Los hijos de Kennedy
QUIENES NACIERON cuando moría Kennedy son hoy soldados extendidos por todo el arco de la crisis mundial; frente a los hijos de Jruschov. Kennedy y Jruschov se enfrentaron en octubre de 1962 en una de las crisis más agudas de la guerra fría, la de Cuba. Y en junio de 1963 Kennedy volvió a plantar cara a la crisis en Berlín -"soy un berlinés"- . De aquellos enfrentamientos y de la noción de riesgo máximo brotó una especie de entendimiento, una forma posible de la coexistencia, que se extendió por el mundo en forma de conciencia. El 10 de abril de 1963 el papa Juan XXIII publicó la encíclica Pacem in Terris: desarme y derechos del hombre. El 20 de junio se instalaba el teletipo rojo Washington-Moscú para prevenir los incidentes. El 5 de agosto el Tratado de Moscú prohibía parcialmente los ensayos nucleares. El 20 de septiembre la URSS proponía en la ONU una conferencia de desarme, y Kennedy, una cooperación científica con fines pacíficos. Pero el 22 de noviembre mataron a Kennedy y casi un año después, el 14 de octubre de 1964, se destituía a Jruschov. En junio de 1963 había muerto Juan XXIII. Todo volvía rápidamente atrás. La URSS ha tratado de volver hacia el tiempo anterior a Jruschov, antes de su jovialidad y de su iniciativa, de su rara especie de comunismo alegre; la Iglesia regresa a los tiempos de militancia y alerta anteriores a los concilios vaticanos. Y Estados Unidos ha borrado conscientemente la memoria de Kennedy y el kennedismo. Aun se puede decir que regresan a los tiempos anteriores a Roosevelt, que fue realmente el autor de la primera coexistencia. Y así, los hijos de Kennedy se encuentran con la mayor crisis mundial de la posguerra: superior en estos momentos a las que se produjeron en Corea, Suez, Irak, Checoslovaquia, Berlín y Vietnam.Cualquier forma de regreso es utópica, o, si se prefiere, ucrónica. Las acumulaciones se convierten en factores de multiplicación geométrica y las armas de hoy tienen 20 años más que cuando mataron a Kennedy, lo cual quiere decir que han crecido infinitamente en cantidad y en capacidad. La población del mundo ha crecido en cientos de millones de habitantes, lo cual quiere decir que se ha cargado, sobrecargado, la situación de miseria y hambre y, por tanto, han aumentado las rebeliones contra un orden mundial injusto. Las materias primas han elevado sus costes por más de 1.000: esa valoración, unida a la del esfuerzo armamentista, ha producido la peor caída económica que se conoce desde la restauración de los daños de la guerra. En estos 20 años se ha perdido la noción de fe, de cualquier fe: en el comunismo y en la expansión de las libertades, en los científicos, los economistas y los sociólogos; en el ahorro, en la solidaridad humana. Todas las crisis anteriores, brevemente citadas, y aun las que precedieron a la segunda guerra mundial, estaban nutridas de alguna ideología por cualquier bando y, por tanto, de una importante carga de esperanzas. Hoy la crisis está desnuda. Parece engendrada por las razones más brutales y primitivas de la historia, por el predominio de unos sobre otros, por las peleas de tribus a escalas gigantescas, y a veces, aún peor, por una autogeneración de las armas y las máquinas.
Ésta es la herencia que recogen los hijos de Kennedy. Cualquier predicción inversa, cualquier profecía sobre el pasado es inútil. Se puede pensar que el desarrollo del mundo por la vía en que estaba cuando presidía Kennedy habría podido llevarnos por otro camino. Probablemente es un espejismo. Y, probablemente también, los acontecimientos que produjeron el asesinato de Kennedy y la sustitución de unas tendencias mundiales por otras no supusieron más que aquella tendencia era menos fuerte que la contraria: la que está dando a los hijos de Kennedy la crisis desnuda y brutal, que es la más dura y la más peligrosa desde que acabó la guerra.
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