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Tribuna:CRÓNICA DE LA CIUDAD
Tribuna
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Viaje al fin del 'metro'

Con la cara lavada, un millón de usuarios al día y 20.000 millones de pesetas de presupuesto anual, el ferrocarril subterráneo brinda su tragicomedia continua a lo largo de 105 kilómetros

Cuatro vistosas porras, sujetas al cinto de sus respectivos guardias, vigilaban atentamente la Expometro de la estación de Retiro. Sin porra no sobrevive el arte. Menos aún si es subterráneo. Las armas negras se interponían entre la insana barbarie de los gamberros y la belleza pictórica y literaria de una muestra dedicada a ensalzar al Metro. Era un gran canto al ferrocarril subterráneo. Entre las loas, sobresalía un soneto firmado por Francisca, de Getafle. Decía: "Pienso que vas por la vida/ por camino muy oscuro; / no conozco tu guarida, / pero sé que eres seguro".¿No era hermoso y delicado? ¿Merecía un premio? El premio a la reparación por las muchas ofensas que de palabra y obra se inflinge al venerable transporte público.

Pensaba esto el usuario Benigno López (entusiasta del Metro) cuando, de pronto, se viz) metido en volandas en un viejo convoy. El vagón había sido repintado. Pertenecía a uno de esos 400 trastos que la memoria de la compañía define como "material móvil clásio,o que circula por la red antigua y cuya edad supera dos y tres veces su período teórico de amortización". Pero en la práctica acluello iba adelante. Hacía su marcha.

Benigno López ya estaba disfrutando su encursión por el subsuelo de Madrid, metro a netro. En Delicias había emoción. Un empleado tenía agarrado al usuario Antonio Mogollón Díaz porque éste se permitió la libertad de tocar el silbato del tren. "¡Esto no se toca! ¿Me entiende?", le decía. Y Mogollón daba cabezazos sin soltar prenda, hasta que gritó: "¡Jo, déjame ya, tío! ¡Que se me van a hinchar de una vez!".

Le dejaron ir. Benigno respiró. En Sol, dosJóvenes salían de un vagón vecino, el M-520, dándose de bofetadas. Y el jefe de estación, Dámaso Murcia, 24 años, intentó separarles. Uno estaba dispuesto a pincharle al otro con la navaja porque no era nadie para prohibirle fumar en ese vagón, y quería llevarselo a la boca del metro, "a la calle, ahí te vas a enterar". El jefe Dámaso Murcia decía: "Como si no tuviera bastante follón, me vienen éstos con sus pijadas, y los otros, que dicen, que la máquina de caramelos no les saca. el balsamín y se les traga los duros".

Subiterráneas emociones

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Más adelante, en la estación de Plaza de España, los usuarios atrapaban los billetes de expedición automática arrojándose al suelo. La enérgica máquina no los entregaba, sino que los lanzaba con tal fuerza al aire que era precisa una persecución a cuatro patas. Benigno López se lo tomó con hurnor.

En Banco, el espectáculo era de otro tipo. Un pordiosero yacía inconsciente en el andén. El jefe de estación le preguntaba la edad, Aquél no respondía. "¿Me dice la edad o es que está grave?". Compadecido, Benigno López abandonó el lugar y no reaccionó, hasta entrar en la estación de Vista Alegre. Allí era peor lo que había pasado. La taquillera. Socorro Ureña gemía y temblaba. También estaba muy pálido Santos Santiago, subalterno.

Dos individuos, con una pistola y una navaja, les habían obligado a entregar las 68.000 pesetas de recaudación. Y cuando otro empleado intentó detener su huida, el de la pistola disparó contra él. Santiago ahora yacía en el suelo. No estaba muerto de milagro. La pistola era de fogueo y sólo le quemó la cara.

El usuario López volvió al tren como quien regresa a la meditación de la vida. Mientras viajaba otro rato, de 14 estaciones fueron desalojados 42 mendigos, músicos y gitanas. Al entrar en Callao, se encontró a la jefa de la estación, Mercedes Estévez, llorando a moco tendido. ¿Qué le habían hecho? Pues bastante daño en la mejilla "por meterme a parar a un chaval portugués que saltó el torniquete sin billete". Luego de confortar a la sufrida empleada, Benigno López siguió su viaje. Hasta Pacífico todo iba con normalidad. Pero en esta estación encontró a Hortensia Fernández Ferreiro desvanecida. Un agente le dijo: "El otro día pasó lo mismo en la línea V, en la estación de Torre Arias. Hortensia se va muriendo por el Metro".

