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Reportaje:

El concordato banca-Estado

El miércoles pasado, al término del almuerzo de despedida del ex presidente de Banesto José María Aguirre Gonzalo -el viejo Aguirre pastoreó, con más gracia que poder, a la cofradía bancaria durante los últimos 13 años-, los observadores atentos vieron salir humo blanco por las chimeneas. de un restaurante madrileño de 27 tenedores. Amoratados por la crisis económica y divididos por la proverbial insolidaridad bancaria, los siete grandes -presidentes de los bancos Central, Alfonso Escámez; Banesto, Pablo Garnica; Hispano Americano, Alejandro Albert; Bilbao José Angel Sánchez Asiaín; Santander, Emilio Botín; Vizcaya, Ángel Galíndez, y Popular, Luis Valls- han visto las orejas al cordero con piel de lobo y han decidido mantener su apariencia de oligopolio para mejor defenderse de las asechanzas intervencionistas del joven Gobierno socialista.

El cónclave de los siete grandes permanece unido, no sólo por el maleficio mágico ejercido por el número 7 -7 rosacruces, 7 niños de Ecija, 7 novias para 7 hermanos, 7 magníficos, 7 sacramentos, 7 días de la semana, 7 infantes de Lara, 7 maravillas del mundo, 7 pecados capitales, 7 virtudes...-, sino también porque tienen en sus manos, y pretenden seguir teniendo, el 80% del dinero d e todos los españoles.

Los banqueros tienen corazón

Cuando, a primeros de este mes, los banestólogos analizaron la noticia del cese de José María Aguirre Gonzalo como presidente de Banesto y su sustitución por Pablo Garnica (EL PAIS, 2 de diciembre de 1983), temieron que el rebaño bancario saltara hecho añicos por falta de pastor y en plena tormenta de coeficientes oficiales. Hacía año y medio que el Banco Central había adelantado en depósitos de clientes al Banesto y, sin embargo, el viejo Aguirre seguía convocando los almuerzos en la sede de su banco y liderando al grupo de cara al público.

La cortesía bancaria, y una pizca de reverencia y cariño que podría, quizás, encontrarse escondida en el corazón más frío de los banqueros, hizo que los asientos casi vitalicios del club de los siete sólo fueran permutados por jubilación de sus miembros. De ahí que el propio Luis Usera, descabalgado ruidosamente de la presidencia del Hispano Americano, mantuviera el sillón número 2, a la derecha de Aguirre, hasta su jubilación, pese a que su banco adormecido había perdido ya el número uno y el número dos del ranking de depósitos.

Al retirarse ahora Aguirre, su sillón no ha sido ocupado por su sucesor en Banesto, Pablo Garnica, que ha pasado al número dos, sino por Escámez, que ha sido elegido papa sin la oposición de ninguno de los seis colegas. No hubo votación. únicamente se efectuó un sutil tanteo por el presidente de la patronal bancaria, Rafael Termes, para ver quién debía pagar en el futuro la comida mensual de los siete.

La suerte definitiva fue echada el pasado miércoles. Los redactores gráficos acudieron a la puerta del restaurante madrileño donde los banqueros despidieron a su antiguo hermano mayor, pero no pudieron obtener el primer documento gráfico de los siete sentados ,en torno a una mesa (Rafael Termes permaneció discretamente de pie) hasta que Alfonso Escámez fue consultado. La liturgia bancaria ha registrado ya el consentimiento de Escámez a los fotógrafos como su primera decisión pastoral. Los presentes en tal acto percibieron claramente cómo el mismísimo Emilio Botín, don Emilio -de quién se había sospechado cierta reticencia a un papable de tan modesto origen-, pedía y empujaba a Escámez, un botones que llegó a ser tanto como ellos, para que ocupara, en el centro impar del grupo, el lugar de privilegio.

La Celestina de la banca

Al día siguiente, jueves, robustecidos y juramentados con aquella voluntad de unión y pertrechados con el flamante líder, acudieron todos ellos a com er al Banco de España, cuyas dos funciones básicas -banco de bancos y banco del Estado- le convierten en la celestina permanente de las relaciones extramatrimoniales entre la barica y el Gobierno. Al ministro de Economía, Miguel Boyer, no,le cupo ninguna duda sobre quién había sido el elegido para pelear contra él, en torneo que promete ser espectacular durante todo el año 1984: el presidente del Banco Central llevó la voz cantante y casi exclusiva.

A la salida del almuerzo en el comedor del banco emisor, Alfonso Escámez comunicó a la Prensa que él convocaría en el futuro a los siete grandes en el Banco Central (o en otro lugar, ya que el edificio del banco en la calle de Barquillo, construido en tiempos de carruajes de caballos, carece de garaje de automóviles). Boyer, por su parte, insistió en que la banca pagará su parte correspondiente en la financíación de la crisis bancaria, de Rumasa, del déficit público... Las posiciones se mantienen firmes, y. la batalla diplomática tan sólo ha comenzado.

En el tema de fondo -lucha contra la inflación mediante restricción monetaria- hubo más aproximación y comprensión que nunca, pero en los pequeños detalles -para los banqueros, los detalles, ¡ay!, siempre tienen relación con los beneficios- está todo por discutir, guerrear y aclarar. El centro del concordato -que algunos dan por hecho como la paz de Barquillo- quedó fijado en torno a cuánto y cómo debe contribuir la banca a financiar el déficit público y, con ello, el programa económico socialista, sin poner en peligro la cuenta de resultados y la propia supervivencia independiente de los bancos como entidades privadas.

