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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La fragmentación en la India

LA REVUELTA de los sijs, antigua y ahora renovada, se añade a los serios disturbios en el Estado de Assam (a miles de kilómetros de distancia del territorio sij) y al malestar y la ebullición permanentes de tribus, regiones y Estados que amenazan con hacer estallar la Unión India y se añaden a la continua disminución de Poder y prestigio de Indira Gandhi.Dentro de esta generalidad de la dispersión regional (16 lenguas constitucionales, unos 4.000 dialectos o formas lingüísticas y cada uno con sus peculiaridades culturales, religiosas, económicas, diferenciales, aislantes), los sijs representan un riesgo grave. Son ocho millones de personas en el Estado de Punjab (y también diseminadas por todo el país), con una religión disciplinaria draconiana (monoteístas disidentes del hinduismo brahmánico), en la que se incluye una vocación guerrera definida: siendo el 1% de la población del país, forman el 20% del Ejército nacional. Cada sij está obligado a llevar un puñal o un sable de una manera ostensible; unido a la prohibición religiosa de cortarse la barba y el cabello, lo que les da un aspecto particularmente feroz, que utilizaron los británicos cuando los integraron en su ejército colonial, precisamente para combatir a los hindúes. Su leyenda es una realidad. Lo que pretendían los sijs dentro del Ejército británico era conseguir la separación de su territorio: la misma pretensión actual. Su territorio es el Estado de Punjab, con una posición geográfica que se añade a la peligrosidad de su revuelta: frontera con Pakistán y con Cachemira -fuentes continuas de inquietud- y a unos cientos de kilómetros -distancia cortísima dentro de la inmensidad de la India- de la capital, Nueva Delhi. En ese Estado en el que dominan hay un 40%, de hindúes que se sienten oprimidos y discriminados: las luchas llamadas religiosas entre los dos grupos, el terrorismo, los motines, son continuos. Indira Gandhi ha intentado hacer concesiones, pero sin resultado. Los hindúes se lo reprochan, los sijs las consideran insuficientes. Lo que en el fondo pretenden es la independencia; las reivindicaciones inmediatas van desde la extraterritorialidad de su ciudad santa -Amritsar; sería una especie de Vaticano- y la legislación para todos, hindúes incluidos, de sus prohibiciones religiosas -carne, tabaco, alcohol-, hasta la administración desde el Punjab de todas las comunidades sijs en todo el territorio de la India, pasando por la propiedad de sus aguas (disminuirían las vertidas a los Estados fronterizos) y la ampliación de las fronteras del Estado. Hay que advertir que por término medio el nivel de vida de los síjs es superior en un 50% al de la media del país, y que son precisamente estos privilegios los que quieren mantener y los que los hindúes les quieren quitar.

El problema de Assam, que tuvo estallidos muy violentos en 1983 (inmigrantes musulmanes contra hinduistas: batallas mortales de flechas, hachas, palos y piedras); el de los nágas, los mizos, los tamiles, se han intensificado desde el regreso de Indira Gandhi al poder, como consecuencia de su esfuerzo centralizador, mientras las elecciones parciales van arrebatando fuerza al partido del Congreso. En enero de 1983 perdió sus feudos clásicos de Karnataka y Andra (este último ganado por un actor de cine popular regionalista), y el Estado de Tripura, que fue ganado por los comunistas (que antes habían obtenido el de Bengala Occidental, con la importante pobla:ción de Calcuta). El poder de Indira Gandhi, y con él el de la dinastía Nehru, que ella ha querido prolongar con su propio hijo, parece seriamente amenazado.

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