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Reportaje:

La cara oculta de 'La Luna'

Una revista 'minoritaria' que tira 30.000 ejemplares y quiere hacerse eco de las "toneladas de cultura que genera Madrid"

Gabriela Cañas

Gustó el primer número de La Luna, que lanzaba a los vientos urbanos el concepto de posmodernidad. Causó expectación. En casos como éste se suelen hacer inconfesables apuestas sobre la perdurabilidad del invento. Eran 70 páginas por número en las que habían intervenido unos 100 colaboradores. Salió el segundo número, con las mismas características, dedicado al caos, y el tercero, sobre cómo fugarse de la realidad, y el cuarto, que aseguraba que el frío es un cuento chino y especulaba con la urgencia de la primavera. Y el quinto número, sobre el Yo y el Rock torero, se vende ya en todas la capitales de provincia, el techo ha subido a los 30.000 ejemplares y la página de publicidad costará pronto las 100.000 pesetas.Algunos de los que hacen esta revista de vanguardia madrileña estudiaron juntos en el colegio Maravillas y se han reencontrado al cabo del tiempo. A una le gustaría hallar en ellos más cosas en común de las que poder sacar fáciles consecuencias acerca del éxito del producto, de la línea editorial, de la coherencia y cosas parecidas, pero lo cierto es que, aparte de la edad -entre los 24 y los 32 años en su mayoría-, no hay nada más de lo que se pueda echar mano para intentar unirlos bajo ninguna etiqueta, ni siquiera la de la llamada posmodernidad. Sólo un par de ellos creen en el concepto. Y, por ende, más de uno manifiesta su resistencia: "Nos negamos a definirnos".

La cara oculta de La Luna la forman una veintena de individuos -hombres en su mayoría-, de aspecto más bien corriente, que trabajan seriamente y con pulcra laboriosidad. "Se ha pasado el tiempo de la frivolidad -Night, Diagonal, Cara a cara- y la estética de lo cutre -los fanzines-, que primaron en tiempos pasados. No es que tenga nada en contra de ese tipo de publicaciones. Yo he dirigido incluso la revista Night, pero ahora es el momento de la estética de la acción, el trabajo bien hecho y coherente. Aquí hay poca improvisación". A otro lunero le gusta añadir que, además, La Luna quiere cumplir una labor de agitación, "como el que hace un cóctel, ¿sabes?", dice moviendo las manos al compás.

Hay un medio arquitecto que se dedica al diseño, un abogado que dejó el despacho para dedicarse a escribir y a teorizar sobre la modernidad, un actor-dibujante que también está especializado en el diseño, un antropólogo loco por la literatura que quiere hacer su tesis sobre los movimientos urbanos, un periodista que desea desentrafiar los entresijos del pacifismo, un especialista en la pintura española del siglo XIX que da cursos en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y que reivindica la frivolidad porque también forma parte de la cultura. Más de uno ha estudiado arte, trabaja en una galería para subsistir y tiene algún libro por publicar o en preparación. "Yo, en cambio, me dedico a viajar. Es lo que: más me gusta. Hice un viaje a África durante tres meses que fue una experiencia interesantísima. Ahora quiero volver a desaparecer del mapa, pero no, nunca pierde, el contacto con La Luna ni con Madrid, la ciudad más increíble del mundo".

"Vista la imposibilidad de trabajar en otros sitios, nos hemos inventado nuestro propio trabajo. Creamos el soporte, la revista, pero nunca tuvimos claro lo que iba a ir dentro de ese soporte. Nos limitamos a rnontar un sistema de coordinación para recoger lo que pasa. Ahora, el problema es que sobran cosas". "Queremos dar una visión de Madrid a través de lo que sucede en esta ciudad". "Aquí se oye y se lee todo lo que trae la gente que entra por esa puerta", dice otro. "Más que buscar, encontramos, pero no tenemos una actitud pasiva y nuestro criterio es la calidad, además de la oportunidad y el descaro".

'Revista autosugestionaria'

Para que La Luna fuera realidad, 10 de sus fundadores aportaron 25.000 pesetas por cabeza. Con la publicidad-ahora ocupa el 10% de su espacio- y las ventas se empezó amortizando el coste del iproducto y ahora se ha empezado a ganar algo de dinero -"A nosotros nos parece que ganamos porque nos consideramos amateurs"-. No lo suficiente, todavía, corno para dedicarse por entero a la revista, por lo que todos ejercen actividades paralelas. Revista, pues, autogestionaria, palabra que no convence a ninguno porque "la autogestión no es una finalidad que nos defina". Por eso me recibe eufórico un miembro de la redacción, tras darle vueltas al asunto. "Ya tenemos el título para tu reportaje. 'La Luna, una revista autosugestionaria', ¿qué te parece?".

Desde el primer momento, los gestores de La Luna se impusieron la obligación de cerrar los números, untualmente y de estar en los quioscos en las fechas previstas gracias a una eficaz distribución como primera medida precautoria contra el mal que suele aquejar a este tipo de publicaciones; a saber, existencias tan cortas como el suspiro. Quizá hay otras claves del éxito. Que La Luna es una revista abierta, en la que cabe todo lo que es de calidad, o sea, medida de lo que realmente pasa sobre el asfalto, es un lema que todos comparten.

Cada número cuenta, por término medio, con unas 100 colaboraciones. No hay críticas de cine; si Olea hace una película se le pide un folio sobre la misma. Dibujantes, escritores, fotógrafos, cineastas, poetas, músicos, modistos pintores y sólo algún político marginal -"la política nos aburre"- intervienen en sus páginas. "Todo lo que vale, vale. Vivimos una época manierista en la que conviven múltiples estéticas. Para la selección del material me guío por mi gusto personal y prefiero la colaboración de gente joven, de 35 para abajo; la que está en la brecha y mueve el asunto, que no suele salir en las páginas culturales de EL PAIS, por ejemplo".

Si bien los que hacen La Luna no consideran a ésta una revista marginal, sí tienen ese sentido de la complementariedad de los grandes medios de comunicación, de recoger la cultura generalmente marginada. "La crítica literaria también nos aburre, al igual que la cultura oficial u oficiosa. Nos gusta acoger a gente nueva y hemos recuperado la vieja costumbre de la Prensa de los años veinte-treinta de publicar relatos".

Los de La Luna son jóvenes sesudos que, sin embargo, o quizá por ello, procuran dar a la revista y a su propia imagen una cierta dosis de frivolidad. Dosis que, hasta el momento, han vertido con especial énfasis en sus montajes publicitarios, un terreno que parecen dominar estos hijos del asfalto madrileflo. Han vendido su marca organizando un concurso de strip tease o una fiesta en el lujoso hotel Palace, con la actuación de Golpes bajos o Loquillo y los trogloditas (grupos del más reciente pop madrileño), y el consejo explícito de ponerse sexy. Les gusta asistir a coloquios para hablar de la primavera o de la posmodernidad y estar presentes en las manifestaciones culturales, como hicieron en Arco-84, en donde ocuparon una pequeña caseta que reproducía un cuarto de bailo. Allí vendieron todos los ejemplares atrasados. "Nuestro nombre es un anuncio permanente, porque slempre hay Luna en Madrid".

"Yo nací en Buenos Aires, pero me considero de nacionalidad madrileña", dice el encargado de los temas frívolos. "Es impórtante poner una nota de frivolidad en la vida". Y continúa: "Yo siempre digo que la clave está. en el now (ahora), en seguir lo que está ocurriendo ahora mismo. La Luna es el super now. Puede que algún día nos fosilicemos. Que quedemos en meros fósiles divertidos".

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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