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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tonto heredero de tonto

Los responsables de la serie La pantera rosa, Blake Edwards a la cabeza, no quieren dejar perder tal filón comercial, que en España se traduce en el sistemático estreno navideño de la última entrega de la saga. Muerto su intérprete principal, Peter Sellers, esos guioinistas produjeron el pasado año un híbrido de montaje con secuencias despreciadas de películas anteriores junto a otras nuevas que camuflaban en un doble el personaje del inspector Clouseau.Ahora, incapaces ya de mantener ese fraude, se han lanzado a buscar un heredero al despistado y divertido detective francés. Una computadora se encarga de escoger de entre más de 13 millones de candidatos a quien pueda resolver el robo de la preciada joya pantera rosa y, al tiempo, la misteriosa desaparición del auténtico Clouseau. Naturalmente, la computadora se equivoca o gasta una broma a los policías jefes, de forma que el nuevo detective sea tan absurdo como su predecesor: vuelve a caerse cientos de veces, equivoca personas y lugares, se despista ante los acontecimientos que circulan a su alrededor, claros y tajantes para cualquier espectador de simple sentido común.

La maldición de la Pantera Rosa

Director: Blake Edwards-Blake Edwards y Goeffrey Edwards. Fotografía: Dick Bush. Música: Henry Mancini. Intérpretes: Ted Wass, David Niven, Robert Wagner, Herbert Lom, Capucine, Joanna Lumley. Comedia. Norteamericana, 1983.Local de estreno: Cid Campeador.

Al tiempo, no es cierto que Clouseau muriera, sino que, por un capricho del guión, resulta" que formaba parte del compló de los ladrones y ha transfigurado su viejo rostro -el de aquel entrañable Sellers- en el de un nuevo personaje cuya identidad no desvelamos aquí por si el lector se transforma en consumidor del filme y quiere sorprenderse con este único buen gag que La maldición de la pantera rosa encierra. Todo, pues, rebuscado, forzado, falto ya de la espontaneidad de aquel título primero, cuyo éxito sorprendió tanto a sus productores como a quienes lo aplaudimos sin saber lo que se nos venía encima.

Chistes gruesos

El nuevo inspector es un joven norteamericano a quien los guionistas presentan disfrazado de travestido, perplejo y descaminado, que no merece el respeto de sus compañeros-policías. Para señalar tan trivial punto, la película se pierde en chistes gruesos, de nula originalidad, abismalmente alejados de los que Blake Edwards ha barajado en sus mejores títulos, Víctor o Victoria, por ejemplo. Golpes violentos y causales en el sexo, carreras insípidas, pantalones a medio poner y un sinfín de confusiones. que despiertan la generosidad risueña del público, tan interesado por lanzar las carcajadas que no le provoca la película ni muchas veces la misma vida.El género de la comedia -¡aquel la espléndida comedia de los treinta y los cuarenta!- va transformándose en espectáculo circense, en producto de vodevil de salas de fiesta, pero sin la copa y la tentación erótica que siempre justifican los desmanes de los caricatos a altas horas de la madrugada.

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