La coexistencia con Estados Unidos
Una de las características de la vida intelectual española que más me atrajo hace 35 años, durante mis estudios de doctorado, fue su prodigiosa capacidad de autocrítica, expresada en las obras de autores tales como Joaquín Costa, Matías Picavea, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Jaume Vicens Vives y el actual alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván. Como gratitud a su ejemplo y preocupado por la terrible amenaza que pesa sobre la humanidad, que navega entre la Escila USA y el Caribdis URSS, quiero echar cuanta luz me sea posible sobre el carácter y comportamiento histórico de Estados Unidos.Estados Unidos tiene una historia esquizofrénica que, en principio, puedo calificar con dos frases sobradamente repetidas: tierra de libertad y destino manifiesto. Tierra de libertad, desde sus principios, con las colonias de la costa atlántica del siglo XVII, porque ha existido siempre, y en general con éxito, un constante énfasis eti la libertad individual en cuestiones económicas, profesionales, políticas, religiosas e intelectuales. Y en los últimos veinte años, dos de los mayores fallos en tal panorama de libertades han sido en gran medida corregidos con la adición de las igualdades racial y sexual. Los americanos han sido también generosos con sus vecinos. Los pioneros granjeros del siglo XIX cooperaron en el despeje de bosques, construcción de hogares y, sembrado y recolección de las primeras cosechas. Sus descendientes de la clase media siguen perteneciendo en gran número a organizaciones de asistencia, cuyos nombres se anuncian orgullosos a la entrada de cada población. Estas organizaciones, que subvencionan hospitales, parques, actividades de esparcimiento, equipos deportivos, beneficencia y actividades especiales para disminuidos fisicos, también envían carromatos de bienvenida para recibir a los nuevos miembros de la comunidad. Este impulso de generosidad comunal se extiende a todo el mundo en forma de socorros a las víctimas de terremotos, inundaciones, hambres y epidemias.
¿Cómo es posible que esta nación libre, próspera y generosa se haya convertido, junto con el imperiálismo soviético, en la mayor amenaza a la paz y libertad del resto de la humanidad? Es aquí donde me planteo la segunda frase: destino manifiesto. Los primeros granjeros, a lo largo de tres siglos, encontraban las tierras ocupadas por los indios, que vivían primordialmente de la caza y la pesca. Estos pioneros no dudaron nunca, ni por un momento, que su modelo de sociedad agrícola y comercial, y posteriormente industrial, era moral y económicamente superior a la sociedad tribal india. Ocupaban por las buenas la tierra libre o firmaban tratados, el contenido de los cuales generalmente no era bien comprendido por los indios, que los signatarios blancos no tenían intención alguna de cum-
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plir. En la década de 1840, unas cuantas campañas militares triunfales arrebataron a México el inmenso territorio del Suroeste. El coste, tanto en sangre como en escrúpulos, fue muy reducido, porque la tierra estaba libre y México estaba ineptamente gobernado por dictadores militares. Además, por la Compra Gadsden, de 1853, Estados Unidos se mostró ocasionalmente dispuesto a pagar por un territorio que podía tomar con toda facilidad por la fuerza.
En 1898, una espléndida pequeña guerra, según las palabras del entonces coronel Theodore Roosevelt, acabó con los restos del imperio español en el Caribe y Filipinas. En 1903, el ya presidente Roosevelt creó la república independiente de Panamá después de derrotar a las tropas colombianas, a las cuales, elegantemente, llamó liebres. Todo esto constituye el destino manifiesto de Estados Unidos para extenderse del Atlántico al Pacífico en el norte del continente americano, dominar el Caribe y construir el canal de Panamá.
En el curso de este destino manifiesto, Estados Unidos no ha tenido nunca que negociar ni llegar a compromiso alguno con ninguna potencia que fuera remotamente capaz de desafiar sus pretensiones.
En el siglo XX, el destino manifiesto ha adoptado una forma más compleja, no directamente territorial, sino política, económica y militar, a escala mundial. En dos guerras mundiales, por urgente invitación de las potencias democráticas Reino Unido y Francia, Estados Unidos luchó para salvar a Europa occidental del imperio alemán (1914-1918) y de Hitler (1942-1945). Desde 1945 ha hecho todo lo posible, no siempre con éxito, por salvar a todo dictador que acepte el capitalismo multinacional y que proclame que está amenazado por el comunismo, y ha mantenido al imperio soviético en las fronteras resultantes de las acciones diplomáticas y militares de los años 1942-1945.
Pero dentro del llamado mundo libre del siglo XX, Estados Unidos, al igual que durante su expansión continental y caribeña del siglo XIX, tampoco ha tenido que negociar con iguales. Tanto si se piensa en la OTAN como si se piensa en los distintos acuerdos de América Latina o Asia, Estados Unidos es, con mucha diferencia, el miembro económica y militarmente más potente de cualquier tratado del que forme parte.
Haciendo un resumen de tres siglos y medio de destino manifiesto (1620-1980), podemos observar las siguientes características invariables: los americanos han tenido por costumbre la expansión económica y las victorias militares. Han sido enormemente superiores en tecnología y recursos materiales totales a todos aquellos que se han interpuesto en su camino. Se han sentido autojustificados, tanto en la ocupación de tierras libres, despojando a sus vecinos latinos o defendiendo a la Europa occidental contra el militarismo alemán, el nazismo o el comunismo soviético. No tuvieron que negociar con vecinos poderosos. En este último aspecto, su situación contrasta con la de la URSS. Los dirigentes rusos, cualesquiera que fueran sus metas y deseos, han tenido que enfrentarse a las invasiones polacas y suecas de los siglos XVII y XVIII, a la invasión napoleónica de 1812 y a dos invasiones alemanas en el siglo XX. Además, a lo largo de los siglos, han tenido que enfrentarse o negociar con poderosos dirigentes austriacos, turcos, japoneses y chinos.
En el presente artículo he restringido deliberadamente mi tratamiento del tema a factores seculares, materiales y psicológicos, pero el comportamiento americano tiene también un fuerte componente religioso. Para el presidente Carter, que era profundamente cristiano y que a veces subordinaba los intereses del poder a las cuestiones de los derechos humanos, tierra de libertad era quizá más fuerte que destino manifiesto. Para Lyndon Johnson, responsable tanto dé las leyes sobre derechos civiles como de la expansión de la guerra de Vietnam, los dos elementos estaban probablemente mezclados a partes iguales. Para el presidente Reagan, asiduo asistente a la iglesia, el destino manifiesto es una parte mucho más importante de su piedad que la tierra de libertad.
Pensando en el urgente problema del desarme y la paz mundial, espero que Europa, que aprecia realmente el aspecto estadounidense de tierra de libertad, esté pronto lo suficientemente unida como para ayudar a que el aspecto americano de destino manifiesto aprenda a negociar sus intereses por primera vez en la historia con un igual respetado.
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