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Libros para compartir la imaginación del mundo

Señor presidente de la República. Señores miembros de la dirección del 22º Congreso de la Unión Internacional de Editores. Señoras y señores: hace algunos años, un amigo mío, norteamericano, entrevistó a Jean-Paul Sartre y le preguntó cuáles habían sido los libros de su infancia. Mi amigo regresó a verme con la lista que le dio Sartre y me dijo: "Estoy perplejo. No conozco uno solo de estos títulos".Los libros de la infancia de Sartre eran novelas de piratas de Emilio Salgari, las aventuras del jorobado Enrique de Lagardere en la corte de Francia y las epopeyas de capa y espada de Michel Zevaco. Un universo de la imaginación, nuestro, pero compartible: los libros del niño Sartre -Sandokán, Paul Feval, los Pardaillan-, desconocidos por el periodista norteamericano, estaban en la imaginación de los niños del mundo latino, pero esperaban (siguen esperando) la posibilidad de ser compartidos con quienes los ignoran.

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La posibilidad de poseer y compartir la imaginación no se aplica sólo a las civilizaciones, que a menudo comunican lo superfluo y desdeñan lo esencial, sino que existe dentro de cada sociedad. Hay intentos de mantener la separación entre lo que se juzga que sólo unos pocos pueden entender y lo que se entiende que la mayoría entienda ya, sin que pueda entender más. Se establecen rigurosas divisiones entre cultura elitista y cultura popular, entre literatura cosmopolita y literatura nacional, entre arte comprometido y arte por el arte.

Yo creo que estas divisiones son artificiales y prejuzgan negativamente sobre la capacidad mental de las gentes y la vocación generosa de los pueblos, que quieren conocerse a sí mismos y conocer a los demás, sin ver en ello oposición, sino complemento. El libro sigue siendo la piedra de toque, la piedra filosofal, capaz de disolver semejantes, estériles antagonismos.

De niños, en el mundo latino, leímos una hermosa novela de Julio Verne, Dos años de vacaciones. Yo siempre tuve la impresión de que el ideal infantil del título era un ideal posible para el adulto también: una biblioteca ofrece la oportunidad perenne de las vacaciones al alcance de la mano. Y algo más: "Nunca me ocultan sus secretos", escribió Erasmo de Rotterdam sobre los libros, "pero guardan con una extrema discreción los que se les confía; llegan si se les invita, si no, tratan de imponerse".La vida de la lectura

No debemos olvidar que el placer, la discreción, el silencio y la soledad creadora son la vida primera de la lectura, su justificación más cierta y su recompensa inmediata. Una vez, en la Universidad de California del Sur, un martillo pragmático le preguntó a Octavio Paz para qué demonios servía un libro de poemas. La respuesta del poeta mexicano fue tan lacónica como elocuente: "Nos ayuda a amar mejor".

La tarea inacabable de amar más y mejor está rodeada de obstáculos. El camino de Don Quijote hacia la realización del ideal caballeresco y el amor de Dulcinea encuentra la barrera de un mundo que ya no es el de las lecturas de Don Quijote.

Listo a vivir la semejanza de sus libros con la vida, Don Quijote se encuentra con un mundo de diferencias. Él es una de ellas: lector de las aventuras de otros, pronto descubre que él mismo es leído y transformado por los múltiples lectores de Don Quijote de La Mancha.

La sociedad española de la época, privada del pluralismo moderno, inventó, con la lengua española, la idea revolucionaria de la multiplicidad de los puntos de vista, que ningún dogma puede agotar y ninguna inquisición cercar.

Don Quijote lee sus libros, pero su libro es leído por otros. El infierno son los otros, dijo contemporáneamente Sartre. Pero no hay otro paraíso, dijeron Cervantes y Shakespeare, Dickens y Balzac, Dostoievski y Rimbaud, Whitman, Melville y Galdás, James Joyce y Thornas Mann.

Pasar por lo demás: ésta es la prueba del placer primario y propio, para el individuo y para el libro, para el autor y para el lectores la prueba de Don Quijote, quien debe dar cuenta de un libro y de su autor, de un libro y de su personaje, de un libro y de su lector.

Es en esta suma de sus factores donde el libro, nacido del placer de la lectura y de la creación, se actualiza en el placer, que también es un deber, de la comunicación.

Memoria y presagio

El libro está presente en la tradición de México, que es indígena y española, como un vehículo constante de memoria y de presagio, de identidad y de supervivencia, de educación moral, de vinculación colectiva y de tolerancia hacia el punto de vista disidente.

Miguel León Portillam, el eminente antropólogo mexicano, nos indica cómo, en medio de las vicisitudes del estado guerrero de los aztecas, el mundo del rojo y el negro, es decir, el quehacer de las pinturas, los códices, la memoria consignada, mantiene una continuidad ética salvadora, que comienza por cantar el respeto debido a la fugacidad de la vida y termina enseñando el valor de las convicciones: una cultura dinámica rodea a una cultura hierática, apelando constantemente al rostro y al corazón de los hombres: in ixtli, in yollotl.

Asimismo, la cultura medieval de España culmina con el humanismo bibliófilo del mallorquín Ramón Llull, quien emplea el libro para el diálogo de las culturas de España -judía, árabe y cristiana-, a fin de combinar las virtudes de todas ellas; del catalán Ausías March, para quien el libro es el vehículo expresivo de la complejidad de la vida interior, y de don Sem Tob de Carrión, acaso el primer poeta castellano que hace el elogio de los libros como el conducto mismo de la tolerancia.

