Un Fidel Castro sin problemas
Una entrevista televisiva con un jefe de Estado extranjero es siempre una buena ocasión para hacer balance de las relaciones bilaterales, por una parte, y para confrontar los puntos de vista del entrevistado con los temas que más inquietan a la opinión publica española y mundial, por la otra.En el caso de la entrevista concedida por el jefe de Estado cubano, Fidel Castro, a Rosa María Mateo y a Vicente Botín el jueves por la noche, ninguna de estas condiciones se cumplió. El dirigente cubano, relajado y fumando, reconoció el carácter excesivamente general de las preguntas y la necesidad de cortar y montar la entrevista, después de gozar de todas las facilidades imaginables para explicar su particular balance de los 25 años de revolución y las anécdotas más detalladas del derrocamiento de la dictadura de Batista. Ni una sola de las preguntas que podían interesar a los televidentes de todo signo fueron formuladas por los acoquinados entrevistadores, que demostraron un respeto reverencial hacia Fidel Castro y en cualquier caso una gran falta de las mínimas dotes para llevar al locuaz revolucionario hacia temas más incómodos y por ello más interesantes para el telespectador.
Sólo el mismo Castro consiguió romper el sopor con sus chanzas sobre su derecho a la nacionalidad española y sus claras manifestaciones sobre España y la OTAN. La impresión final fue la de estar viendo un reportaje pactado y cocinado. Y lo más dramático es que el propio Castro, a pesar de su tono doctrinario, pareció percibirse del resbalón del programa de TVE.
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