1984: espectacularmente duro

La actitud de Boyer varía según las fuentes. Unos afirman que mantuvo su posición tradicional y nocturna de ordeno y mando -"yo hago lo que quiero, pero ustedes saben que lo que hago es responsable"-, mientras otros señalan que se lamentó de las dificultades para reducir el déficit público y, en un arrebato de humildad, llegó incluso a pedir colaboración a los banqueros. Los pesimistas resumen así su discurso: "Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio".

Los banqueros no ocultan su inquietud, pierden el miedo secular a los jóvenes rojos y salen ahora disimuladámente de sus mármoles pidiendo auxilio y parlamento. Las primeras escaramuzas, previas a la elección del nuevo líder, anunciaron ya el advenimiento de este concordato sin precedentes entre la banca y el Estado, en el que se aclaren las reglas de juego, los tramos'comunes, las conveniencias recíprocas. Básicamente, el Gobierno necesita recursos para financiar el déficit público de 1,3 billones de pesetas y la banca aún tiene la exclusiva sobre los recursos financieros de todo el sistema.

El año 1984 se anuncia espectacularmente duro en términos de ajuste monetario: 8% de inflación y 9,5% de crecimiento de las disponibilidades líquidas. Boyer trata de repetir el ajuste estabilizador de Abril/Leal de 1978 (consecuencia de los Pactos de la Moncloa), pero multiplicado por Margaret Thatcher. Y la banca no tiene más opciones que el impensable obstrucíonismo (guerra abierta que podría acabar con la nacionalización de los siete grandes para salvarles de la quiebra) o bien el acuerdo nunca escrito de colaboración/sumisión con el Gobierno socialista.

Si la Banca quiere mitigar el coste seguro de financiar el déficit público por el sistema arbitrista del ordeno y mando, no le queda más remedio que negociar y pactar con el Gobierno las condiciones para salir todos juntos de la crisis can el menor ruido posible.

La tensión y la temperatura en las relaciones banca-Gobierno creció después del verano. Pero el aparente endurecimiento anunciaba, sin embargo, una próxima y sigilosa negociación global que ya se ha iniciado. La banca se atrevió a enseñar los dientes al Gobierno. Rompiendo un presunto acuerdo veraniego, en octubre, los bancos escurrieron el bulto y un día apenas cubrieron poco más de la mitad de los certificados de regulación monetaria (CRM) ofrecidos por la autoridad monetaria al 21% de interés. El Banco de España ofreció CRM por 270.000 millones de pesetas, y los bancos sólo compraron 172.000 millones. Tenían buena excusa para no cumplir: el dinero se pagaba en el mercado interbancario aquel día al 25%.

Pocos días después, el Gobierno respondía con una nueva regulación de los coeficientes, que marcan la cantidad de dinero que la banca debe congelar en el Banco de España, y que puede pasar ahora del 13,75% al 20% de sus depósitos totales. La banca, escarmentada con los últimos tres puntos de coeficiente-bofetada, por los que tuvo que prescindir de unos 450.000 millones, ha vivido con el alma en vilo (la banca, contra la opinión de los empresarios, también presume de tener su alma).

El proyecto de ley de coeficientes aprobado por el Consejo de Ministros aumentó las posibilidades de control del banco emisor sobre los depósitos de la banca. Esa vez, al menos, los banqueros no se enteraron por un télex sorpresa de última hora del contenido del proyecto. El diálogo y las buenas maneras no se rompieron, pero el malestar era notable.

Escámez, Felipe y la democracia

Ahora "puede ser distinto. Por una parte, hay que tener en cuenta la comunicación personal existente entre Alfonso Escámez y el presidente Felipe González: ambos tienen la manía iberoamericana y se encuentran como misioneros impenitentes del nuevo mundo por los aeropuertos de habla hispana; ambos fueron alguna vez pobres -Escámez luchó incluso en el Ejército republicano- y ambos defienden, con mayor o menor convicción, la libertad y la democracia como pilares del futuro.

Hay tres fechas que marcan la contribución política del nuevo primer banquero de nuestro país. En 1972, antes de la flebitis del dictador, Escámez pronunció un discurso en la junta de accionistas del Banco Central, bajo el título "El futuro se llama Europa". Poco después, al entonces príncipe de España, Juan Carlos de Borbón se le ocurrió decir lo mismo en Alemania, y la difusión de sus palabras fue prohibida aquí por los censores del franquismo. En 1977, con motivo de los Pactos de la Moncloa, Escámez, senador real en las Cortes Constituyentes, dirigió una circular pública a sus empleados, apoyando la democracia naciente. Y en 1981, cuando se temía un segundo 23 de febrero, el presidente del Central declaró a la Prensa en Nueva York que el golpe de Estado no es ninguna solución para los problemas de España y que, como la mayoría de los españoles, no creía en los golpes de Estado. No conviene olvidar estos detalles personales a la hora de seguir de cerca el torneo entre tan poderosos caballeros.

El nivel de comunicación será, según los especialistas, mucho mayor que antes, pero -quizá por la mayor confianza o fortaleza- también, se presentan más, duras las discusiones y los enfrentamientos tácticos. En todo caso, el jueves pasado únicamente eligieron campo y armas. En enero se celebrará la primera comida de los siete grandes pagada por Escámez. Y, a partir de ahí, con un Gobierno más blandito y una banca más unida, veremos cómo se reparte el coste de la crisis a corto plazo. A largo plazo, todo el mundo sabe quiénes vamos a pagar los platos rotos en este espectacular ajuste que se avecina para 1984.

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