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Crítica:FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Reencuentro con Sabicas

La noche de los gitanos comenzó como un huracán con los Montoya, una familia con casta, nervio y arte en cada poro de sus cuerpos. Verlos es una fiesta. Son artífices del más genuino espectáculo gitano, el arte festero por excelencia: tangos, bulerías, bulerías por soleá... Llevan el compás metido en la sangre, hasta los tuétanos, como si respirasen con él. Esas mujeres que cantan y bailan, Antonia la Negra, Carmen, Carmelilla. Hace falta mucho valor para prescindir del micrófono, como lo hizo Carmen, y cantar a cuerpo limpio en el gran teatro Alcalá, casi sin voz.Los Montoya fueron la primera página de la noche, fulgurante, electrizante. La última fue el toque sabio de Agustín Castellón Sabicas.

Cumbre flamenca

Noche gitana.Cante: Antonio Núñez 'Chocolate', Ramón 'el Portugués', Fernanda 'de Utrera'. Baile: El Güito y su grupo. Fiesta: Familia Montoya. Toque: Juan Maya 'Marote', Carlos Carmona 'Habichuela'. Guitarra en concierto: Sabicas. Teatro Alcalá Palace, Madrid, 18 de marzo.

Gitano de Pamplona, Sabicas, 75 años, media vida y casi toda una carrera gloriosa en Estados Unidos. Él lo recordó al comenzar su actuación y dio testimonio de su personal felicidad por tocar de nuevo en Madrid, "porque si algo soy en la guitarra se lo debo a Madrid". Si puede hablarse de una guitarra flamenca clásica es seguramente la de Sabicas. Oyéndole yo pensaba, no sé por qué, en la nostalgia. Es el toque de hace medio siglo, hecho con exquisitez, con regusto por lo verdaderamente puro y querido. Su permanencia lejos de las fuentes no ha contaminado el toque de Sabicas; también ha sabido mantenerse ajeno a las corrientes progresistas -por decirlo de alguna manera- dentro del toque flamenco en nuestro país.

Por todo eso y mucho más, yo diría que el toque de Sabicas viene a ser como un milagro. No voy a hablar de técnica de ejecución y todas esas zarandajas que en un artista de su categoría son pura anécdota. En cambio, hay que dejar constancia de cómo con el paso de los años su toque, en vez de ablandarse, de relajarse, va enriqueciéndose, ganando profundidad, jondura.

Entre los Montoya y Sabicas, dos extremos no sólo en la programación de la noche sino también en la sensibilidad de lo flamenco, hubo otras cosas de bastante interés. En baile, el protagonista fue El Güito, un buen bailaor que, sin embargo, me parece poco imaginativo. Todo lo que hizo, con excelente técnica y con enorme eficacia de cara al público, lo hemos visto antes a otros muchos y no llega a emocionarnos. Terminó, además, cantando y bailando un cuplé que no debió tener sitio en esta cumbre flamenca.

El cante, los cantes

Bien el cante, en general. Chocolate, que comenzó por siguiriyas, tardó algo en centrarse, pero cuando llegó al Eran dos días señalaítos... ya daba la medida de sus grandes méritos en los estilos más difíciles del flamenco. No cuajó, en todo caso, una noche redonda. Por tarantos y por soleares estuvo irregular, sin llegar a la maestría en él habitual por estos palos, y su forma de afrontar el fandango no me gusta, decididamente.Ramón el Portugués es un maestro en los géneros de su tierra, los tangos y los jaleos extremeños, y lo demostró sobradamente. Pero por siguiriyas estuvo también formidable. Ramón tiene una voz muy peculiar, muy cantaora, a la que él arranca rajos, quiebros, pellizcos que tiran con fuerza del oyente.

Fernanda, como siempre, hizo su pelea personal con el cante para darnos la maravilla de unos ecos gitanos que sabe Dios de cuándo y de dónde vienen. Andaba corta de facultades, me pareció, pero lleva lo jondo tan en su naturaleza que hasta una folía canaria la convirtió en un gitanísimo cante por bulerías. Los fandangos de Fernanda son grandes, hermosos, tienen duende. Y qué vamos a decir de sus soleares, el estilo que la de Utrera hace seguramente mejor que ninguna otra mujer en toda la historia del arte flamenco. Su voz opaca, áspera, afillá -si es que puede hablarse de una voz de mujer afillá-, nos hiere siempre con los ayes de más pena, con los quejíos más lastimeros.

En el toque hubo dos estilos bien diferenciados. El cálido, brillante, de Juan Maya Marote, y el sobrio, casi austero pero siempre eficaz, de Carlos Habichuela.

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