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Reportaje:

La reforma de la industria del cine francés favorece el aumento de espectadores

Al tiempo que se organiza en Madrid una muestra de la última producción del cine francés, se conocen las brillantes cifras de las recaudaciones obtenidas en el último año por aquella cinematografía. Frente al desapasionamiento del público francés hacia su cine en los últimos cinco años, y que ha tenido un lógico reflejo en los festivales internacionales, el éxito de sus últimas películas parece haber girado drásticamente la situación. Ello puede comprobarse en el ciclo que se exhibe en el Centro Cultural de la Villa, dentro de las Jornadas de Cultura Francesa, que concluirán el próximo domingo. Obras de Chabrol, Jessua, Miller, Vigne, Pinheiro, Lecomte y Niermans componen dicho ciclo.

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El cine vive en Francia una época gloriosa. Los espectadores aumentan cada año de manera vertiginosa. En 1982, año del que data la última estadística sobre el particular, 600.000 personas se convirtieron en nuevos espectadores. A finales del pasado año, a partir de ese estado de salud envidiable de la industria cinematográfica, el Gobierno socialista remató una reforma que tiende a favorecer al máximo la diversidad creadora y a estructurar el mundo multiaudiovisual con el que se enfrentará el cine en esta última andadura del siglo XX.No puede decirse que el cine francés, desde que se esfumó aquella nueva ola del inicio de la década de los años sesenta, ha impresionado al mundo. Sus ídolos, Jean Paul Belmondo y Alain DeIon, son conocidos en los arrabales de este país y en los cotos más o menos tercermundistas, pero en Estados Unidos, por ejemplo, al único que se conoce es a Yves Montand, porque, hace ya más de un cuarto de siglo, realizó un filme, El multimillonario, con la trágicamente desaparecida Marilyn Monroe. Pero, a pesar de este talante casero, la industria del cine funciona en Francia.

En 1982, el número de espectadores se elevó a 200 millones, cifra inigualada en los últimos 15 años, y que representa 25 millones suplementarios respecto a la media alcanzada durante la década de los años setenta y todo lo que va de la presente de los ochenta. Un caso semejante no se conoce en toda Europa occidental. En ese mismo año de 1982, las inversiones cinematográficas se cifraron en 1.350 millones de francos (2.700 millones de pesetas), es decir, 200 millones (400 millones de pesetas) más que el año anterior. Y como dato significativo apúntese el que el 53% de los espectadores del año que se estudia, de 1982, lo fue de filmes franceses.

Mayo del 81

El actual ministro de la Cultura, Jack Lang, presenta todos sus análisis, como puede ser lógico, partiendo de mayo de 1981, cuando la izquierda llegó al poder. Más o menos explícitamente se entiende siempre, si se toma al pie de la letra, que el entusiasmo de los franceses por el cine se debe a la política socialista. Sus detractores, por el contrario, anotan que el aumento de espectadores ya venía de atrás y que, si en algo ha influido el acceso de la izquierda al poder, habría que buscarlo en el hecho de que la televisión empeoró y los telespectadores se reconvirtieron en espectadores de las salas oscuras.

Las industrias de la cultura

Lo que si es cierto es que, Lang, y todo su ministerio se han volcado con el cine. Tras una primera etapa de denuncia del imperialismo cultural americano, que sería el responsable mayor de la cantidad y calidad cinematográfica norteamericana que invade el mundo, Jack Lang se aplicó, sin descanso, en la elaboración de una reforma de la industria del cine, cuya filosofía se asienta, de manera genérica, en un postulado que, como él mismo anticipó, es posible que haya chocado a muchas orejas sensibles: se refería Lang a las industrias de la cultura sobre las que disertó el ministro francés hace pocas semanas, para explicarles a los franceses como entendía desarrollar las diversas facetas de la creación artística, teniendo en cuenta que la cultura es una de las bazas económicas que pueden ayudar a Francia a salir de la crisis.A juicio de Lang, y de los responsables socialistas franceses, empezando por el presidente de la república, François Miterrand, de que el ministro es uno de sus niños mimados, en 1984 "los sueños ya se han hecho realidad": desde hace más de 20 años, el arte es uno de los más importantes soportes de la inversión. Los museos y otros centros culturales, en Europa, como en Norteamérica, están en manos de administradores y no de directores escuetamente artísticos. La cultura, en todas sus manifestaciones, es cada día más, un mercado, y uno de los pocos que se amplía en estos tiempos de crisis.

En Francia, concretamente, si se trata del libro, como de la pintura, de la televisión o del cine, el desarrollo es continuo. Por lo que toca al cine, Francia es el segundo mercado del mundo (4.500 salas) de los gastos de los franceses, sólo los dedicados a la salud superan los del cine. Y las nuevas tecnologías se espera que aumentarán el crecimiento de la industria de la cultura.

Por otra parte, el Gobierno actual insiste en que Francia, que no tiene yacimientos petrolíferos, posee yacimientos culturales sin parangón en el mundo. Por ejemplo, la biblioteca nacional y la cinemateca, instituciones únicas en el planeta. Por referirse a uno de estos ejemplos: el presupuesto de la cinemateca de este país, era de siete millones de francos (14 millones de pesetas) en 1981, pasó al doble en 1982 y a 23 millones (46 millones de pesetas) el año pasado. En un año, esa cinemateca, sólo en París, ofrece 2.000 películas, lo que representa algo incomparable. Y se está estudiando la descentralización de ese material, con el fin de llevar a provincias dicho tesoro cultural.

En base a la realidad expuesta el Ministerio de la Cultura, en los dos últimos años, ha realizado una reforma del cine nucleada en torno dos puntos esenciales: corregir la tendencia a la concentración de los poderes económico-artístico en manos de algunas sociedades, y apoyo a las capacidades de creación del cine francés con el fin de responder a la competencia internacional. Estos dos ejes orientan todas las medidas concretas que tienen en cuenta la diversificación del mundo del audiovisual en el que entra el mundo moderno, lo que los socialistas denominan reconquista del público popular y los intercambios internacionales. Este último tema abarca una de las ambiciones específicas de los socialistas franceses: construcción de un espacio europeo del audiovisual, relaciones con el tercer mundo y con los países latinos. Por ahora, todo esto es, aún, letra escrita.

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