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Tribuna
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Euskadi, la nación y la historia

Antonio Elorza

Abertzales y españolistas coinciden en una cosa: la centralidad absoluta de la figura de Sabino Arana en la génesis del nacionalismo vasco. Para los primeros, Sabino descubre la gran verdad de que Euskadi es la patria de los vascos y es el restaurador de unas esencias nacionales cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Para sus oponentes, es el forjador de un conjunto de mitos y creencias irracionales que suscitan la división en el propio país en torno a la idea de nación, negando la españolidad no menos esencial de Euskal Herría. En ambos casos la nación parece estar ahí por obra y gracia de Sabino, bien como forma perfecta que obliga religiosamente a sus hijos, bien como creación espúrea que resulta preciso desenmascarar en nombre de la unidad española. La doble significación funciona además porque es operativa a la hora de orientar políticas destinadas a consagrar el desgarramiento interno que caracteriza a la sociedad vasca contemporánea, quebrando toda perspectiva de integración en nombre de la propia verdad que se trata de imponer por unos u otros medios coactivos.Lo que ocurre es que, como advierte Thompson, los mecanos conceptuales funcionan mal en historia, y menos para explicar los hechos nacionales. Aunque parezca una perogrullada, las naciones no vienen dadas ni pueden ser producto de una mente cargada de pasión; se hacen en la historia, mediante procesos de estructuración (y desestructuración), que pueden rematar en un logro definitivo o en situaciones muy diversas de frustración. En Europa -y entre otros-, checos, escoceses y lituanos serían ejemplos de ese amplio abanico de posibilidades. En todos los casos, y justamente para huir del mito, hay que rnirar hacia atrás y reconstruir la triple línea de evolución: económica, política e ideológico-cultural. En el caso de las relaciones vasco-españolas, esa clave reside en la etapa foral.

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Claro que la polémica no está menos polarizada en torno al significado de los ffieros. Para la tradición sabiniana. son lagi zarrak, las viejas leyes expresión de la soberanía origínaria vasca. De ahí el valor simbólico de la "reintegración foral", abolitoria de la ley unificadora de 1839. Las Juntas Generáles de cada provincia serían parlamentos con potestad legislativa, y de hecho habría fancionado sólo una unión personal, a través, del rey, con otros territorios de la Corona española.

La crítica, aquí con todas las de ganar, subraya en sentido contrario el alto grado de integración y fidelidad al rey, así como el lógico protagonismo legislativo del rey y su Consejo de Castillo.. La situación vasca, en términos institucionales, respondería al denominador común de la absorción de pequeños territorios por las grandes monarquías del antiguo regimen, inclusive la de Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa en Francia, con variantes institucionales que se conservan tanto mejor cuanto más reducida sea su dimensión política y económica frente al absolutismo. Sin olvidar otros datos: emplazamierito estratégico, capacidad negociadora...

Ahora bien, esa subordinación no impide, sin embargo, que la conciencia de una situación política diferenciada vaya afirmándose, paso a paso, entre los siglos XVI y XIX. Y con especial intensidad en Vizcaya y Guipúzcoa, cuando, tras la guerra de Sucesión, otros regímenes forales sean suprimidos y las tres provincias, más Navarra, en un extraño laurak bat por exclusión, conserven una situación políticoadministrativa que perdura hasta bien entrada la era constitucional (1841-1876).

El futuro arsenal de Sabino va asimismo forjándose. La independencia originaria y el pacto en la incorporación a Castilla. La limpieza de sangre y la nobleza universal, de preocupación compartida a signo de diferenciación frente a otras tierras y supuesto de la "nobleza de la provincia" (Larramendi). La defensa del status quo fiscal, administrativo y militar en torno al pase foral. Por fin, ya en el siglo XIX, los fueros como soporte de un modo de vida idílico, rural y cristiano, libre de los males de la revolución y el liberalismo.

La síntesis de Sabino Arana

Una vez abolidos los fueros en 1876, tras la derrota carlista, y a la vista del retroceso del euskera, rasgo esencial del pueblo vasco, ¿por qué no jugar a fondo con esos elementos diferenciales, evitando así su desaparición histórica? Campión y los euskaros lo ensayan, sin base sociológica, desde Navarra. Será Sabino Arana quien haga operativa la síntesis, en el marco de la industrialización que experimenta Vizcaya a finales de siglo.

Sabino Arana no inventa apenas nada. Tiene los sumandos y da el total. Los argumentos de los fueristas sobre la independencia y la pureza del medio rural, el integrismo, el euskera como signo diferencial, la limpieza de sangre contrapuesta a la maquetización resultan funcionales para elaborar un rechazo radical del sistema de conflictos inducido por la industrialización. Y esto es lo que hace atractivo al nacionalismo en el área de Bilbao, inicialmente, frente a la implantación socialista y entre los obreros de fuera contra el bloque de poder -económico y político- que, con proyección española, pone en pie una burguesía monopolista. La industrialización lo cambia todo rápidamente, pero esos mismos desgarramientos devuelven actualidad a las ideas forjadas en la sociedad preindustrial. No hubo errores. Si el nacionalismo vasco emerge sobre una plataforma arcaizante es porque el país carece del desarrollo urbano y obrero que a lo largo del siglo XIX en cambio propicia sucesivamente el federalismo y el catalanismo popular. El vuelco demográfico hace además que, también a diferencia de Cataluña, en la Vizcaya del novecientos, socialismo y españolismo coincidan, abriendo una fosa que la era franquista, la nueva oleada industrializadora de los sesenta y las estrategias políticas sólo harán ahondar.

La modernización crea. así los supuestos para que el mundo agrario sobreviva en el terreno de la ideología, tanto política como cultural. Y la intensidad de las mutaciones, más el recuerdo inmediato de las guerras carlistas y de la consiguiente ocupación militar fomentan ese sentido agónico, de lucha a muerte por la supervivencia vasca, que singulariza al nacionalismo de Euskadi en el cuadro de otros nacionalismos coetáneos suyos, en la España del cambio de siglo. Setenta años antes de Egin-, la referencia a "nuestros presos" preside las páginas de la Prensa nacionalista. Y, al margen del legalismo del PNV, no falta quien sueñe con un futuro levantamiento vasco, producto de la represión española.

Como ha escrito G. Jáuregui, Franco cerró el ciclo: Sabino Arana describía a Euskadi como nación ocupada; el general hizo efectiva, y con toda crudeza, tal ocupación. Luego, por fortuna, han surgido cauces institucionales para conseguir una articulación democrática de Euskadi en España. Las secuelas del pasado siguen ahí, no obstante, y no sólo en el problema capital de la permanencia de la acción terrorista. Ni en la política de orden público. La disyunción interna provocada en la sociedad vasca con la industrialización sigue perpetuándose en las principales estrategias enfrentadas en su sistema político. Las bases sociológicas y culturales para la integración son bien frágiles. Pero ello no impide su necesidad histórica en un proceso de construcción nacional, cuya voluntad de realización, por encima de todas las carencias y fracturas internas, resulta patente en la sociedad vasca de hoy.

Antonio Elorza es catedrático de Historia del Pensamiento Político y Social de España en la Universidad Complutense.

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