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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La nueva políca de Arafat

CUANDO ARAFAT tuvo que salir de Trípoli, asediado por tropas al servicio de Siria, se habló de su fin inevitable. Lo ocurrido desde entonces indica más bien que se ha producido algo así como el nacimiento de un nuevo Arafat, hasta tal punto son diferentes las posiciones que propugna el presidente de la OLP de las que defendía en otras épocas: campeón ayer del radicalismo árabe de izquierdas, abraza ahora posiciones netamente moderadas, por no decir conservadoras. Explicar este cambio por el despecho hacia lo que él ha calificado de traición siria sería excesivamente simplista. Hay una constante, una especie de filamento que da coherencia a actitudes tan aparentemente contradictorias. Arafat no es el jefe de un partido, de izquierda o de derecha. Se siente representante de un Estado palestino; su objetivo es crear ese Estado; sólo entonces tendrán sentido las diferencias entre la izquierda y la derecha. En ese sentido, no cabe duda que la política que empieza a dibujar el líder palestino pretende colocar su proyecto dentro de las coordenadas nuevas que están desarrollándose en el mundo árabe. Su visita al presidente de Egipto, Mubarak, ha sido el primer impulso al nuevo curso; un gesto llamativo, y que ha provocado críticas y oposiciones dentro de la OLP, aún no resueltas.Unos 20.000 combatientes de la organización palestina se encuentran hoy dispersos en ocho o diez países árabes; en ningún punto tienen contacto directo, militar, con el Ejército israelí. La primera característica, en parte impuesta por las circunstancias, de la actual estrategia de Arafat, es concentrarse casi exclusivamente en la gestión política. Uno de los jefes históricos de la OLP, íntimo colaborador de su presidente, Abu Iyad, declaró recientemente: "Cuando la comunidad internacional nos ofrezca un Estado palestino en CisJordania y en Gaza, formaremos un Gobierno en el exilio para negociar". El objetivo es, pues, ni más ni menos, lograr que la comunidad internacional haga tal ofrecimiento. Sin duda, la principal fuerza que apoya esa nueva estrategia es la población palestina de la Cisjordania ocupada hoy por Israel; sufre en su vida esa ocupación y siente además la amenaza directa que para ella representan las implantaciones de poblaciones judías organizadas por el Gobierno de Tel Aviv. Aquí puede estar hoy la base para el entendimiento entre Arafat y el rey Hussein de Jordania. La reciente decisión de éste de incorporar diputados de Cisjordania al Parlamento de Arnman podría responder, en abstracto, a dos propósitos: o negar la representatividad de la OLP, o preparar una colaboración con ella con la perspectiva de un Estado palestino confederado con el Reino de Jordania. Todo indica que se trata de la segunda hipótesis; Arafat ha asumido la idea de esa confederación, y éste será uno de los temas principales de las conversaciones en la capital jordana entre Arafat y Hussein, anunciadas para los próximos días.El nuevo enfoque para resolver la cuestión palestina tiene un inconveniente gravísimo; su realización, incluso suponiendo las condiciones más favorables, sólo es imaginable a largo plazo. Exige, desde luego, un cambio profundo en la política de Israel; hipótesis que no cabe descartar, pero sólo a medio o largo plazo: el desgaste del Gobierno Shamir es muy fuerte: razones económicas, sin hablar ya de las tristes experiencias de la guerra de Líbano, pueden preparar una evolución en Israel hacia actitudes más flexibles, que encarnaría, quizá, el partido laborista. Pero una evolución de ese género en Israel exige una presión, un compromiso de EE UU, inimaginable durante un período electoral. Por tanto, es evidente que Arafat se adentra en una política que exige moderación y paciencia, cuando una serie de factores objetívos en los que se encuentran sectores palestinos empujan a la impaciencia y al radicalismo. Por eso, incluso si Arafat logra que su actitud sea respaldada por los órganos dirigentes de la OLP, quedarán sin duda zonas de radicalismo palestino que se opondrán a él. Identificar ese radicalismo con Siria sería erróneo: para ésta, los problemas vitales son el Golán y la negociación sobre Líbano; si en ellos lograse ciertos resultados, podría flexibilizar su actitud hacia una solución moderada del problema palestino. La evolución de Arafat refleja sin duda procesos que están en marcha dentro del mundo árabe. Su proyecto actual corresponde al plan aprobado en la reunión de Fez; cuenta con el apoyo sobre todo de los países árabes conservadores, deseosos de evitar enfrentamientos con EE UU y de llegar, en el fondo, a un modo de vivir con Israel. Lo confirma la reciente reunión islámica de Casablanca, con su apertura hacia Egipto, es decir, hacia el primer país árabe que ha firmado la paz y restablecido sus relaciones diplomáticas con Israel.

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