Dos cerebros
Lo más rápido y eficaz hubiera sido reproducir juntas las dos fotografias. La de Elizabeth Bouvia, la joven paralítica de Riverside a la que los jueces han negado el derecho al suicidio, y la del astrofísico Stephen Hawking, sentado en una silla de ruedas idéntica a la de Elizabeth, también incapaz del menor movimiento. Dos cerebros sin cuerpo que actualmente simbolizan el máximo pesimismo de que es capaz el ser humano y el mayor optimismo vital imaginable.Tengo delante las imágenes de Elizabeth y el doctor Hawking. Créanme cuando aseguro que el parecido físico es asombroso. Y, además, la misma posición desmayada en la silla de ruedas, las cabezas levemente huidas hacia el costado izquierdo, ese mismo gesto desarticulado, de extravío infinito. Hasta las miradas sin punto fijo resultan intercambiables. Pero dos cerebros que funcionan a pleno rendimiento, pletóricos de facultades, sólo dedicados a pensar, vertiginosamente lúcidos.
Desde el King College de Cambridge, el doctor Hawking, esa encantadora psique sin cuerpo que empieza a ser celebrado como un nuevo Einstein, está empeñado en reconciliar los dos grandes acontecimientos teóricos del siglo XX, que encierran el secreto del origen del mundo, la relatividad general y la mecánica cuántica. Desde el hospital de Riverside, Elizabeth Bouvia utiliza su despierto cerebro en estado puro para internarse en las postrimerías del hombre, el otro gran misterio.
Cuando el cerebro es liberado de las grandezas y de las servidumbres corporales, cuando ya sólo es cortex inteligente, surgen con desconcertante fuerza primordial las dos enormes interrogaciones que nos perturban desde que un día merecimos el calificativo de hombres.
Se puede hacer sentimentalismo barato con estas dos fotografías; sobre todo en una fecha como la de hoy. Pero es otra cosa lo que yo contemplo en este ansia optimista de conocimiento y en esta lúcida actitud de pesimismo supremo. Veo el preciso momento en el que el cerebro del hombre se hizo inteligente. Cuando se puso a reflexionar sobre esos dos enigmas que obsesionan al doctor Hawking y a Elizabeth Bouvia. El origen y la muerte: esa es la materia prima cerebral.
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