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Crítica:TEATRO /'NIJINSKY'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un vals polvoriento

Nijinsky derrumbó su gloria en la locura: Lindsay Kemp toma en ese momento la figura patética y nimbada del bailarín prodigio para evocarle, y a los ballets rusos de Diaghilev, y su época, en una pieza que para ser un ballet está falta de rigor, para ser tragedia le falta la palabra y para mímica, depuración. Tampoco es necesaria la clasificación en un género determinado para su apreciación, y hace ya muchos años que Lincisay Kemp creó su propio género. Pero no lo aguza, no le da mayor sentido, no inventa sobre su invento.

El fondo del manicomio

Nijinsky

Por la Lindsay Kemp Company. Intérpretes: Lindsay Kemp, Neil Caplan, Atilio López, François Testory, Cheryl Heanzelwood, Salty Lloyd, Increíble Orlando, Nuria Moreno, Kevin English, Javier Sanz, Christian Michaelsen. Música: Carlos Miranda y Pedro Ruiz. Dirección: Lindsay Kemp. Estreno en ti Sala Olimpia, del Centro Dramático Nacional, el 16 de febrero de 1983.

Desde el fondo del manicomio, la hermosa gente de los ballets rusos es ceniza, polvo, humo, harapos, máscaras resquebrajadas. Una estética conocida: la de la podredumbre. Arrojar el escombro sobre el esplendor, obtener la parte fea de las cosas para producir con ella una belleza diferente, en la que se mezcla lo morboso de la destrucción, la degeneración y la muerte. Pueden, naturalmente, hacerse toda clase de teorías sobre la inscripción de este teatro de la podredumbre en nuestro tiempo, en una época que destruye mucho más de lo que crea, consume más de lo que produce y se mira a sí misma con considerable piedad. Pero esta misma forma, a su vez, está consumida, destruida, degenerada en sí; quema sus naves y mimética haciéndose mimética. No puede escapar al mal que parece describir. Una vez más, los girones de ropa que fue brillante, la impotencia, el desarticulamiento, la masa de humo y el vals podrido: no producen ya más que fastidio.Lindsay Kemp, sin embargo, hace cuidada y minuciosamente su trabajo. La hora de espectáculo parece ensayada con metrónomo para mantener un ritmo contenido, lento, una sujeción del brío natural del cuerpo, que se revuelve en el efecto conocido de cámara lenta y en el de algunas congelaciones fotográficas de situaciones conseguidas: todo sabido. Sus intérpretes tienen muy buena preparación física (destaca François Testory, en el Arlequín). La música -en vivo y grabada- está dentro de la misma estética: los fragmentos de lo que bailó Nijirisky -Petruchka, la Consagración, el Espectro de la rosa, Till...-, vulnerada por ruidos, deformada, rota: es, probablemente, lo más conseguido del espectáculo (dirección musical, piano y percusión, Carlos Miranda; violonchelo, Pedro Ruiz). Todo el trabajo que hay en este espectáculo no consigue más que momentos hacerlo aéreo, leve, soportable.

Hubo división en el público. Por los altos había protestas, silbidos y gritos: se adivina que de gente más joven, que se cansa antes y que pone más pasión -felizmente- en lo que ve. Por el patio de butacas, aplausos y algunos bravos, que parecían dominar.

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