Sean Connery cree que su alejamiento de James Bond ha beneficiado su actual interpretación del personaje

Sean Connery, el actor de la serie James Bond, llegó ayer a Madrid para presentar en España la última película de la misma, Nunca digas nunca jamás, con la que regresa a este mítico personaje y que ya se puede ver prácticamente en toda España. Durante 12 años, Connery estuvo alejado del personaje, pero ahora, al volver, cree que ese alejamiento le ha venido muy bien, porque le ha dado una experiencia que precisaba interpretando papeles distintos a los del famoso agente secreto. En la conferencia de prensa en la que compareció ayer en Madrid, este actor, de 53 años, hizo su leve autorretrato.
Tiene Sean Connery cuatro hilos blancos, cuatro canas irredentas que le atraviesan el cráneo, que le cruzan su famosa calva, gestada con mimo y garbo durante años. Tiene también unas cejas mefistofélicas, que frunce en un gesto disciplinado de paciencia, mientras nubes de reporteros le machacan a golpes de flash.Sólo hay algo peor que una rueda de prensa, y es una rueda de prensa atiborrada. El salón rebosa multitudes, el amable traductor sirve de escollo y meandro en las respuestas, y las preguntas se entrecruzan tontamente. Mientras un fotógrafo me clava su maleta de cámaras en un ojo, pregunto a Sean Connery por qué aceptó este papel tras haber declarado repetidas veces que odiaba a James Bond. Y, sorprendentemente, Connery contesta que el personaje es ahora más viejo, que él ha aprendido mucho como actor en los 12 años que permaneció sin encarnarlo, que espera que esa experiencia se refleje. Inmediatamente después, un compañero le pregunta sobre qué diferencias hay entre los primeros Bonds y éste, y yo alerto oreja y lápiz, por si en esta ocasión contesta a mi pregunta, por esa extraña alquimia de las ruedas de prensa, que hacen que los temas se crucen y las entendederas se colapsen.
Tiene 53 espléndidos años, esbeltos, barbados, bronceado el color con sol hispano de su casa marbellí, en la que vive: "He de pedir disculpas por no saber el idioma, pero he empezado a estudiarlo y la próxima vez hablaré español". Risas, aplausos y media vuelta al ruedo.
Digo que tiene 53 años y una sabia carrera a las espaldas, un olfato que le lleva a escoger buenas películas. Habla de El hombre que quiso ser rey, de Houston, y de Robin y Marían, de Lester, posiblemente sus dos películas mejores, y dice que hay fracasos de público, como el de Robin y Marían, que siguen siendo para él éxitos íntimos, triunfos personales.
El gesto malicioso
El traje gris, el gesto malicioso, algunas bromas. Baratas, porque las ruedas de prensa no dan para más: "¿Es usted tan mujeriego como en sus películas?". "No se lo pregunten a mi mujer".Por debajo de su elegante traje gris guarda los antiguos tatuajes de sus brazos: Escocia, para siempre, en el derecho; Mamá y papá, en el izquierdo, en tinta azul titanio. Por debajo del barullo queda este Sean Connery cortés, medido, parco, que evita declararse pacifista, seguramente por cautela. Este Sean Connery tan escocés que se presentó al concurso de Mister Universo en 1950, ex albañil, ex pintor de brocha gorda, ex marino.
Por debajo queda su imagen de hombre sensato y la intuición de un trasfondo interesante. Pero todo se ahoga en este hervor de agente secreto, en este frenesí de promociones: "Señor Bond", pregunta uno, "¿cuánto gana usted?". "Cuando yo era pobre nadie me preguntaba cuánto dinero tenía. Ahora que tengo dinero, por tanto, no pienso decir ni cuánto ni en qué lo empleo". Ovación y dos orejas. La afición estaba entregada y no fue demasiado exigente.
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