El régimen brasileño teme un revanchismo 'a la argentina'
El año 1983 no terminó en Brasil la medianoche del 31 de diciembre, sino dos noches antes, a las 8.30 horas del jueves 29, cuando el presidente Joáo Figueiredo dirigió un discurso a la nación. En su mensaje de fin de año, el general Figueiredo dijo que no había motivos para cambiar la Constitución creada por los militares y devolver al pueblo el derecho de elegir el nuevo presidente. El general Figueiredo avisó que un colegio electoral creado para garantizar la sucesión de los dirigentes del sistema militar impuesto en 1964 continuaría en funciones. Brasil tendrá dentro de dos años un nuevo presidente no elegido por el pueblo. Figueiredo, según algunos testimonios, teme un revanchismo similar al que, en su opinión, se ha producido en Argentina.El año no empezó a las cero horas del 1 de enero de 1984; lo hizo, muy lentamente, en la madrugada del día anterior, cuando todas las playas de Río de Janeiro pasaron a abrigar pequeños altares iluminados por velas blancas con ofrendas y regalos a Iemanjá, la reina del mar, la diosa de las aguas. Desencantados con los hombres, los brasileños ya no tienen más remedio, a cada fin de año, que pedir más y más protección a los dioses.
Razones no faltan. Brasil atravesó, a lo largo de 1983, la peor crisis de toda su historia. La inflación llegó al 211 %, según los datos oficiales; el precio de los alimentos se triplicó; el desempleo y el subempleo alcanzó a casi el 42% de la fuerza activa del país. El más poderoso Estado brasileño, Sáo Paulo, terminó el año con más de millón y medio de desempleados. Y ese es el número de personas -un millón y medio- que cada año llega al mercado de trabajo.
Brasil, sin embargo, ya no puede generar empleo con esa rapidez. La crisis está ahí, y vino para quedarse. Cada año, más jóvenes llegan al mercado de trabajo y lo encuentran cerrado. La solución es el subempleo, el comercio ambulante que se instala por las calles de las grandes ciudades o la violencia urbana que asombra a todos. El país, que en los principios de la década pasada experimenté las ilusiones de un milagro económico que lo transformó en la décima potencia económica del mundo, vive tiempos negros. Las pérdidas ya no se miden a nivel de poder adquisitivo de los trabajadores: la renta per cápita de los brasileños disminuyó un 12,5% en los últimos tres años. El milagro brasileño hoy día es lograr sobrevivir.
El año terminó despacito, y con una deuda de 100.000 millones de dólares (casi 16 billones de pesetas) al mundo. Pagarla les costará un esfuerzo desmesurado a los brasileños. Deber al mundo, en realidad, no es una novedad para Brasil: el país nació como nación independiente, en 1822, con una deuda formidable. Pero jamás la había llegado a los niveles actuales. Para pagar de una sola vez lo que debe, Brasil debería entregar casi el 40% de toda su producción de bienes y servicios de un año.
1983 terminó despacito y dejó pocas nostalgias. Fue el año de las negociaciones financieras en el exterior y de las negociaciones políticas en el interior. Ambas avanzaron a tropezones. Cuando faltaban menos de 55 horas para que el calendario oficial anunciase el fin de 1983, el presidente dio al país la noticia de que no veía ningún motivo para modificar la Constitución. Hasta ahí llegó el proceso de normalización democrática.
Entre crisis y crisis, 1984 llegó poco a poco. El sábado 31 de diciembre fue un día de fiesta en Río, pero mucha gente todavía no se decidió si la fiesta era por el año que Regaba o por el año que finalmente se acababa.
Como siempre, la noche del 31 de diciembre fue un espectáculo único en Río. Una procesión de barcos iluminados pasé por las playas de la ciudad llevando entre luces, velas y flores la imagen de Iemenjá. En las playas más de un millón de personas, la mayoría con ropas blancas, saludaban a la diosa y pedían protección.
A los cinco segundos del 1 de enero de 1984 nació el primer brasileño del año. Nació en Río de Janeiro. Es un brasileño típico de estos tiempos de crisis: el padre está en la cárcel, la madre está sin empleo desde hace. seis meses. El niño es hermoso y se llama Luis Carlos. Tiene hambre, la madre no tiene leche.
Según las estadísticas, Luis Carlos nació con una deuda: debe 900 dólares al mundo.
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