El nuevo mundo ibérico, al cual la Unión Internacional de Editores acude por primera vez para celebrar su reunión cuatrienal, es hijo de la acción y de la palabra, de la hazaña histórica y de la hazaña bibliográfica.

Al nuevo mundo no le basta el descubrimiento de Colón o la conquista de Cortés. Requiere las cartas del descubridor y del soldado, la palabra asombrosa y asombrada de Vespucio y de Bernal Díaz, para saber que realmente existe: el nuevo mundo requiere el libro para saberse utopía, espacio de la redención de los males de Europa en la visión de Montaigne, Tomás Morón Campanella y Vives.

Y para saberse, en seguida, algo más que utopía. Escribiendo en 1566, el agudísimo teórico del Estado francés Jean Bodin duda que el nuevo mundo sea utopía. Su maravilla es otra: lo extraordinario de América es lo más ordinario; América es, y su misión, desde entonces, es completar al mundo.

El viejo mundo-descubrió al nuevo mundo, pero la obligación del nuevo mundo fue imaginarse y crearse a sí mismo, completándose para completar la historia de Occidente. Historia y libro, de Alonso de Ercilla a Pablo Neruda, de sor Juana Inés de la Cruz a Octavio Paz, la realidad histórica de la América latinoamericana es vivida y escrita, sufrida y dicha por una literatura que a veces es nuestra única prueba histórica, o por una historia que a veces es más bella que cualquier poema o más extraña que cualquier ficción.

Esta tradición nuestra ha comenzado a compartirse, cada vez más, con otros lectores y con otras civilizaciones. También debemos compartirla, cada vez más, con nosotros mismos. La puerta hacia esta comunidad la abre el libro.

Un escritor europeo dijo una Una tarea en peligro vez que en países como los nuestros, países de carencias notorias y de vastas distancias entre la posesión y la desposesión, nadie tiene derecho a escribir un libro mientras haya un solo niño analfabeto o enfermo. Pero yo me pregunto: el día en que ese niño sobreviva y lea, ¿qué leerá para vivir? ¿Don Quijote o Supermán? O sea, ¿leerá a Julio Cortázar, lo cual supone una elección informada y activa, o será el recipiente ignorando y pasivo de un entretenimiento sin raíces ni responsabilidades ni planes reales? La cultura popular es inconcebible lejos de su tradición, cortada de sus orígenes, fabricada en el vacío. Pero lo mismo puede decirse de la llamada cultura de elite. El producto de la incomunicación masiva no es ni la una ni la otra.

El respeto hacia la cultura del pueblo ha sido un factor determinante de la vida nacional de México. ¿Qué mayor confianza en la inteligencia de un pueblo que la dada por Francisco Madero, el iniciador de la revolución mexicana en 1901, que movió a nuestro país -entonces lastrado por una vasta mayoría de analfabetos- con el mensaje de un libro?

¿Qué mayor confianza que la del organizador de la educación moderna en México, Jesés Vasconcelos, quien supo muy bien lo que hacía al publicar por millares a los clásicos a partir de 1921?

Homero y Virgilio, Dante y san Agustín quizá no llegaron a las comunidades indígenas de las sierras, pero sí le dijeron al otro México: esto es lo mejor de nuestra herencia occidental, esto es lo mejor que podemos ofrecer y reservar y lo hacemos para demostrar que estamos abiertos para recibir, a nuestra vez, lo mejor de la herencia multicultural de México, que incluye a los homeros y san agustines de la tradición cultural indígena.

Fue también una manera de decirles a las clases urbanas: "Esto es lo mejor que tenemos. Conocerlo es conocemos". Veamos la manera de compartir nuestra riqueza intelectual y moral con nuestros hermanos., mestizándola, comparándola, confiando en la fecundidad de los encuentros que es el signo de México. Toda riqueza debe compartirse, pero ésa primero.

Mi generación en México, y en la América española -la que empezó a escribir y publicar a mediados de la década de los cincuenta-, cooperó en una gran tarea de popularización y fortalecimiento del libro y de sus creadores: el escritor, el editor, el distribuidor, el librero.

Hoy sentimos que esa labor está en peligro. La crisis mundial de la economía, que azota con fuerza mayor a los países en desarrollo, nos amenaza con una situación en la cual la, población joven, cada vez más numerosa y ávida de lecturas, no puede adquirir libros de producción, distribución y precio de venta excesivamente caros.

La ruptura del puente entre los lectores y los escritores, construido con gran esfuerzo durante los pasados 50 años, será el presagio de una grave crisis social en nuestros países: habríamos perdido, en efecto, una manera de damos la mano y reconocemos en un rostro y un corazón.

Por fortuna, hay soluciones imaginativas. Una de ellas, a título de ejemplo: en México, el Gobierno de la República, junto con el Fondo de Cultura Económica, ha dado una respuesta a la crisis mediante la publicación de los autores modernos de México en tiradas de 909.000 ejemplares y precios aproximativos de un dólar por ejemplar. La editorial, además, ha guardado plena libertad para escoger los títulos y proteger los derechos del autor.

Señor presidente de la República, señoras y señores:

El libro, objeto frágil y poderoso, nos permite compartir la imaginación del mundo. Y nos otorga, en seguida, la palabra propia. Al reconocernos en la palabra, la queremos para todos: entendemos, gracias al libro, que la palabra debe ser de todos.

Ojalá sepamos mantener todos juntos la vigencia de las funciones y virtudes del libro que he querido evocar esta tarde: memoria y proyecto, tolerancia y comunicación, placer y pasión, saberse solo sabiéndose con otros, identificarse, amar mejor, dar lo mejor de nosotros mismos, convencidos de que ello nos dará, en recompensa, lo mejor de los demás.

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