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¿Que pasó al fin en Granada?

A medida que pasa el tiempo y retorna la tranquilidad a la isla de Granada, va quedando claro que la invasión por tropas norteamericanas no fue tanto una operación militar como una maniobra enorme de manipulación informativa. Para empezar, el balance de víctimas no corresponde al escándalo: 18 norteamericanos muertos y 91 heridos -muchos de ellos en incidentes y accidentes confusos, y no en combates- y un número nunca establecido de granadinos muertos, 20 de ellos en el curso de un bombardeo a un hospital de enfermos mentales.Este último episodio es el más oscuro de todos. Según se dijo al principio, el lugar había sido bombardeado con cohetes aéreos porque dos cubanos resistían desde el interior. Sin embargo, una versión de la Prensa norteamericana dice ahora que el bombardeo se debió a que el hospital estaba a sólo 150 metros de Fort Frederick, y éste era defendido con ahínco por los últimos soldados del Ejército granadino. El hospital -dice la versión- no tenía ninguna señal que permitiera identificarlo. Más aún: la periodista colombiana Laura Restrepo, enviada por la revista Semana con los primeros grupos de periodistas que entraron en la isla, se sorprendió de que aquel sanatorio para enfermos mentales -contra el esplendor de su nombre- no fuera más que un grupo de chozas de paja. La revista Time, por su parte, le reprocha al Pentágono que no hubiera dicho nada de esa matanza -accidental o no- mientras no fue denunciada por un periodista canadiense. El Pentágono se defendió diciendo que cuando los infantes de Marina ocuparon el hospital los muertos habían sido ya sepultados, y no encontraron ninguna razón para sospechar que el bombardeo de los días precedentes hubiera causado alguna víctima. Pero quienquiera que haya estudiado con cierto cuidado las informaciones de Granada, sobre todo en los primeros días, debe tener motivos para creer que el silencio del Pentágono en relación con los muertos del hospital psiquiátrico pudo no haber sido casual.

En realidad, toda la información de los primeros días -manejada de un modo exclusivo por el Gobierno de Estados Unidos, y casi siempre por el presidente Reagan en persona- ha empezado a desmoronarse. Ahora se entiende cómo fue posible que más de 6.000 hombres de Estados Unidos, bien entrenados y con todos los recursos de la guerra moderna, no hubieran podido someter en dos semanas a uno de los ejércitos más reducidos y pobres del mundo, en una isla de 110.000 habitantes desmoralizados que no tenían ni modos ni ganas de resistir. La explicación es simple: no hubo tal resistencia. En primer término porque los granadinos, aún no repuestos del asesinato de su líder más querido -Maurice Bishop-, no debieron de ver a los infantes de Marina como sus enemigos, sino al contrario, como los enemigos de sus enemigos. En segundo término, porque los asesinos de Bishop, repudiados por su pueblo y por la mayoría de su Ejército, se metieron debajo de la cama a los primeros tiros. En efecto, parece ser que Bernar Coard -el vice primer ministro de Bishop que lo derribó a traición- se había escondido con su esposa después de abandonar el poder que había usurpado pocos días antes. Por su parte, el general Hudson Austin -responsable inmediato del asesinato de Bishop- abandonó el Ejército a su suerte, y al parecer andaba ofreciendo hasta 3.500 dólares a quien le hiciera el favor de llevarlo en una lancha a Guyana. Los focos de resistencia que quedaron después de la desbandada podían ser reducidos en pocas horas por unas fuerzas de desembarco preparadas para operaciones mucho más gloriosas.

La verdad parece ser que el Gobierno de Reagan necesitaba inventar aquella resistencia para justificar la invasión con el supu esto de la militarización masiva de la isla por los cubanos y los soviéticos. Durante más de una semana, las tropas de ocupación se movieron a sus anchas por la isla, sin que ningún periodista de ningún país pudiera entrar para contradecir las versiones oficiales del Gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, fuera de todo control, aun este último no hizo más que contradecirse a sí mismo.

