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La criba

Plaza de Valencia. 15 de marzo. Segundo festejo fallero.Cuatro novillos de Cebada Gago; cuarto y quinto, de Soto de la Fuente. Bien presentados y con casta.

Soro II Tres pinchazos y otro hondo (palmas y saludos). Pinchazo, estocada, nuevo pinchazo -primer aviso-, media, tres descabellos -segundo a viso- y dos descabellos más (palmas y saludos). Gallito de Alfaro. Cinco pinchazos y media (silencio). Estocada enhebrada, dos pinchazos -aviso-, dos metisacas, dos pinchazos y estocada (silencio).

Victorino Martín. Cinco pinchazos -aviso- y rueda el novillo (silencio). Pinchazo y estocada caída (silencio).

ENVIADO ESPECIAL Todos pueden ser toreros. Todas las promesas que hay por el ancho mundo taurino, algunas con sus seguidores y sus peñas, tienen unas potencialidades a contrastar, y las hay que presumen de figuras. Hasta que llega el primer compromiso seno, como la feria de Valencia, y viene la criba. Ayer, una vez más en la historia de la fiesta, hubo criba.

La hubo para un Soro II que desborda entusiasmo; para un Gallito de Alfaro que se traía detrás a una afición somnolienta y con mal cuerpo; para un Victorino Martín cuyo padre, el famoso ganadero del mismo nombre, se tocaba de gorrilla y daba la cara desde el mismísimo burladero de apoderados. Y la hubo porque les midieron con una novillada cuya presencia y casta eran las que deberían tener siempre los toros, principalmente en ocasiones como ésta. Para probar toreros no deben valer los dóciles ejemplares que apoderados con influencia demandan para sus pupilos, pues propician una engañosa impresión de la valentía del futurible; tampoco los toracos resabiados, al estilo de aquella encerrona que les hicieron a los alumnos de la Escuela de Tauromaquia en la pasada feria de Valdemorillo, pues acaban con la moral del más enterizo. Deben valer, en cambio, novillos como los de ayer, correctos de tipo, bien puestos, astifinos, encastados, a los que es preciso dominar en el ensayo de cada suerte.Con tal género, supimos que Soro II es torero lleno de voluntad, con un estilo impreciso, que corre bien la mano, pero que se atropella y acaba por no entender los problemas de sus enemigos. De Gallito también supimos -por mucho que les pese a sus paisanos, los cuales viajaron toda la noche anterior para presenciar su debú en Valencia-, que es torero frágil, algo codillero en el manejo del capote y muy conservador con la muleta, pues la maneja profusamente en pases de tanteo para garantizar la nobleza de las embestidas, y las agota antes de iniciar las suertes fundamentales. Y de Victorino Martín, hijo (el papá, tocado de gorrilla, le contemplaba enternecido desde primera fila), que es torpón, desangelado y aparentemente lego con el capote, cuando debería ser, por lo menos, campero, ya que tiene ganadería, y en ella ha echado los dientes; mientras que con la muleta es serio, pundonoroso, valiente, sabe mandar, y manda, sabe templar, y templa.

Quizá la mayor sorpresa de la fría y lluviosa tarde valenciana fuera la quietud de Victorino, hijo (el papá, tocado de gorrilla, sufría desde el burladero como sólo sufren los padres); la forma de adelantar la muleta -plana, recta- a la altura de la pierna contraria, el mando y el temple con que bajaba la mano y embarcaba las encastadas embestidas. Al tercero lo toreó mejor porque era más noble y suavón, con muchos desarmes al cesto porque tenía genio, violencia y también poder.

Naturalmente, a Victorino se le apreciaban defectos, algunos clamorosos, como es de razón ocurra entre los que empiezan en este oficio. Ya los corregirá, se supone; aunque quizá no lo consiga con los congénitos, entre otros, un radical divorcio con el arte, la inspiración Y la elegancia que son inherentes a los toreros de clase. Pero aquella forma de citar, de embarcar, de quedarse quieto en la cercanía de los pitones son valores muy a tener en cuenta, y si persevera puede abrirse camino en la profesión.

Gallito se estrenó con un volteretón, que le pudo afligir para el resto de la corrida, y, en cualquier caso, le superó la casta de sus novillos. Soro II, con el mejor lote, dio abundancia de pases, frenéticos y rápidos los del cuarto, al que picaron poco. Con la espada, los tres estuvieron fatal.

La criba de ayer, ante el tribunal de la afición valenciana, devuelve a los tres principiantes a las primeras lecciones de la tauromaquia. Deben volver con la lección mejor aprendida.

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