El fracaso del PNV en la integración cultural
Realidades como la televisión vasca, la policía y la hacienda autónomas o el Instituto Vasco de Ikastolas hubieran estado hoy probablemente en una fase mucho más atrasada de desarrollo si en 1980 no se hubiera constituido en Euskadi un Gobierno monocolor del PNV. La ideología nacionalista ha sido el motor que ha permitido superar con audacia todos los obstáculos y construir en un tiempo récord el aparato político del Euskadi autónomo. Pero el precio de esa acelerada construcción ha sido tan grande como la hipoteca que supone para el futuro. La unilateralidad y el carácter discriminatorio que han presidido en muchos aspectos la obra no son seguramente extraños a algunos de sus resultados: en cuatro años, la convivencia entre los ciudadanos de Euskadi no ha avanzado ni un milímetro y ese aparato político dista de constituir un cauce integrador.El mensaje del PNV es que el aparato autonómico funciona. Efectivamente, funciona, y, sin duda, mucho mejor que la antigua Administración periférica del Estado en áreas tan importantes como las obras públicas y otros servicios. Pero donde el balance está más cerca del fiasco que del éxito es en el terreno cultural, entendiendo por tal no sólo el relativo al fomento de la actividad intelectual o artística, sino, más genéricamente, el de la creación de una identidad colectiva en la que pueda legítimamente reconocerse la generalidad de la población. Construcción del aparato político y articulación de la sociedad civil no han caminado por sendas paralelas. Pero, así como en el terreno específicamente político el proyecto del PNV se ha visto confrontado, en mayor o menor medida, a la oposición de amplios sectores sociales, la contestación en el terreno ideológico y cultural sólo se ha expresado como mucho mediante el silencio.
Cuando un no nacionalista saca a relucir sus 12 apellidos euskaldunes para demostrar que es tan vasco como el que más, está inconscientemente rindiendo culto a la ideología y sistema de valores instituidos por Sabino Arana. Cuando un nacionalista proclama, como prueba del carácter integrador y abierto de su ideología, la posibilidad verificable de Regar a ser vicelendakari pese a apellidarse Fernández (o, lo que para el caso viene a ser igual, la posibilidad de llegar a ser un gudari de ETA pese a apellidarse Paredes Manot y ser hijo de guardia civil), no sólo se sigue rindiendo culto a dicho sistema de valores, sino que se está admitiendo implícitamente lo contrario de lo que se pretende dejar sentado.
Y en cualquiera de los tres supuestos se está aceptando sumisamente como universal e indiscutible lo que no son sino elaboraciones ideológicas -mitos, ritos, símbolos, valores- del nacionalismo primitivo. Primitivo y actual, porque siempre cabe preguntar si un Fernández que no conozca la lengua vasca, y capaz, pese a ello, de llegar a vicelendakari, podría también llegar a lendakari. No es seguro que una encuesta entre los votantes nacionalistas diera mayoría afirmativa. En todo caso, algunos dirigentes nacionalistas muy significados, como el actual coordinador de política municipal, José Luis Irisarri, parecen dar por sentado que eso no es posible. %Puede haber algo más absurdo", se preguntaba hace dos o tres días en las páginas de Deia refiriéndose a Benegas, "que la existencia de candidatos a lendakari que, además de no hablar euskera, nada han hecho por apoyarlo y hasta protestan porque nosotros queramos potenciarlo?".
Mínima ha sido la contestación a las medidas del Gobierno vasco en materia de promoción del euskera, sin duda porque nadie en Euskadi desea actualmente una guerra lingüística. Pero ello no quita para que haya quienes ya padecen tal guerra entre 1978 y 1982: 400 maestros se han marchado del País Vasco. Otros muchos han tenido que ponerse, a sus 40 o 50 años, a estudiar euskera, aun a sabiendas de que nunca llegarán a dominar dicha lengua.
Seguramente es injusto, pero no deja de ser legal. Como es en bien del euskera nadie se atreve a protestar. Aunque luego, en la práctica, algunos profesores que entran por su conocimiento de la lengua vasca acaben dando clase de matemáticas, que es lo que de verdad dominan, en castellano. También cabe que un licenciado en química, que ha entrado por la vía del euskera y que no tiene idea de pedagogía, acabe dando clases a críos de preescolar. Con todo ello es la calidad de la enseñanza lo que padece.
'Euskera' frente a eficacia
También padece la dignidad de las personas. Maestros con gran experiencia y acreditados conocimientos que a los 45 años se ven forzados a trampear en las encuestas sobre conocimientos lingüísticos, o a mentir a los inspectores alegando que ya van en segundo grado del método X para retrasar el desenlace.
Sufre también la eficiencia de los servicios públicos. Todos los ciudadanos pagan sus impuestos, pero, a la hora de encontrar trabajo -de barrendero municipal o de cirujano de hospital-, el conocimiento del euskera vale en los bareinos establecidos tanto o más que los conocimientos profesionales. Es seguramente una calumnia afirmar que para ser funcionario en la Administración autónoma es imprescindible frecuentar el batzoki local, pero es innegable que el criterio lingüístico puede ser casi tan eficaz como el directamente ideológico para filtrar al personal.
El número de ciudadanos vascos capaces de leer y escribir en euskera es aproximadamente de 550.000, es decir, poco más de la, cuarta parte de la población. Al circunscribirse la elección a ese segmento minoritario, son, a la larga, la calidad de la Administración y la eficacia de los servicios públicos las que se verán afectadas.
