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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El brazo armado de la soberanía nacional

EL DISCURSO pronunciado por el Rey en la celebración de la Pascua Militar, ante una representación de los tres Ejércitos, ha formulado, con gran claridad y rigor, el papel de las Fuerzas Armadas en la nueva España democrática. Don Juan Carlos, a quien la Constitución asigna "el mando supremo de las Fuerzas Armadas", se ha dirigido a sus compañeros de armas para agradecerles su disciplina y lealtad y para mostrarles su solidaridad en las penas, los dolores y las contrariedades. Pero el mensaje ha expresado también, con "el lenguaje de la verdad", algunas importantes tesis de doctrina militar cuyas implicaciones resultaría difícil exagerar.El Rey ha observado que "muchas controversias de hoy parecerán tan raras a las edades del futuro como las del pasado nos han parecido a nosotros". Alegra oír en labios del Jefe del Estado esa reflexión llena de buen sentido, que reduce a sus ínfimas dimensiones esas artificiosas polémicas que solucionan con demasiada frecuencia los medios de comunicación. Situar en su adecuada perspectiva histórica posiciones que nacieron ya envejecidas por el arcaísmo y marcadas por el absurdo es la mejor manera de comprender su carencia de representatividad ideológica o social. También se ha referido el Rey al serio riesgo de que las palabras, especialmente aquellas que designan valores patrióticos y virtudes castrenses, queden vaciadas de significado como consecuencia de las reiteraciones ritualistas o de las manipulaciones ideológicas. Pero el peligro no radica sólo en la posibilidad de que los términos pierdan contenido semántico a fuerza de ser desgastados por el uso. "No es suficiente repetir las palabras y pronunciarlas con tonos altisonantes y solemnes. No basta con escribirlas una y otra vez para hacer con ellas protestas de lealtad o de sacrificio". Porque son "las conductas y los hechos" y no "las expresiones, muchas veces tan formularias y hueras como sonoras y espectaculares", los medios adecuados para demostrar la verdad de los sentimientos.

La unidad, el compañerismo, el honor ("un patrimonio del que no hace falta blasonar" ) y la disciplina son algunas de esas palabras de la terminología castrense cuyo verdadero sentido no debería destruir la reiteración mecánica. Pero el Rey también aludió a los peligros de la apropiación corporativista de símbolos y conceptos, de nociones y emociones, que pertenecen en realidad a la sociedad entera. Así, el patriotismo "no sólo tiene su clave en el amor a la patria y en la entrega incondicional a su servicio". El reconocimiento de que la patria no es patrimonio exclusivo de nadie y de que esos sentimientos han de ser compartidos "con todos los españoles" debe impedir cualquier tentación particularista de monopolizar la idea de España. Porque el patriotismo incluye en sus contenidos tanto la aceptación de la voluntad de los españoles "legítima y libremente expresada" como el rechazo de las maniobras de cualquier minoría para imponer su propio concepto de lo que significa "el bien de la patria".

Don Juan Carlos ha sido también terminante a la hora de señalar que la indispensable unidad interna de las Fuerzas Armadas no implica en modo alguno su aislamiento. de la sociedad española ni es incompatible "con la plena integración de los Ejércitos en la sociedad de la que proceden y a la que sirven". En otro párrafo del mensaje, el Rey insiste en que esa "completa integración en la sociedad" de las Fuerzas Armadas no contradice el mantenimiento de sus características propias e inalterables. De manera indirecta, el Rey ha aludido también a la artificiosa polémica en torno a la supuesta autonomía a la que tendría derecho un hipotético poder militar, que se configuraría -según los ideólogos que han inventado ese estraño concepto- como instancia independiente dentro del Estado. Según palabras textuales de Don Juan Carlos, "son ociosas e inútiles las disquisiciones sobre la existencia de poderes distintos de los clásicamente establecidos". El servicio a la nación, que confiere su misión a las Fuerzas Armadas, se halla "perfectamente definido por el acatamiento a la Constitución, a la que la institución militar, como todas las demás, está subordinada".

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La Constitución queda situada así como único fundamento de legitimación del ordenamiento institucional. Nuestra norma básica no es sólo un límite para el poder legislativo, sino también el programa que lo impulsa. "El conjunto del Estado debe progresar según la Constitución", que contiene, a la vez, los principios generales que avisan previamente al ciudadano de lo que el legislador puede o no hacer. En una combinación de condicionamientos recíprocos, "la libertad es el límite de la democracia y la democracia es el límite de la libertad". Particular significación reviste, en este contexto, la afirmación del Rey según la cual "los ejércitos constituyen el brazo armado de la soberanía nacional", metáfora de tradición democrática habitualmente contrapuesta a la metáfora de corte autoritario que define a la institución militar como columna vertebral del Estado. Entre los elementos para fijar la misión asignada por la Constitución a nuestras Fuerzas Armadas figuran, por lo demás, "el fundamento de los valores morales en los que debe apoyarse el respeto a la voluntad popular", "el acatamiento a la ley y al poder legítimamente constituido" y "la adaptación a las situaciones que son el resultado de la dinámica social".

El Rey señaló finalmente que la reorganización de las Fuerzas Armadas es una necesidad constante, dictada por la superación de criterios anticuados o que la experiencia ha mostrado susceptibles de mejora. Al referirse a los proyectos del Gobierno socialista, Don Juan Carlos exhortó a los representantes de las Fuerzas Armadas a "colaborar en estas reformas sin dudas ni reservas", ya que "la modernización de los tres Ejércitos no es más que una faceta de la que también en otras áreas requiere la nación". El Rey expresó su confianza en que la reforma del ministro Serra pueda lograr "la consecución de unas Fuerzas Armadas cada vez más eficaces, más adecuadas a los fines que les corresponde cumplir y más satisfechas de su propia utilidad en defensa de la paz". Esa paz, por lo demás, cuya búsqueda, conquista y conservación es "la gran aspiración de los pueblos", y que ha de ser ganada por el diálogo, "pero con el respaldo de firmeza que da a las naciones su capacidad de defensa y el acierto en la gestión de sus intereses comunes".

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