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Funeral en Moscú

La salud de Chernienko centra la atención de los 'kremlinólogos'

En su primera aparición pública ayer como líder soviético, Constantin Chernienko centró la curiosidad de los kreminólogos sobre el aspecto más difícil de averiguar: el estado de salud del hombre que manda en el Kremlin. Los cronistas se apresuraban ayer a constatar los titubeos verbales del nuevo secretario general del PCUS en su primer discurso a puertas abiertas.

Desde que falleció Lenin en enero de 1.924, después de dos años de enfermedad, la salud de los líderes soviéticos ha dado lugar a todo tipo de especulaciones. En más de una ocasión, servicios secretos occidentales se han dedicado a la pintoresca caza de muestras orgánicas en los retretes de las residencias para invitados oficiales usadas por diversos líderes del Kremlin en sus visitas a países extranjeros.Después de que se diera por muerto a Leonid Breznev al menos media docena de veces en los últimos años de su mandato, nadie creyó que fuera su fallecimiento el que diera lugar a la transmisión de música clásica en los programas de variedades de la radio y la televisión de la URSS medio día antes de que la noticia se ofreciera oficialmente a todo el mundo. La Embajada de EE UU en Moscú no pudo comprobar entonces el hecho, y los primeros rumores llegaron de boca de un veterano periodista, al que nadie -excepto el embajador- parecía tomar en serio. Aquella vez fue un madrugador periodista japonés el primero en atreverse a relacionar la programación radiofónica con el hecho insólito de que la firma de Breznev no aparecía a la mañana siguiente: en Pravda al pie de un mensaje remitido a las autoridades angoleñas.

Los temas de salud han dado sentido, en buena parte, a la muy inexacta ciencia kremlinológica, que alguien ha descrito como el arte de sacar el mayor número de conclusiones posibles con la menor cantidad de datos. Un ejemplo divertido: pocas semanas antes de que Breznev muriera de verdad, un periodista especializado en deportes de una agencia occidental llegaba agitado a su oficina en Moscú. Breznev había acudido al estadio a ver un partido de hockey sobre hielo. El asunto era trivial, pero había un detalle: después de haber dejado el tabaco durante muchos años por temor a sus problemas cardiovasculares, Breznev reapareció aquella noche empalmando un cigarrillo tras otro. Las posibles deducciones eran tan contradictorias que nadie se atrevió a sacar conclusión alguna entre las dos extremas posibles: o se había recuperado fulminantemente o estaba ya desahuciado.

Después de casi medio año de estar ausente, Andropov, con su desaparición, no sólo disgustó con su fallecimiento a sus familiares y admiradores: un veterano periodista, Dusko Doder, de The Washington Post -que trabajó hace años en Moscú como corresponsal de una agencia norteamericana-, también tenía razones para la desesperanza: después de casi toda una noche en vela buscando indicios que explicaran las razones del luto impuesto en la radio soviética desde medio día antes de que se hiciera pública la muerte, Doder creyó encontrar indicios suficientes que, unidos a su olfato de veterano kremlinólogo, le hicieron enviar un despacho a su periódico dando como probable el hecho que se conocería oficialmente horas más tarde. Nadie le creyó. Consultados desde Washington funcionarios de la Embajada de EE UU en Moscú, se llegó a decir que "estaba borracho". A las desdichas cotidianas de los kremlinólogos incomprendidos se unió esta vez la mala fama del oficio periodístico.

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