El programa del Festival de Cine de Berlín incluye un panorama exhaustivo de la cinematografía internacional
24 películas, entre ellas una española, compiten en la sección principal
Sin considerar las 350 películas que participan en el mercado del filme, lugar prácticamente reservado para compradores y vendedores de todo el mundo, el Festival de Cine de Berlín ofrece este año un programa tan amplio que difícilmente puede ser conocido por el espectador más aficionado. La vieja división en secciones se ha transformado ahora en un único programa oficial, aunque, independientemente, permanecen en activo el Fórum para Cine Joven, el Cine para Niños, los homenajes y otros diversos apartados.
En la competición del festival de Berlín figuran 24 películas; entre ellas, Akelarre, de Pedro Olea En la misma sección oficial, pero fuera de concurso, otras siete películas, entre las que figura otra española, El señor Galindez, dirigida por el cineasta argentino Rodolfo Kuhn. Dieciséis películas más aparecen en Sesiones Especiales, siendo La muerte de Mikel, de Imanol Uribe, el filme español elegido para este apartado.Para la sección Panorama Mediterráneo, creada este año para considerar "la específica influencia del Mediterráneo sobre los distintos países que lo habitan" -según declara el director del festival, Moritz de Hadeln-, se ha elegido otro filme español, Héctor, de Carlos Pérez Ferré entre los 20 que componen la sección. No hay, sin embargo, ninguna película española en el Fórum para Cine Joven, donde se han incluido 46 títulos de distintos países, ni en el Cine par Niños, donde Los viajes de Gulliver, de Cruz Delgado, no fue considerada por sus excesivos diálogos. Una muestra de cinco filmes del nuevo cine austriaco; una informativa con 16 películas más; una retrospectiva dedicada a Ernst Lubitsch, con 32 de sus títulos clásicos; un homenaje al vicepresidente del jurado, el director Jules Dassin, en el que se exhiben 14 de sus obras; una reconsideración de Hitchcock, con 10 de sus títulos; una muestra de ocho películas del cine norteamericano realizado al margen de los grandes estudios; un recuerdo al tango en el cine, con algunas películas interpretadas por Carlos Gardel, y la paralela exhibición de filmes realizados expresamente en vídeo componen, como se Ve, un exhaustivo panorama que transforma este festival en una maratón.
Es la lucha de Berlín por anteceder al festival de Cannes, por arrebatarle su hegemonía entre las manifestaciones cinematográficas europeas. El esfuerzo es evidente.
De poco valen a veces festivales como el de Berlín. Si el pasado año La colmena obtenía el Oso de Oro conjuntamente con Belfast, 1920, de Edward Bennet, parecía lógico que también esta película se hubiera exhibido regularmente en Europa. Sin embargo, y eligiendo a España como botón de muestra, esta segunda película permanece ignorada. El festival, no obstante, insiste en su capacidad de promoción. Y así, Edward Bennet figura como miembro del jurado de este año. Sus restantes compañeros, presididos por la actriz Liv Ullman y por el vicepresidente Jules Dassin, han sido elegidos entre distintas ramas y países: tres críticos (la rumana Manuela Cernat Gheórghiu, el italiano Tulli Kezich y el norteamericano Jevin Thomas), el empresario alemán occidental Steffen Kuchenreuther, el novelista peruano Mario Vargas Llosa y el presidente de la Comisión Cinematográfica de Francia, Adolphe Viezzi. Todos ellos se encontraron en la sesión inaugural, aun cuando la película elegida, El baile, de Ettore Scola, figura fuera de concurso.
Triunfo del baile
Los aplausos y los bravos coronaron esa proyección. La reciente noticia de que El baile figura entre las cinco candidatas al oscar al mejor filme extranjero de 1983 y la trayectoria de Scola (de quien sólo hace dos semanas veíamos en televisión Una jornada particular) condicionaron la expectación. La película es, sin duda, original y cuenta con algunos pasajes muy brillantes. El conjunto, sin embargo, puede ser discutible. Sin una sola palabra de diálogo, narra el paso del tiempo en una sala de baile desde los años treinta hasta nuestros días. El mismo grupo de hombres y mujeres se encuentran alrededor de la música. Los noviazgos y las decepciones, las modas y los acontecimientos políticos, van alternando sus costumbres. En la sala de baile irrumpen el frente popular, los nazis, la guerra, la victoria de los aliados, la revolución de 1968, los rockeros, etcétera. Divertida en ocasiones, emotiva en otras, la película, que reproduce el montaje del grupo francés Théâtre du Campagnol, adolece en ocasiones de inverosimilitud, precisamente por respetar escrupulosamente su origen escénico. Las edades de los actores, que en un escenario pueden pasar inadvertidas, son excesivas para interpretar los personajes adolescentes de la acción. El público no lo tuvo en cuenta y aplaudió a todos los intérpretes, cuando saludaron concluida la proyección, con apasionados gritos de ¡bravo! que fueron respondidos con idéntica vehemencia por los actores, bailarines y por el propio Scola, que previamente había confesado que su amor por El baile nacía de su tentación por el teatro.
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