema de saber con exactitud a qué cultura nos referimos, pues entiendo que no se trata sólo de recuperar una cierta cultura catalana tradicional, sino de definir claramente lo que debe ser una cultura catalana moderna, plural y bilingüe, que integre todo lo que es hoy Cataluña.

En definitiva, el gran problema consiste en definir lo que puede ser una nacionalidad catalana moderna y fijar con claridad las relaciones de ésta con el resto de pueblos de una España que, si las cosas van bien, debe acabar funcionando como un auténtico Estado federal. Para mí este es hoy el auténtico sentido de una reconstrucción nacional de Cataluña.

Jordi Solé Turá es profesor de Derecho Político y miembro de la ejecutiva del PSUC.

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