Por eso hay gente que se va. No sólo maestros de EGB. En Euskadi no ha llegado a consolidarse una inteligentzia equivalente a la existente en otras zonas de similar importancia demográfica. Entre otras razones, porque hasta 1980 no ha existido (porque no lo quiso Franco y tampoco lo quisieron ciertas órdenes religiosas) una universidad pública vasca. Ahora que podría comenzar a surgir, ocurre que gran número de profesores universitarios, artistas plásticos, profesionales, escritores o periodistas se sienten literalmente expulsados de su comunidad.
Suscitar equívocos
Poco importa que muchos de ellos no hayan esperado a la constitución del Gobierno autónomo para participar en cuantas batallas en defensa de la identidad cultural vasca se desarrollaron durante el franquismo. Basta que su espíritu crítico les lleve a poner en cuestión los principios consagrados, o a desviarse lo más mínimo del código nacionalista -pronunciar "España", por ejemplo, donde decía "Estado"-, para que el recelo se convierta en abierta animadversión. Por eso se van. Y a quienes, en actitud casi militante, optan por quedarse para defender su derecho a sentirse vascos, con arreglo a distintos patrones, se les ve con doble sospecha. "¿Qué quiere ése, por qué se queda?", comentarán quienes, con vocación tardía, descubrieron en el fondo de su corazón un tan acendrado como insospechado vasquismo.
El tema, grave hoy, puede ser dramático mañana. En Galicia o Cataluña, un votante comunista, socialista o liberal puede, sin forzar mucho las palabras, definirse a sí mismo como nacionalista gallego, o catalán, para indicar que sus sentimientos nacionales, geométricamente concéntricos, no son contradictorios con su ideología política. En Euskadi eso ya no es posible sin suscitar el equívoco y hacerse cómplice de él.
Hay excelentes escritores en lengua vasca que han decidido dejar de escribir en euskera. Se niegan a seguir participando en la ceremonia. Porque, a estas alturas, no se trata ya tanto de la mentalidad más o menos exclusivista, o cerril, de este o aquel político. La ideología dominante lo es precisamente en la medida que contamina incluso a los que creen no participar de ella.
"Nos han robado el euskera", rezaba una pancarte que fue exhibida hace algún tiempo por unos manifestantes de la izquierda más radical en un pueblo de la parte occidental de Vizcaya donde, al menos en tiempos históricos, nunca se habló otra lengua que no fuera el castellano. ¿Cómo se puede perder lo que nunca se ha poseído? Un político de la izquierda extraparlamentaria no nacionalista, dirigiéndose a un auditorio que en su inmensa mayoría desconoce el euskera, comienza su discurso pidiendo perdón por hablar castellano. Pidiendo literalmente perdón por no ser un buen vasco, es decir, por no participar de los rasgos que definen a un buen vasco de acuerdo con el código nacionalista que, sin embargo, cree no compartir.
Este sentimiento de culpa más o menos esquizofrénico no impide, sino todo lo contrario, la inconsecuencia entre lo proclamado y lo efectivamente hecho. El escritor vasco Andu Lertxundi contaba hace unos años su sorpresa al comprobar, cuando era redactor del diario Egin, las protestas que en las direcciones de los partidos más radicalmente nacionalistas provocaba la decisión del periódico de publicar en euskera los comunicados por dichos partidos considerando que era "una maniobra destinada a menguar la difusión de su mensaje". En Euskadi hay mucha más gente dispuesta a participar en una carrera pedestre en defensa del euskera que a adentrarse en las interioridades del verbo intransitivo ejskerico.
Nadie habla de ello, pero algunos cambios de nombre de numerosos pueblos y ciudades de Euskadi, para reeuskaldunizarlos, son tan artificiales, lingüísticamente e históricamente, como los claveles de plástico. La obsesión por hacerse perdonar pecados no cometidos preside los esfuerzos de mucha gente por vasquizar como sea su apellido. Devolver a todos los nombres y apellidos su idéntica dignidad no es la menor de las tareas estrictamente culturales que debería abordar quien se propusiera superar, en un proyecto común integrador, las diferencias de origen, étnicas, históricas, culturales, que determinan la pluralidad básica de la actual sociedad vasca.
Quien posee el lenguaje posee el poder. Pero también es cierta la ecuación simétrica: el poder crea el lenguaje, y con el lenguaje se posee la historia, que permite controlar el presente y determinar el futuro. Al atribuir a la lengua una serie de valores intrínsecos extralingUísticos, el nacionalismo ha convertido el euskera en un signo antes que en un medio. La supeditación de toda iniciativa cultural al objetivo supremo de destacar dicho signo (de distinción, en ese sentido) ha presidido todas las iniciativas culturales del departamento correspondiente desde hace cuatro años (la televisión es un ejemplo, pero no un caso especial).
Pero el lenguaje también traiciona. "Nuestros hijos y vuestros hijos respiran el mismo aire contaminado", dijo Arzallus en Rentería, en octubre de 1982, dirigiéndose a los llegados de otras tierras. Ignoraba hasta qué punto estaba subrayando, y no suprimiendo, la diferencia de origen expresada con los posesivos "nuestro" y "vuestro"; los socialistas de Euskadi "también son vascos, pero menos", dijo en otra ocasión. Y para Garaikoetxea, la presencia del PSE-PSOE en el Parlamento autónomo era, según dijo no hace mucho en la Cámara vasca, como "tener el caballo de Troya dentro de casa". El que disiente no es ya sólo un rival político, sino un infiltrado, alguien exterior; de ahí que, a la hora de los balances, sea imprescindible distinguir entre el indudable éxito de la Administración nacionalista en la construcción de una sociedad civil integrada. Aunque el modelo seguido para lo primero determine en parte lo segundo.
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