La primera contradicción enorme fue el motivo de la invasión. De acuerdo con un comunicado inicial, el desembarco tenía como único objetivo proteger la vida de unos 600 estudiantes norteamericanos que estudiaban en la muy prestigiosa facultad de Medicina de Granada. Sin embargo, hasta ahora no se ha demostrado que estuvieran en peligro y, en cambio, sí es probable que estuvieran contentos en el lugar. Nada les había impedido abandonarlo por su propia voluntad, y los pocos que hicieron la payasada de besar la tierra norteamericana cuando volvieron a ella -como suelen hacerlo los papas de ahora donde quiera que llegan- parecían olvidarse de que para lograrlo no era necesaria la intervención brutal de 6.000 hombres, armados como para una guerra mundial. Sin embargo, el presidente Reagan también olvidó demasiado pronto su pretexto original y no tuvo ningún inconveniente en decir que el desembarco había sido necesario porque Granada se había convertido en una fortaleza militar del comunismo internacional. Lo triste es que las supuestas pruebas de esa afirmación -anunciadas a grandes voces por el Gobierno de Estados Unidos- no han logrado convencer sino a los ya convencidos, algunos de ellos, por cierto, muy respetables por motivos distintos.

El cuento de la ocupación cubana fue tal vez el menos consistente. Los primeros periodistas extranjeros que llegaron a Granada no pudieron disimular su desilusión frente al aeropuerto que estaban construyendo los técnicos y obreros de Cuba. El Gobierno de Estados Unidos había hecho creer que era un aeropuerto construido para las naves de guerra soviéticas y no para aviones comerciales que llevaran turistas pacíficos, inclusive norteamericanos, que son los más fructíferos. El argumento se fundaba en que la pista iba a tener 3.000 metros de larga, y esta cifra parecía impresionante para quienes no saben que cualquier aeropuerto moderno donde operan los grandes aviones civiles debe tener esas medidas, sobre todo si se prevé un desarrollo,futuro de su capacidad. La misma revista Time, con una pretensión de objetividad, hace esta consideración retorcida: "Es verdad que la nueva pista no está construida con las estructuras de protección y los equipos de apoyo que son usuales en los aeropuertos militares, pero podría ser, usada por aviones militares pesados como punto de abastecimiento para los cubanos en ruta hacia África, o para los soviéticos que transporten armas hacia Africa Central". Es decir: como cualquier aeropuerto corriente y común.

Lo más confuso de todo fue el manejo que hizo el Gobierno de Estados Unidos de la información sobre los cubanos en Granada.

Desde el principio se dijo que eran unos 600 hombres, entre obreros del aeropuerto, maestros, médicos y asistentes militares. Estos últimos -según un supuesto documento revelado por la Secretaría de Estado de Estados Unidos- eran sólo 27 con carácter permanente y unos 12 eventuales. Se ha dicho, sin embargo, que debía de haber muchos más que se hacían pasar por trabajadores civiles, porque todos demostraron tener un buen entrenamiento militar. Hasta los mismos que lo dijeron sabían, sin duda, que todo cubano mayor de 14 años, hombre o mujer, tiene suficiente formación militar para defender a su país en caso de una invasión extranjera. Las llamadas tropas territoriales, que son milicias civiles, cuentan en la actualidad con 500.000 hombres y mujeres y está previsto que en breve serán el doble.

En todo caso, al principio de la invasión Estados Unidos dijo que los 600 cubanos habían caído prisioneros sin resistir. Después -cuando Cuba pidió su repatriación- se dijo que la mayoría estaba resistiendo en las colinas. Por último, sin ninguna explicación, aparecieron 27 muertos, 57 heridos, y el resto en un campamento de prisioneros donde sólo se permitió el ingreso a dos periodistas: un reportero y un camarógrafo dominicanos, que trataron de convencer a algunos prisioneros, con toda clase de promesas, para que se asilaran en Estados Unidos y confirmaran una versión que éstos tenían preparada sobre las actividades de Cuba en la isla. Eran, por supuesto, agentes de la CIA, que se llevaron la sorpresa de no encontrar a ningún cubano dispuesto a vender su alma al diablo. De haberlo encontrado, la vasta operación de manipulación informativa habría culminado con un acto espectacular. Por no haber sido así, la triste invasión de Granada pasará como uno de los capítulos menos honorables de la historia de Estados Unidos.

Copyright. 1983, Gabriel García Márquez ACI

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