Urnas para Tenancingo, un pueblo sin habitantes
El Gobierno insiste en celebrar elecciones en un pueblo del que nadie quiere saber que ya no existe
A sólo 40 kilómetros de San Salvador, Tenancingo es un pueblo maldito. Ni un perro merodea por las calles. Sobre el pavimento adoquinado surgen aquí y allá una bicicleta aplastada, una herrumbrosa máquina de coser, una vieja caja registradora o una muñeca, descabezada, de cartón azul Todo parece indicar que sus moradores se fueron a la carrera, como los ocupantes de un barco a punto de hundirse.A un lado de la calle principal una casa muestra las heridas del bombardeo aéreo ocurrido a fina les de septiembre. La mayoría de los vecinos había regresado sólo unos días antes de un éxodo anterior, que había sucedido en junio cuando la guerrilla ocupó el pueblo por primera vez. El Ejército les convenció de que esto no se repetiría, porque un batallón de cazadores quedaría acantonado permanentemente.
Las FPL diezmaron y redujeron al batallón en su primera embestida, después de doce horas de combate. El capitán que guardaba la guarnición, prisionero de la guerrilla desde entonces, pidió el apoyo de la fuerza aérea al sentirse cercado, y orientó a los aviones para que bombardearan el pueblo, en cuyas casas se habían refugiado los guerrilleros. Con ello no evitó su rendición, pero las bombas mataron a más de 80 personas, civiles en su mayoría, y también algunos soldados.
En la plaza del pueblo, donde están la alcaldía, la iglesia y la escuela, el teniente coronel José Domingo Monterrosa pidió disculpas a la población un día más tarde y trató de explicar lo sucedido como un error.
Los vecinos de Tenancingo eran gente de ley y orden, adictos al sistema. No entendían que sus protectores les echaran bombas desde el cielo y no quisieron saber de nuevas promesas. Todos se fueron, aun los que no tenían dónde. En el mismo lugar en el que Monterrosa les prometía protección quedan hoy apenas unas sillas desvencijadas, varios santos de madera irreconocibles y decenas de latas de soja que llevan el sello de la ayuda económica norteamericana a El Salvador.
Pocas veces la guerrilla sacó tanto partido de una acción del Ejército. Las FPL tienen ahora todo un pueblo vacío que pueden utilizar como campamento. "El Ejército ya no ha intentado ocuparlo más. Hace unas semanas pasó por aquí, pero en dirección a las montañas". En el pueblo, silencioso y vacío, han ido asomando poco a poco rostros cetrinos con el inevitable fusil al hombro. Son combatientes de las FPL, que se mueven sin hacer ruido.
Junto a los veteranos (varios con más de ocho años de militancia) hay dos muchachos que difícilmente han cumplido los 16, aunque así lo aseguren. También ellos llevan un fusil M-16 de fabricación norteamericana requisado al Ejército. Los uniformes de camuflaje proceden del asalto a un cuartel. Definitivamente, ésta es una guerra parasitaria. A medida que aumenta la ayuda militar de Washington crecen también las posibilidades de la guerrilla de multiplicar sus arsenales.
No tienen instrucciones específicas para la jornada electoral. Sólo la de combatir si el Ejército intenta entrar en Tenancingo. "Armas no nos faltan, y munición, tampoco".
Junto a la quincena de guerrilleros que han asomando por las bocacalles de la plaza está el médico, con el fusil en una mano y un paquete de medicinas en la otra. "Estamos bastante bien preparados.
En nuestro hospital hacemos cirugía de estómago o pulmón".
La ruta del infierno
Desde que el Ejército se desentendió del pueblo, sólo un avión Push Pull les molesta de cuando en cuando. Justamente hoy ha lanzado varios cohetes sobre unas lomas que se divisan desde el pueblo. Los campos calcinados son una muestra de los bombardeos aéreos.En el regreso hacia la capital, la presencia del Push Pull pone una nota de angustia. A la ida fue el temor de posibles minas en el camino. Un compañero agita frenéticamente la bandera blanca mientras que el vehículo levanta una tremenda polvareda. Finalmente, el avión cambia el rumbo al tiempo que surgen de las cunetas las primeras casas habitadas sobre esta ruta que viene del infierno.
El 'padrino' de los comicios salvadoreños
Washington es el padrino de las elecciones salvadoreñas. El contribuyente norteamericano paga más de la mitad del presupuesto electoral, el ordenador encargado de procesar los datos es una donación de la Ayuda Internacional de Desarrollo (AID) y técnicos de Estados Unidos han diseñado todo el esquema de garantías. Para que no haya dudas sobre quién manda, el secretario de Estado, George Shultz, frustró a finales de enero una maniobra dilatoria de los militares.El costo oficial de los. comicios es de 6,5 millones de dólares (casi 1.000 millones de pesetas), pero al Tesoro norteamericano le cuesta la operación más de 11 millones, según se asegura en medios diplomáticos de la capital salvadoreña. Unos 300 observadores internacionales han sido invitados directamente por las embajadas de Estados Unidos.
Al margen de quién sea el ganador, a la Administración Reagan le interesa sobre todo que estas elecciones consigan un alto crédito ante la comunidad mundial. De ahí que haya extremado los mecanismos para garantizar la limpieza del proceso, aun a riesgo de que un político tan molesto como Roberto d'Aubuisson pueda ser el beneficiario. Desde el modelo de las actas de escrutinio hasta las papeletas de votación, todo ha sido realizado por especialistas norteamericanos. El centro de Prensa internacional, que depende en teoría de la presidencia, está dirigido por un ciudadano estadounidense, Charly Padilla.
Como telón de fondo de este despliegue, insólito para tratarse de las elecciones de otro país, está la sospecha de que Washington ha planeado este proceso pensando más en la guerra que en la democracia. Una intervención directa de Estados Unidos estaría más legitimada si se produce a petición de un Gobierno elegido en las urnas.
Ya en la actualidad Estados Unidos es el soporte de El Salvador. "Sin su diaria inyección de dólares, hace tiempo que este país estaría en bancarrota", opina un economista de la Universidad Centroamericana. Esta ayuda militar alimenta paradójicamente a la guerrilla, prolongando el conflicto. Algunos estudiosos calculan que de cada dólar enviado por Estados Unidos a El. Salvador, 23 centavos van a parar a la guerrilla y otros 25 centavos se desvían en el camino, enriqueciendo las cuentas privadas de algunos altos funcionarios. Sólo la mitad llega a su destino. Esto explicaría cierta desconfianza de Washington ante el aumento de las partidas presupuestarias para esta guerra.
Cerca de 600 especialistas en espionaje militar estacionados en la base hondureña de Palmerola, trabajan básicamente sobre la guerra de El Salvador, procesando los datos que suministran constantemente los aviones AVI, capaces de detectar concentraciones superiores a 12 personas.
Esta sofisticación de la guerra impidió, a juicio del comandante guerrillero Joaquín Villalobos, el colapso del Ejército. Estados Unidos organiza las elecciones, suministra las armas, entrena a los soldados salvadoreños, maneja la información militar y financia la guerra. Falta sólo que los marines vengan a combatir. Y esa decisión no se tomará en San Salvador, sino en Washington, sea quien sea el presidente electo.
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