Esto amargaba la existencia a cualquier usuario. En la estación de América todavía le aguardaban dos emociones. Un tipo que dijo llamarse Enrique de la Hoz se había partido la cabeza luego de caer escaleras abajo. Y Felipe Rodríguez se enfrentaba violentamente con el jefe de estación y un subalterno porque le impedían arrojarse a la vía desde el puente que cruza los andenes.

Benigno sentía hundirse a medida que avanzaba su periplo. En Tirso de Molina, el jefe Ángel Díaz comprobó que habían forzado las máquinas de billetes S-163 y S-164 y se le habían llevado, bonitamente, 21.000 pesetas. Pensó Benigno: "Más pérdidas que añadir al déficit anual de 6.000 millones, un millón por cada empleado del Metro". Pero esto también era inevitable.

En Argüelles, Jesús Comunión Pompa -bonito nombre para un boxeador- se había enzarzado con un conductor al que llamó "drogado". En Velázquez, una estación elegante, el cojo Felipe Rodríguez amenazaba al jefe con su muleta metálica: "¡Como me llamo Felipe Rodríguez Machuca que voy a seguir durmiendo en este banco!".

Benigno López ya tenía bastante. Ahora se acercaría a la sede del Metropolitano. Si tuviera coraje pediría hablar con algún directivo para informarle, como usuario amante del metro, de todo lo que ocurría allá abajo.

A su paso por la estación de Bilbao, López sintió curiosidad por ver qué es lo que le daba tanta risa al jefecillo en la pecera acristalada del andén. Se acercó y le ofreció un cigarro. El hombre no tenía inconveniente en enseñárselo. Era el libro de reclamaciones. En la primera página, Carmen Pérez Laborda y Villamera protestaba enérgicamente porque le habían cobrado suplemento, y eso era un abuso, y exigía que antes del 10 de julio de 1945 "me den respuesta, porque en esa fecha saldré de vacaciones".

Benigno rió con el jefe. "¡Cómo han cambiado los tiempos! ¡Fíjese, una reclamación por un suplemento! ¡Ja, ja.1".

Medidas de seguridad

En fin, ya estaba en Cavanilles, 58, sede del Metropolitano. Los ordenanzas pedían la identificación y daban pegatinas. El, Benigno López, se limitó a observar. Ahora salía un reportero con su pequeño magnetófono enchufado. ¿Vendría de alguna entrevista importante? El reportero se sentó en el vestíbulo para escuchar su grabación. López no podía dejar pasar la oportunidad. Discretamente, tomó asiento a poca distancia. "Dígame, don Vicente García Álvarez, director del Metro de Madrid: ahora que le han lavado ustedes la cara al enfermo, ¿no cree que se advierte lo pálido que está?', empezaba la entrevista. Y siguió escuchando. El señor García Álvarez se mostraba preocupado: "Pues claro que estoy muy preocupado con el problema de la droga y del alcohol. Ése es un gravísímo problema. El conductor heroinómano que provocó el accidente con 80 heridos había sido visitado por nuestro médico en cinco de sus nueve faltas de asistencia a lo largo de un año y medio. Y el doctor no advirtió que fuera adicto a la droga. Por eso hemos de extremar las medidas de seguridad. Vamos a implantar controles aleatorios e inesperados en las cabeceras de línea, aunque esta medida caiga mal a los empleados".

Más adelante, el entrevistador preguntaba si el conductor drogado que provocó el accidente había sufrido alguna enfermedad, alguna infección sospechosa. "Ninguna, ninguna", respondió García Álvarez. "Ya le digo, un borracho se detecta; un drogadicto es más dificil".

Benigno López se estremeció. Recordaba ahora lo que le había contado la amiga enfermera de un hospital de Madrid para infecciosos. Seis meses antes del accidente, un empleado del Metro con síntomas de hepatitis fue atendido por la doctora S., y en la ficha se hizo constar que "el empleado es adicto a la heroína y es conductor del Metro". Pero la doctora aseguró al paciente que ella no daría parte a la empresa. Eso no le concernía. Benigno López se preguntaba, alejándose de la sede del Metropolitano: "¿Será el mismo hombre, o habrá un segundo conductor drogadicto, no detectado, al frente de otro convoy clásico?". Y regresó a casa, a pie, por si las moscas.

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