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Sobre la crisis de la izquierda

Mi objetivo más inmediato en el presente artículo es intentar explicar el profundo y creciente desánimo que se evidencia entre todos los movimientos de la izquierda tradicional: socialista, comunista y anarquista. A mi modo de ver, este desánimo es especialmente evidente en las muchas divisiones que se están produciendo en los partidos comunistas, las discusiones sobre el gulag, sobre el culto a la personalidad, sobre el eurocomunismo, las discusiones de Orwell en relación con 1984 y las críticas negativas a los Gobiernos de los partidos socialistas en Francia y España. por una parte de aquellos que trabajaron por el socialismo democrático. El tema, para mí de gran importancia debido a la crisis, no es una simple cuestión de unos partidos políticos determinados, sino de un completo Weltanschauung de esperanza por la creación de una civilización mejor mediante la acción de unas clases medias progresistas y de una clase trabajadora. industrial.La causa principal de la decadencia moral de la izquierda en todos los países desarrollados ha sido la desilusión con los resultados de la Revolución rusa de Octubre de 1917. Los primeros meses de esa revolución fueron un período de euforia para la práctica totalidad de marxistas y anarquistas. Parecía que la clase trabajadora hubiera tomado el poder y que fueran a desaparecer, en cuestión de décadas, todas las injusticias acumuladas del capitalismo y el imperialismo, por una revolución mundial que se extendería desde su base rusa. Sin embargo, en 1921 los socialistas democráticos y los anarquistas ya se habían desilusionado por la clara tendencia a establecer una dictadura burocrática, de arriba abajo, que se burlaba abiertamente de las libertades occidentales, tachándolas de simples libertades burguesas.

En los años treinta había muchos más socialistas y compañeros de viaje alienados por las paranoicas purgas sangrientas de Stalin y por la evidencia de que, con el pacto - soviético-nazi de agosto de 1939, los soviets podían ser tan cínicos en relación con la guerra y el imperialismo como cualquier fascista o apaciguador occidental. Después de la renovación de las purgas estalinistas en Europa del Este y Rusia (1948-1952), muchos miembros del partido encontraron cada vez más difíciles de tragar las racionalizaciones (en esta época ya quedaban pocos compañeros de viaje), y el proceso de las desilusiones políticas internas prosiguió con las invasiones de Hungría, en 1956, y Checoslovaquia, en 1968. Hasta 1960, muchos izquierdistas desilusionados con la evolución política de la URS S seguían creyendo que la economía soviética era superior al capitalismo occidental, pero el éxito del Mercado Común, unido a la estagnación de la economía soviética, sumó la desilusión económica a la política. Han transcurrido 66 años desde la revolución bolchevique, y ningún nuevo concepto u organización ideológicos han reemplazado a las cada vez menos creíbles instituciones y consignas de la revolución original. Muy probablemente ésa es la razón principal de la crisis de la izquierda.

Además de la historia de la URSS, hay otros factores importantes que las izquierdas socialista, comunista y anarquista nunca han llegado a comprender debido a sus prejuicios ideológicos. Uno de ellos es el papel de los pequeños comerciantes como vendedores, subcontratistas en complejos procesos industriales, experimentadores en nuevos métodos de distribución, eficientes unidades humanas de producción y distribución. En la URSS, la nueva política económica que reinstauró temporalmente el capitalismo a pequeña escala produjo un milagro económico, aunque el término no era utilizado en aquellos tiempo, menos preocupados por las relaciones públicas. En siete años, 1921-1928, la NPE (Nueva Política Económica) reconstruyó la economía rusa, destrozada por la guerra, y le devolvió los niveles de producción de 1913. En este momento, Stalin y sus aliados Zinoviev y Kamenev (fusilados por traición en 1936) decidieron que los pequeños comerciantes y campesinos independientes habían agotado sus papeles históricos y que había llegado el momento de socializar totalmente la economía. Desde ese momento, la economía soviética ha estado inundada de mercados negros, corrupción, baja productividad y estreñimiento administrativo.

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También en Occidente los socialistas democráticos y los revolucionarios marxistas y anarquistas han cometido muchos errores de juicio en relación con el papel de las clases sociales. Consideraban a los pequeños comerciantes, profesionales independientes y artesanos bien con hostilidad, como parásitos y pequeños burgueses, o bien compasivamente, como reliquias que serían barridas por el creciente poder de las grandes corporaciones. Este destino de la pequeña burguesía ya había sido anunciado en el Manifiesto comunista de 1847, y no ha dejado de repetirse desde entonces, a pesar de toda la gran cantidad de evidencia en contrario.

El propio Marx pronunció encendidos elogios de los éxitos productivos de la burguesía, al tiempo que insistía en que era totalmente incapaz de resolver los problemas de distribución. En el lado de la producción pudo constatar durante su propio tiempo la fuerte tendencia hacia la formación de monopolios industriales, pero no vivió para ver las constantes revoluciones tecnológicas Pasa a la página 12 Viene de la página 11 en electricidad, química, petróleo, plásticos, electrónica, etcétera, que proporcionaron y siguen proporcionando nuevas salidas a las iniciativas productivas privadas y, generalmente, a pequeña escala. Es triste y, desde mi punto de vista, desleal con el verdadero espíritu de Marx el que la inmensa mayoría de sus seguidores siga repitiendo sus predicciones de 1850, en vez de asimilar la evidencia acumulada durante más de un siglo.

Paralelas al menosprecio hacia la pequeña burguesía han sido las exageradas expectativas relacionadas con el proletariado industrial. La izquierda, tanto la democrática como la revolucionaria, ha tenido una tendencia a creer que toda la producción real, está conseguida por los trabajadores manejando un pico o atendiendo a una máquina, y que esos trabajadores manuales, una vez que sean los dueños de los medios de producción, podrán manejar eficiente y entusiásticamente la economía, sin beneficio para esa clase media sometida al capitalismo avanzado. La realidad ha golpeado duramente a esa imagen idealizada del proletariado industrial. Los avances tecnológicos reducen el papel de los trabajadores industriales, en comparación con él de todos los técnicos y administradores de la clase media. Los trabajadores revolucionarios sienten el inevitable declive de su poder en el funcionamiento total de una economía avanzada, y los trabajadores no revolucionarios desean exactamente lo mismo que desea la pequeña burguesía: tener casa, coche, vacaciones anuales, una educación para funciones de servicios en vez de para labores fabriles, etcétera. Una equivocación final ha sido el constante menosprecio de la fuerza del nacionalismo, comparada con la solidaridad de clases y el internacionalismo proletario. En todo levantamiento social y conflicto armado importante de los pasados 100 años, el nacionalismo de todos los pueblos, grandes y pequeños, ricos y pobres, ha influido mucho más en el comportamiento que cualquier forma de internacionalismo marxista, anarquista o de cualquier otro tipo. Una de las razones de que la memoria de la guerra civil española tenga tan poderoso atractivo entre la izquierda de todo el mundo es precisamente el hecho de las Brigadas Internacionales y de las pequeñas aportaciones de los obreros soviéticos y europeos para comprar armamento y medicinas para la II República Española, que constituyen una importante y rara excepción de la generación que acabo de enunciar.

Por el bien de la salud moral de toda la humanidad es esencial que la izquierda se recobre de su largo período de desencanto. Pero esta recuperación no se producirá hasta que la izquierda haya reconocido sus propios errores de expectativa y juicio histórico.

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